Un mes más, y seguimos avanzando, los datos de la última encuesta del CIS reflejan que a los españoles nos preocupa mucho el elevado desempleo. Unos dicen que está cambiando la tendencia, otros nos pretender quitar toda esperanza de recuperación. Y el ciudadano de a pie cada vez está más preocupado. El tiempo dirá si el despunte de la economía (que nos están contando) se traduce pasito a pasito en más empleo. Y por el bien de tantos que están en esa situación, esperamos que los pasitos no sean de bebé indeciso.
Junto a esta preocupación continúa creciendo otra, quizás menos inmediata pero más básica, fundamental: el fraude y la corrupción, principalmente en ámbito político (y de amigos de políticos). Si salimos a preguntar a la gente, escucharemos de muchos la respuesta pesimista: no hay nada que hacer, en los políticos y el sistema campea la corrupción, y sólo podemos aguantarnos. Los políticos son caso perdido. Y ante ese pesimismo sólo nos cabe la resignación (y si eres cristiano, soportar mejor esa realista cruz de la corrupción).
Muchas personas, y también la Iglesia, ven con más optimismo al político, la vocación política. Pidiendo consejos para los políticos, muchos ciudadanos coinciden: ser honrado y trabajar por el pueblo. Es el consejo del habitante de Perogrullo, con un poco de sentido común. Y coincide con lo que el Catecismo de la Iglesia recomienda a los políticos, llamándoles “servidores del bien común” y “testigos y operadores de paz y justicia”. Con palabras sencillas o con términos más elaborados, el fondo es el mismo.
¿Pero qué significa ser honrado? ¿En qué consiste la honradez? El diccionario nos habla de integridad en el obrar, rectitud de ánimo. Y podríamos añadir respetar los derechos, libertades y deberes de las personas. Una definición sencilla pero a la vez difícil, tan difícil como este arte de la política. Nos deja, sin embargo, una base común: la persona, ser al que se gobierna pero que a la vez no puede ser tratado como una cosa, como un instrumento, como un medio. Cada persona tiene un valor en sí misma, más allá de que ofrezca su voto a uno u otro partido, o en un acto simbólico y político, no le dé el voto a nadie.
La persona, cada ser humano, niño, joven, viejo, embrión, enfermo, rico, pobre, necesitado, desempleado, asalariado, mileurista y un larguísimo etcétera cuenta. Y cuando este bien, basa para la sociedad y la política, pierde su valor, todo lo demás también se devalúa. Por eso la política espartana fracasó (se olvidó, entre otros, de los niños imperfectos).Por eso la política romana fracasó (se olvidó de gran parte del pueblo). Por eso, en los tiempos modernos, la política de Hitler fracasó (sobraban los no arios). Por eso tantas políticas comunistas han fracasado (quisieron prescindir y eliminar a los que no estaban de acuerdo con el Papá Estado). Por eso, quizás, algunas políticas actuales, enarbolando la bandera de la democracia para aislar a los que no opinan como ellos, terminarán fracasando. ¿Dónde está el hombre para el que se gobierna, el hombre al que se sirve?
Necesitamos ver esta meta como ideal, y no como idealismo. ¿La diferencia? El primero se puede alcanzar, igual que el ideal de conseguir escalar el Everest sin oxígeno. El segundo es una utopía, algo bonito de soñar, pero en el fondo sueños, sueños, sueños. A pequeña escala, en muchos pueblos pequeños, constatamos que este ideal seva acercando. Lugares en los que el alcalde y los concejales, independientemente de su color político, toman café con la gente del pueblo, van a comprar con ellos, y trabajan con honestidad por mejorar los servicios públicos del ayuntamiento. Estarían más cómodos en la casa de la ciudad, o en su chalé en medio del campo, pero los ciudadanos, con frecuencia personas mayores, necesitan que alguien les ayude.
Recientemente ha sido premiado el P. Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, por su trabajo en la difusión de los valores evangélicos en el mundo actual, el mundo de la polis. ¿Cuál es el centro humano de esos valores evangélicos, sino la persona, un bien amado por sí mismo? Es el mensaje que nos regaló la Persona, con su palabra y con su vida.