El 22 de julio de 1968 moría inesperadamente un escritor apasionado, un hombre que había sido todo corazón y sentido del humor, si bien esto no era incompatible con su espíritu tenaz y combativo. Se trataba de Giovanni Guareschi, el creador del párroco don Camilo y de su eterno rival, el alcalde comunista Peppone. No le faltaron en vida las contrariedades y las contradicciones al escritor y periodista, siempre desilusionado por la política, que en los años de la posguerra llegó a decir que se sentía monárquico en una república de derechas que caminaba inexorablemente hacia la izquierda. Esto tenía derecho a decirlo quien había pasado dos años en un campo de concentración alemán y que no perdió nunca el sentido del humor, componente esencial para soñar y tener ganas de vivir en la casa de los muertos, por parafrasear esa novela de Dostoievski que recoge su experiencia siberiana.
Giovanni Guareschi (1908-1968) creó una serie de personajes inolvidables en el "pequeño mundo" de Don Camilo: son ocho novelas, tres en vida y cinco póstumas.
El mejor elogio que conozco de Guareschi lo hizo Indro Montanelli: «Sin él, no se puede entender el siglo XX». Pero también puede servirnos para entender nuestra época, en las que las emociones desatadas por la política, al igual que en la Italia de la posguerra, llevan a menudo a perder el sentido del humor, en el que nuestro escritor era un auténtico maestro. Leer a Guareschi, y en particular el ciclo de relatos de don Camilo, contribuye a hacer del lector una mejor persona, siempre y cuando consienta en abrir su corazón al torrente circulatorio del buen humor. Hoy es frecuente que la risa o la sátira sean una protesta desgarrada de quienes se niegan a aceptar la realidad, pues se les hace insoportable y aspiran a destruirla para crear un mundo supuestamente perfecto. Este tipo de humor ve la realidad por medio de espejos deformados y quiere alejarse de ella para vivir de ensoñaciones. Nada que ver con el realismo fantástico encarnado por Guareschi, del todo creyente en la realidad aunque la enfoque con un ojo crítico. Cabe preguntarse qué habrá fallado si un día se apagan las sonrisas en el mundo al que aspira el humorismo malhumorado. De lo que estamos seguros es de que allí no habría sitio para Giovanni Guareschi.
Si las historias de don Camilo y Peppone se redujeran a una colección de diálogos punzantes e ingeniosos, la obra de Guareschi estaría destinada a caer pronto en el olvido. Pero existe un tercer personaje para convertir estas páginas en imperecederas: el Cristo crucificado del altar de la parroquia, el confidente y consejero de don Camilo. Nuestro escritor aseguraba que los lectores tenían derecho a sentirse ofendidos por las conversaciones puestas en boca del cura y del alcalde, aunque no con las palabras del Cristo, representante de la sagrada voz de la conciencia de Giovanni Guareschi. No es, desde luego, una conciencia complaciente sino crítica, con lo que da testimonio de ser verdadera. Es un Cristo con sentido del humor, el que ilumina a don Camilo, cegado por sus rigideces de carácter y tradiciones acríticas, para que cambie su perspectiva y mire los sucesos de modo diferente. Una justa perspectiva pasa siempre por tomar distancia de uno mismo. Otra persona que no fuera el hombre de fe que es don Camilo se resistiría a abandonar sus prejuicios por temer que está traicionando a su personalidad. Sin embargo, obedecer a Cristo no es pérdida sino ganancia. Nos hace más humanos e incluso puede arrancarnos una sonrisa que entierre los sentimientos de ira, culpa o vergüenza. Con Cristo, el humor se ha hecho misericordia.
Con Don Camilo (1952), de Julien Duvivier, comenzó la serie de películas interpretadas por Fernandel como el párroco y Gino Cervi como Peppone. A partir del minuto 2:20, el primer diálogo del sacerdote con el Cristo de su iglesia.
Así habla el Cristo de don Camilo: «Si para hacer comprender a alguien que se equivoca tú le dejas tendido de un escopetazo, ¿quieres decirme con qué objeto me habría dejado yo colgar en la cruz?». «Si te duele la cabeza, ¿tú te la cortas para curarte el mal?». «Todos aquellos que pertenecen a la categoría de hombres siempre son hombres, hagan lo que hagan, y deben de ser tratados como tales. De otro modo, en vez de descender a la tierra para redimirlos, dejándome clavar en una cruz, ¿no hubiera sido mucho más sencillo aniquilarlos?». Habla aquí, sin duda, el Cristo del Evangelio, el mismo que ha dicho que no se puede arrancar la cizaña a la vez que el trigo, el que asegura que hay que hacer a los demás lo mismo que querríamos que hicieran, o el que va más allá al afirmar que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Los comunistas quieren acudir a la procesión del Cristo con sus banderas. Don Camilo se niega, y Peppone decide boicotear el acto. Unos acobardados fieles dejan solo al párroco, quien, crucifijo en mano, se dispone a afrontar él solo el boicot. Cuando el párroco le pide al alcalde que se descubra, éste lo hace: "No por usted, sino por Él". Guareschi en estado puro.
Ese Cristo habla además de perdón en estos términos: «Es preciso perdonarlos porque no lo hacen para ofender a Dios. Ellos buscan afanosamente la justicia sobre la tierra porque ya no tienen fe en la justicia divina, y procuran afanosamente los bienes terrenales porque no tienen fe en la recompensa divina». Estamos escuchando aquí al Dios misericordia, cuyos caminos y pensamientos son diferentes a los de los seres humanos, el mismo que en la cruz pide perdón por aquellos que no saben lo que hacen. ¿Quién puede poner en duda que el Cristo de don Camilo es Dios?
Publicado en Alfa y Omega.