No espere el lector ninguna requisitoria contra el arzobispo de Madrid, cardenal Rouco (los redichos perifrásicos siempre dicen Antonio María Rouco Varela, así, todo entero, como si hubiesen a mano muchos Rouco y menos cardenales). Pero a lo que iba: nada tengo contra el cardenal Rouco, ni siquiera puedo opinar sobre la calidad de su pontificado madrileño. Autoexiliado en los parajes de la sierra, como me dicen mis amigos urbanitas, no me entero de los cotilleos eclesiásticos que quitan y ponen cargos –o pretenden quitar y poner-, ni los echo de menos. Entretenerse en esas habladurías de sacristía es un pérdida de tiempo. Pero sí me parece, desde estas alturas serranas, que la diócesis está paralizada, invernada –que frío físico no nos está faltando-.

En el fondo encuentro explicable que la diócesis matritense mantenga un compás de espera. Ningún obispo, en expectativa de retiro, se embarca en un gran plan de pastoral que acaso apenas iniciado le llega desde Roma la aceptación de su renuncia por edad. No dejaría de ser un “paquete” para el que llegara después.

Rouco cumplió la edad de jubilación canónica, 75 años, el 20 de agosto de 2011, lo que significa que lleva de prórroga dos años y medio, o lo que es lo mismo, mucho tiempo sin acometer ningún plan de renovación ambicioso, porque no le daría tiempo a rematarlo. Ello explica el paréntesis que, en mi opinión, padece la diócesis. Y no digamos ciertas parroquias como la mía, en la cual, más que quietud, sufre parálisis degenerativa. Sin una asociación de nada que llevarse a la boca. Sólo muestra una actividad encomiable el servicio de Cáritas, gracias a la dedicación de un pequeño grupo de señoras que atienden con generosa entrega a las demandantes crecientes de ayuda, en su inmensa mayoría por parte de marroquíes y rumanas.

En el caso de las musulmanas tengo mis dudas sobre su verdadera situación económica. No sé si realmente son personas necesitadas o se trata de una estratagema, inducida desde oratorios y mezquitas, para producir agobio a los infieles cruzados y exprimirles hasta el tuétano si es posible. Es que los veo también en el centro de salud con su colección de niños a pedir recetas para todo. No hace mucho presencié cómo mi médico de cabecera, una doctora muy eficiente y amable, se revolvía indignada contra cierta paciente que pedía recetas para “medio” Marruecos. “A ésta, ni una receta más” le dijo a la enfermera. Así no es de extrañar que el sistema de Salud español sea un pozo sin fondo.

Y Cáritas al quite. Bien, eso está bien, pero entre tanto la feligresía y la fe casi en la UVI. Y la necesaria reacción religiosa de esta diócesis de Santa María de la Almudena dejada en manos de gente entusiasta aunque van a su aire. Bueno, más vale algo que nada, pero Pío XI, para afrontar la avalancha masónica laicista –seguida del marxismo y el anarquismo- que intentaban, todos ellos, destruir la Iglesia, creó la Acción Católica, el apostolado jerárquico de los seglares de base parroquial y diocesana, que dio grandes frutos en muchos países, entre otros en Argentina y en España. Sin embargo, ahora, a qué “santo” nos encomendamos para superar la delicada situación que padecemos, ¿a los entusiastas de dudosa formación doctrinal que van por libre? No sé, pero me parece muy arriesgado.