Lo que digo en el titular no es nuevo; tuvo sus antecedentes, aunque no referidos exactamente al socialismo. Hacia finales del siglo XIX, el sacerdote de Sabadell (Barcelona), mosén Feliú Sardá i Salvany (18441916), publicó un famoso libro titulado “El liberalismo es pecado”, biblia del integrismo católico, del que hizo una monumental edición en ocho idiomas. El integrismo decimonónico no distinguía muy bien lo temporal de lo sagrado, es decir, que no tenía debidamente en cuenta lo que contestó Jesús a los fariseos: “dad al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios”. Aunque hay que hacer notar que el liberalismo de aquella época, al menos en España, era una corriente política dominada por masones jacobinos y comecuras, siempre dispuestos a perseguir a las órdenes religiosa, en especial a los jesuitas, y expoliar a la Iglesia. Por su parte el socialismo español fue marxista desde su misma fundación por Paulino Iglesias en 1879, y en tanto que marxista, ateo y enemigo de cualquier modo de expresión religiosa. Como dijo el propio Marx, “la religión es el opio del pueblo”. La época de mayor virulencia antirreligiosa de los socialistas españoles se produjo durante la revolución de Asturias (octubre de 1934), y a lo largo de la guerra civil, sobre todo al principio, donde las organizaciones del PSOE, incluida la UGT, se sumaron decididamente, en la zona dominada por el Frente Popular, a la matanza de obispos, sacerdotes, religiosos y católicos de a pie, aunque no hubiesen tenido ninguna significación política, simplemente por ir a misa. Cuando se restableció la democracia, tras la muerte de Franco en 1975, muchos creímos, y yo en un lugar de avanzada, que el desastre de la guerra, la represión subsiguiente y el largo purgatorio impuesto por el “Régimen”, como decíamos entonces, les habría servido de lección, mejor dicho, nos habría de servido de lección a todos, pero algunos no tardamos en caernos del guindo, si bien nunca pudimos imaginar que las cosas llegarían al extremo que padecemos ahora. El socialismo actual no es ya marxista, aunque no pueden renunciar a ciertos tics añosos, trasnochados y esperpénticos, como ese espectáculo patético que ofrecen sus asambleas, cuando terminan cantando la Internacional con el puñete en alto: “Arriba parias de la tierra, en pie famélica legión”. ¡Qué espanto, qué desvergüenza y qué insulto a los verdaderos pobres! Una gente bien cebada y bien colocada generalmente en entidades y organismos públicos que pagamos los exprimidos contribuyentes. El PSOE de este tiempo es, más que nada, jacobino, laicista radical, sectario, dirigido por una casta trufada de masones (como antiguamente el liberalismo al hispánico modo), cuyo mayor empeño es arrinconar a la Iglesia, presentándola como una institución anticuada y retrógrada, cuyas normas morales se oponen, entre otras “represiones”, a la liberación sexual, especialmente de la mujer, a la que estos “liberadores” de instintos inhumanos dan licencia para hacer de su capa un sayo. ¿Se puede votar a un partido así? ¿Se puede dar el voto a un partido que pretende adoctrinar a nuestros hijos en tales ideas? Los obispos norteamericanos vienen insistiendo desde hace tiempo, colectiva o individualmente, que no se puede votar a candidatos que defiendan el aborto, la eutanasia, el racismo o el “matrimonio” homosexual. Hablan de candidatos y no de partidos, porque en Estados Unidos se vota más teniendo el cuenta el perfil de los candidatos, que la “marca” política que puedan representar. En efecto, ¿puede votarse a gente que propugna o defiende tales aberraciones, entre criminales e inhumanas? ¿No es acaso pecado apoyar políticas tan perversas? Sí, ya sé que el pecado no está de moda esta temporada, vamos, que no se lleva ni siquiera en muchos círculos religiosos, que se ríen de uno si se hace la menor referencia al pecado o al demonio, pero a mí, mientras quienes tienen potestad para hacerlo, no me digan lo contrario, sigo creyendo que hay demonio, que a veces lo he visto encarnado en algún mandamás político (Hitler, Stalin, Lenín, Mao, Pol-Pot, Castro, por no hablar de personajes actuales y más próximos), y que se peca cuando se transgreden normas fundamentales de lo que decimos creer, por ejemplo, “no matarás”. Entonces, ¿hay que votar necesariamente al PP? No tan aprisa. Ya lo veremos en una próxima entrega. Vicente Alejandro Guillamón