Aunque no tengo claro que el ecumenismo estuviera entre los objetivos principales del Sínodo, el avance ecuménico que acaba de producirse en el mismo, si es que en verdad se confirma, puede marcar un antes y un después. Sinceramente yo no estaba todavía preparado para oír de labios de un representante ortodoxo, y menos de la Iglesia Ortodoxa de Grecia -que no es la más pro-ecuménica-, la siguiente afirmación: Así aparece también la misión primaria, histórica y extraordinaria, del primer obispo de la cristiandad, quien preside en la caridad, y sobre todo, de un Papa que es Magister Theologiae (maestro de teología, ndt.): ¡ser signo visible y paterno de unidad y guiar, bajo la guía del Espíritu Santo y según la Sagrada Tradición, con sabiduría, humildad y dinamismo, junto a todos los obispos del mundo, co-sucesores de los apóstoles, a toda la humanidad a Cristo Redentor! Si todos los ortodoxos llegan a creer que el Papa es el primer obispo de la cristiandad, cuyo ministerio es presidir en la caridad, ser Magister Theologiae, signo visible y paterno (sí, sí… paterno), y guía bajo la guía del Espíritu Santo y la Tradición junto con los otros obispos, pues señoras y señores, estamos a un paso de enterrar el cisma que nos separó hace un milenio a católicos y ortodoxos. Es de todo punto impensable que un archimandrita, algo así como un abad en el ámbito católico, se saque de la manga un discurso como el del padre Ignatios D. Sotiriadis. El funcionamiento sinodal de los ortodoxos no da mucho margen a la actuación motu proprio de sus representantes. Para mí está claro que si la Iglesia Ortodoxa de Grecia, claramente no la más inclinada al ecumenismo hasta que la visita del Papa Juan Pablo II les dejó impresionados, ha expresado de esa manera su sentir respecto al papado, debemos ver en ello la mano del Patriarca de Constantinopla, de quien dicha iglesia nacional se declara hija. Hoy por hoy siguen siendo los rusos los más renuentes a este tipo de avances. Pero no tanto por cuestiones teológicas, creo yo, como de orgullo eclesial, no necesariamente perverso -la iglesia rusa tiene mucho de qué “gloriarse"-, pero sí peligroso en caso de que sea un obstáculo efectivo para la reconciliación previa. En todo caso, debemos alegrarnos por lo que acaba de ocurrir en Roma. No es de extrañar que el discurso de Sotiriadis haya sido el más aplaudido de todos los pronunciados hasta ahora. Es obvio que los padres sinodales eran conscientes de encontrarse, muy probablemente, ante un hecho histórico. Luis Fernando Pérez Bustamante