Hace unas semanas leí una información relativa a la apertura de curso 2008-2009 de la CONFER (Confederación Española de Religiosos [masculino genérico]) con una eucaristía presidida por el presidente de este organismo, el mercedario Alejandro Fernández Barrajón, quien en su homilía hizo algunas afirmaciones, siempre según la información de que dispongo, que a mí, personalmente, no me dejaron nada tranquilo, y como no he visto luego que hayan sido aclaradas, corregidas ni desmentidas, debo dar por correcta la noticia a que me atengo. El padre Fernández Barrajón “dejó claro”, ante la Asamblea Nacional a celebrar entre los días 11 al 14 de noviembre próximo, “que CONFER mantendrá una línea de actuación autónoma e independiente: ‘Queremos ser como nosotros queremos ser y no como otros, fuera de nosotros, quieren que seamos’”, enigmáticas palabras, ¡pardiez!, que dejan a un creyente de a pie, como el que suscribe, francamente fuera de juego. Porque, vamos a ver, estimado redentor de cautivos, ¿quiénes son esos tan dictadores, o acaso malvados, que pretenden imponer a los miembros –y miembras- de la vida consagrada ser distintos y distintas de lo que frailes y monjas quieren ser? Pero, ¿qué es lo que quieren ser?, ¿lo que han sido siempre y está definido por los cánones y la respectiva regla de cada orden, o resulta que han descubierto de pronto un nuevo Mediterráneo que ignoramos los ignorantes? De todos modos, lo que más me ha llamado la atención y me ha dejado con cara de tonto, es la frase del hijo de San Pedro Nolasco en la que dice que “la CONFER mantendrá una línea de actuación autónoma e independiente”. Aparte de que “autónoma e independiente” no deja de ser una redundancia en el supuesto que nos ocupa, sorprende que los consagrados a estas alturas quieran ser independientes. ¿Independientes de quién, o respecto a quién? ¿Individualmente respecto a sus superiores, o a sus curias generalicias? No creo que debamos dar un sentido tal a las palabras del mercedario. En ese caso, ¿de qué dependencia quieren liberarse?, ¿de la dependencia de los obispos, sucesores de los apóstoles, de aquellas diócesis en las que tienen casas, conventos o monasterios las diferentes órdenes? No me sorprendería que fueran por ahí los tiros. Personalmente tengo excelente y muy vieja amistad con un cardenal, en su día obispo de una diócesis en la que este escriba residía temporalmente, por motivos que ahora no vienen al caso, un determinado período de cada año. Ello me daba la oportunidad de conversar frecuentemente con él y conocer los dolores de cabeza que le causaba alguna que otra orden ubicada en su territorio diocesano, a pesar del buen trato que dispensaba el obispo, hoy cardenal, a todo el mundo, incluidos los díscolos. Aunque, a lo mejor, no se conforman con objetivos tan modestos, sino que apuntan más alto, qué se yo, ¿al propio Vaticano? Me parecería absurdo, por ello, no creo que se trate en absoluto de una cosa así, sino que Fernández Barrajón mira mucho más bajo, más a ras del suelo, pero, a quiénes o en qué dirección. Por supuesto yo no tengo, ni remotamente, ninguna autoridad para pedir aclaración alguna al fraile de la Real, Celestial y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos, en uno de cuyos colegios cursaron la enseñanza media mis tres hijas, sin embargo no estará de más permanecer pendientes de esa anunciada asamblea, por si acaso. Desde el Vaticano II, y no por “culpa” del Concilio precisamente, los clérigos, tanto seculares como regulares, así como monjas, religiosas y “señoritas”, han dado más de una sorpresa. ¿Podríamos estar ante una más? Vicente Alejandro Guillamón