De manera un tanto simplificada se suele identificar el pecado de Sodoma con la práctica de la homosexualidad. La identificación ha resultado históricamente tan clara que incluso el término “sodomita” se usa en diferentes lenguas, incluido el español o el inglés, como equivalente. Las razones para esa utilización del término es obvia. Efectivamente, en Génesis 18 se describe como la vileza moral de los habitantes de Sodoma queda de manifiesto al intentar mantener relaciones homosexuales con los visitantes de Lot y como ese episodio muestra hasta qué punto el juicio de Dios sobre Sodoma y Gomorra está más que justificado. Sin embargo, creo que el episodio de Génesis 18 constituye, si se me permite utilizar el símil, sólo los últimos minutos de una película que se ha extendido a lo largo de años, quizá décadas, en la que el tema –bien trágico– es la degeneración moral de una sociedad y la conclusión es que Dios, soberano sobre la Historia, siempre acaba ejecutando Sus juicios sobre pueblos y naciones por razones morales. Así, el pecado de Sodoma no sería la práctica de la homosexualidad, sino que la práctica de la homosexualidad sería la consumación del pecado de Sodoma y el episodio del Génesis únicamente reflejaría la conclusión de un proceso mucho más amplio. En este artículo y los siguientes, intentaré detenerme en las fases de ese proceso de degeneración moral que acaba desembocando, de forma irremisible, en el juicio divino. Afortunadamente, el proceso aparece descrito en Ezequiel 16:49-50: “
He aquí que la maldad de tu hermana Sodoma fue ésta: soberbia, abundancia de pan, abundancia de ocio tuvieron tanto ella como sus hijas, y no amparó la mano del débil y del necesitado. Y se llenaron de soberbia y cometieron abominación delante de mi, y al ver lo que perpetraban, las eliminé”. La sucinta –pero, como veremos, sustanciosa– descripción de
Ezequiel indica sin lugar a dudas cuál es el primer paso de depravación que concluye en la práctica de la homosexualidad (abominación) y el juicio de Dios. De manera quizá sorprendente para algunos no es la lujuria ni el deseo desaforado sino la soberbia. Lo que introduce la primera cuña entre Dios y los seres humanos es la convicción de estos últimos de que pueden actuar sin tener en cuenta la ley de Dios y de que, en lugar de someterse a Su Palabra, pueden someter ésta a sus opiniones humanas. Semejante conducta es mera soberbia y tiene consecuencias fatales. Los ejemplos de soberbia en las Escrituras comienzan en el mismo jardín del Edén cuando
Adán y
Eva deciden que van a actuar no según el mandato de Dios, sino según lo que a ellos les parece bello a la vista y agradable al gusto (Génesis 3:6). Por supuesto, ambos podrían haber aceptado humildemente que Dios sabía mejor que ellos lo que era bueno, pero, soberbiamente, hicieron lo contrario con unas consecuencias devastadoras para el género humano. Esa misma soberbia –cuyo contrapunto es
Abraham– es la que hallamos en Babel donde los hombres decidieron prepararse un abrigo frente a cualquier castigo divino y lo único que lograron fue sumirse en la confusión más horrenda (Génesis 11:1 ss). Esa misma soberbia es la que, a fin de cuentas, hallamos en la descripción del proceso de degeneración moral que
Pablo describe en Romanos 1:18-23, al señalar que los seres humanos en lugar de someterse humildemente a Dios, se crearon sus propias (y repugnantes) divinidades y se entregaron a razonamientos que les parecían sofisticados, pero que no pasaban de ser necedades tenebrosas. El pecado de Sodoma comienza, al fin y a la postre, cuando un individuo o una sociedad decide que su opinión es tan buena –en la práctica, mejor- como la de Dios. Cuando en lugar de atender a lo que la Escritura enseña, se dedica a indicarnos que esas eran ideas quizá buenas para otros tiempos, pero inaceptables para nuestro día; cuando decide que las enseñanzas sobre la sexualidad o la familia contenidas en la Biblia son inaceptables porque chocan con la ideología de género o cuando, a fin de cuentas, decide que –en su inmensa soberbia– sabe más que la Palabra de Dios y puede afeitarla o recortarla como si fuera la barba de un gañán, en ese momento se han dado los primeros pasos en el pecado de Sodoma y hacia su trágico destino. Pero la soberbia, como, Dios mediante, veremos, es sólo el primer paso. Un último comentario antes de concluir esta entrega. Ví a la joven hermana
Raquel Sánchez Cereso en Antena-3. En medio de tantas manifestaciones de tibieza,
su aparición en la pantalla fue conmovedor. El suyo fue un ejemplo de dar testimonio con valentía, con denuedo y con arrojo en medio de un contexto hostil, en la convicción de que, por mucho que diga el mundo, lo que Dios nos ha enseñado es infinitamente mejor. Que Dios la bendiga mucho –lo hará sin duda- por actuar de la manera debida.
César Vidal