Aunque la Casa Real – quizá por órdenes del Gobierno, supongo yo – ha publicado un comunicado “tranquilizador” para la opinión pública políticamente correcta, no se puede dejar de aplaudir las declaraciones de Su Majestad la Reina que recoge Pilar Urbano en un libro-entrevista, con ocasión del setenta cumpleaños de Doña Sofía. Algunos parecen querer a una Reina sin cabeza, sin criterio, sin convicciones. O, al menos, a una Reina muda. Todos podrían, en esta bendita democracia, expresar su opinión. La Reina, no. Y no sabemos por qué no. En una monarquía constitucional, el Rey ha de atenerse a las reglas de juego. Pero un oficio no puede anular a la persona que lo ejerce hasta el punto de convertirla en una no-persona, en alguien sin memoria, sin entendimiento y sin voluntad. No obstante, esas mismas reglas de juego dejan, supongo, un mayor margen de maniobra a la consorte del Rey. ¿Qué ha dicho Doña Sofía? A mi modo de ver y, sin duda, al modo de ver de muchas otras personas, la Reina ha expresado en voz alta lo que buena parte de esta sociedad expresa, piensa y cree: A saber, por ejemplo, que se ha de enseñar religión en los colegios porque “los niños necesitan una explicación del origen del mundo o de la vida”. O que el nombre de “matrimonio” no es el más ajustado para denominar a las uniones de homosexuales. O que no comprende que los gays se sientan “orgullosos” de serlo. O que es totalmente contraria al aborto o a la eutanasia. ¿Pueden ofender a alguien estas declaraciones? Creo que no. Máxime si es verdad que vivimos en una sociedad tolerante y abierta, en la que, desde el respeto, cabe la libre expresión de todos los modos de pensar. Yo creo que las palabras de la Reina irritarán a los siempre irritados, a los eternamente propensos a la irritación. Y, por supuesto, a los que ya, desde siempre, han estado en contra de la Monarquía. A los ojos del resto de los ciudadanos, estén o no de acuerdo con ella, esas palabras la harán, a Doña Sofía, todavía más digna de consideración. A mí, como cristiano, me alegra especialmente que Su Majestad se exprese en conformidad con la fe que también ella profesa, en privado y en público. Guillermo Juan Morado, sacerote.