En un mundo en el cual ya no nos fiamos ni de lo escrito –porque el que hace la ley, hace la trampa–, tiene un mucho mérito que la Iglesia católica siga dando importancia a la palabra. Pero, ¿a qué palabra? A la de Dios, en primer lugar. Y también a la del hombre, que está en amistad con Dios y con su conciencia. Por eso, porque la Palabra de Dios es importante para nosotros, es por lo que se está celebrando en Roma un Sínodo dedicado a ella. La Palabra de Dios es tan importante para los católicos que buena parte de las críticas que recibimos se deben al respeto con que la tratamos. De hecho, son muchos, de dentro y de fuera, los que nos dicen que por qué no cambiamos tal o cual precepto moral –la prohibición del divorcio, por ejemplo–, alegando que hay que poner al día la ética cristiana. A estos les resulta incomprensible que nos aferremos a las enseñanzas de Cristo y que nos neguemos a corregir ni tan siquiera una coma de lo que el Maestro nos mostró con su vida y con su doctrina. Para ellos, Jesús fue un líder, un gran hombre, y nada más. Para nosotros fue y sigue siendo el Dios vivo y verdadero, la Verdad absoluta y plena. Por eso, su palabra es «la Palabra» y somos fieles a ella, aunque nos cueste dar la vida diariamente en ese goteo de sangre del alma que son las críticas que continuamente recibimos. Precisamente por fidelidad a Cristo y a su Palabra. La RazónSantiago Martín, sacerdote