Como bien ha publicado Religión en Libertad, los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que recoge la Agenda 2030 y las 169 metas que se derivan de ellos (impulsadas por la ONU, entre otros organismos) no son ideológicamente neutros, ya que, con enunciados, en apariencia, inocuos y bonitos, no rechazables por nadie a priori (¿quién se opondría a que haya menos pobreza, hambre o mejor reparto del agua en la Tierra, por ejemplo?), buscan redefinir el mundo e imponer una determinada forma de ver la vida, con exclusión de todas las demás. Hay un claro deseo de poner patas arriba el orden de valores vigente en Occidente y en la civilización de origen judeo-cristiano y sustituirlo por otro orden de valores nuevo, lo que se llama "un nuevo orden mundial", que, poco a poco, se impondrá a todos, sin posibilidad de disentir en un "pensamiento único". Las leyes y los gobiernos, siguiendo directrices de organismos supranacionales, ya se encargarán de tapar la discrepancia.
En muchos temas y normativas, vamos rápido hacia dicha dirección. Caigamos en la cuenta de cómo se ha ido estableciendo en nuestra sociedad una cierta dictadura de "lo políticamente correcto" y quien se atreva a saltársela, ya sabe lo que le espera.
El problema de la Agenda 2030 (que apoyan bastantes políticos españoles e internacionales de todo signo ideológico) no es el enunciado de sus 17 Objetivos de Desarrollo (aparentemente inocuos), sino cómo quiere aplicarlos, esto es, la letra pequeña. Así, cuando habla de "derechos reproductivos", todos sabemos que se refiere a la implantación mundial del aborto; hay un claro neo-malthusianismo, por el que se entiende que hay que reducir de manera drástica la población mundial y lo hace promocionando de forma radical el aborto mencionado, la eutanasia, la destrucción de la familia, el feminismo extremo y el discurso LGTBI (para que no haya hijos).
Por supuesto, quienes defienden estas ideas son incapaces de auto-inmolarse "por el bien de la humanidad", porque todo lo piensan para los demás, pero no para ellos mismos (desde luego, ellos no sobran); la ecología pasa a ser la nueva religión mundial sin Dios, pues prima, sobre todo, la protección de "la diosa madre Tierra", por encima, incluso, de las personas, a las que se coloca el estigma de estar destruyendo el planeta, razón de más para reducir la población del mundo como sea, pues se las ve como una amenaza, se piden sacrificios por un supuesto bien (en comodidades, en pagar más impuestos...) y se riegan con dinerales chiringuitos o personas que, vaya casualidad, se benefician con pingües ingresos. Observemos cuánto dinero se gasta en España y en el mundo solo en estas cuestiones ideológicas. Luego tampoco llega el dinero y los gobiernos necesitan subirnos aún más los impuestos.
En su reciente discurso (el pasado 28 de septiembre) ante la Asamblea General de la ONU, el cardenal Pietro Parolin, número dos del Vaticano, se atrevió a criticar, en la misma casa donde se cocinan y promueven estas cosas, la teoría de género, el aborto (mucho más, entendido como supuesto "derecho"), las colonizaciones ideológicas... y advirtió de que, a nivel mundial, "la primera reforma, y la más necesaria, es la de volver a un diálogo sincero y abierto".
En efecto, señaló, "las organizaciones creadas para promover la seguridad, la paz y la cooperación ya no son capaces de reunir a todos sus miembros en torno a una mesa" y "existe el riesgo de una «monadología» y de una división en «clubes» que sólo admiten a los Estados considerados ideológicamente compatibles. Incluso las agencias dedicadas al bien común y a las cuestiones técnicas, que hasta ahora han demostrado ser eficaces, corren el riesgo de quedar paralizadas debido a la polarización ideológica". Terminando su discurso, el cardenal Parolin llegó a decir que hay peligro "de que unos pocos privilegiados impongan sus ideas y políticas a los demás. En otras palabras, es necesario volver a los orígenes, al espíritu que inspiró a los miembros fundadores de esta Organización [de las Naciones Unidas], que es un foro de diálogo abierto e intercambio de ideas para dejar un mundo mejor y más pacífico".
Con suavidad de formas y con elegancia, me parece que estas palabras fueron un tortazo en la misma cara de la Asamblea, no sé si suficientemente advertido por los presentes o por el público en general.
Algunos expertos en el tema que nos ocupa comentan que estamos ante un plan trazado por la masonería abiertamente anti-cristiana, disfrazada bajo capa de filantropía, hermandad y otras bonitas palabras, incluso de "bien de la humanidad". No extrañaría: la importancia de la masonería en acontecimientos clave de la Historia es indudable, así como la notable presencia histórica en la esfera pública de políticos masones (algunos conocidos, muchos otros ocultos, pues se trata de una organización "secreta o discreta"). La masonería tiene una determinada visión del mundo y no es raro que se infiltre, cada vez con más eficacia, en todos los ámbitos de control y poder donde pueda influir para establecerla, aplicarla e, incluso, imponerla. Pero no nos engañemos: el plan tiene una entraña un tanto perversa y hasta "diabólica"; con todas las trazas de ser un caramelo envenenado envuelto en bonito papel de celofán, un "demonio" disfrazado de "ángel de luz". Tengamos información, cautela y espíritu crítico, porque no es oro todo lo que reluce.