Hoy, 30 de julio de 2022, se cumple exactamente un siglo de la conversión al catolicismo de Gilbert Keith Chesterton y, nobleza obliga, nos corresponde este humilde tributo a un escritor cuyo camino no fue sencillo hasta el definitivo abrazo con la fe católica.
Grande, enorme, sublime, majestuoso... Así fue el autor británico en todas y cada una de las facetas que cultivó a lo largo de sus días. Además, su cuerpo, su calidad humana, su capacidad de trabajo, su humor y su entrega a los demás tampoco se alejaron mucho del significado de todos esos calificativos.
Dentro del mundo del periodismo, sus artículos y columnas nos dejaron esa gran huella a la que jamás le faltó el incisivo rastro del ingenio, el germen de la controversia, el sutil apunte de su opinión sociopolítica o la brillantez de su característico estilo a la hora de usar la pluma y expresar su parecer.
Para sus coetáneos literarios, Chesterton era de otra galaxia y exhibía un nivel al que, por otro lado, también aspiraban poetas, novelistas, humoristas o, simplemente, testigos de la realidad social de aquella Inglaterra del primer tercio del siglo XX.
Y no quedaba ahí la cosa. Ese Chesterton polifacético se las ingenió para crear tendencias ante el asombro de postuladores y practicantes de la Filosofía o Teología. Sus acertadas reflexiones, el equilibrio de su sentido común, su verdad y pensamiento siempre lograron sentar cátedra independientemente del origen de su escrito o discurso. Daba igual el medio: poema, ensayo, novela, prensa o entrevista.
En una comparativa con el mundo actual, podríamos decir que el bueno de Chesterton iba a convertirse en precursor, generador e instigador de los contemporáneos trending topics en redes sociales. Un visionario siempre adelantado a las circunstancias de su tiempo y con una gran precisión a la hora de los vaticinios.
Sin embargo, todo había comenzado con unos inicios de zozobra espiritual que, en plena adolescencia, encontraron el cobijo del Arte en la School of Arts londinense. Aquellos primeros pinitos artísticos, aunque distraídos en el sentimiento religioso, iban a forjar otro molde, el de su afición por los dibujos y el retrato.
Por otra parte, aquel Chesterton despistado, ridiculizado por sus continuas distracciones, paradójicamente fue capaz de recoger infinidad de elogios por los méritos cosechados a lo largo de una prolífica carrera literaria cuya resonancia sigue siendo santo y seña en este centenario de su conversión al catolicismo el 30 de julio de 1922.
Y hablando de paradojas, Chesterton supo jugar bien sus bazas con críticos y sus recensiones. Su manejo del léxico, su maestría con las palabras y la oceánica visión social fueron el sustento de una producción oral y escrita difícilmente rebatible por los detractores de su obra, a los que no les faltaron soberbias e ingeniosas respuestas en presencia del continuo asombro de la opinión pública.
El legado de Chesterton es descomunal en lo material por la gran cantidad de obras depositadas para la literatura universal, pero no podemos obviar la apologética de un trasfondo centrado en la defensa racional e histórica de los dogmas de la fe cristiana desde muchos años antes de su paso a la Iglesia de Roma; concretamente, con la publicación de Ortodoxia en 1908. Por todo ello, ese ejercicio práctico de procrastinación no le impediría ser justamente nombrado fidei defensor de la razón y el catolicismo. El Papa Pío XI se encargaría de ello en base a la ejemplar trayectoria del escritor hasta el día de su adiós terrenal en 1936.
Así, en ese tiempo de paulatina y progresiva conversión, en ese camino no exento de los abrojos de la enfermedad, la incomprensión en ámbitos cercanos, los demonios internos, la Gran Guerra, las presiones familiares y el poder mediático, Chesterton supo hacer acopio de una gran fortaleza mental y espiritual para, con mesura, conseguir dar el definitivo tránsito que le conduciría a elegir, decidir y, en consecuencia, rechazar todo lo demás como había apuntado en Ortodoxia, inicio del proceso de búsqueda de una religión que otorgara razones y pusiera sentido cuando los errores y equivocaciones se convirtieran en los principales obstáculos de nuestra existencia.
La presencia de Chesterton en las Letras Británicas como figura icónica de ese Catholic Literary Revival durante las primeras décadas del siglo XX supondría la eliminación de barreras en el camino de indecisos, la resolución de dudas morales de sus allegados y la severa firmeza contra el Establishment social y religioso como el que, en 1845, había ejemplificado San John Henry Newman.
Tal vez, aquellas iniciativas espiritualmente bien fundadas sentaron las bases de otros puntos de vista, de posicionamientos disidentes contra la mainstream, de miradas en una nueva atalaya desde la que atisbar estelas de un pasado milenario para recuperar valores mandados al infierno del exilio y triunfar con la tradición de las virtudes cardinales. De todos es sabido que el Mal siempre persevera y, en la duda o la ambigüedad, se desenvuelve a la perfección hallando el estado natural de su indigna supervivencia.
Tal vez, aquellas pretéritas carencias en cuestiones de educación, la situación socioeconómica y geopolítica anterior y posterior a la Primera Guerra Mundial o la sospechosa presencia de impositivos monopolios de pensamiento provocaron la irrupción de ese movimiento de intelectuales en busca de una Verdad que, un siglo después y con reminiscencias de aquel pasado, continúa escondida a la espera del rescate de valientes hombres y corrientes capaces de mantener el pulso a infames y desestabilizadoras agendas globalistas encaminadas a asestar un golpe definitivo a la humanidad con la ayuda de la discordia, la manipulación y la deshumanización.