El presidente y el secretario general de la Conferencia Episcopal Italiana siguen siendo nombrados por el Papa. Esto es lo que quieren los mismo obispos de Italia, después que en el pasado mes de mayo el papa Francisco les había pedido, en nombre de una mayor colegialidad, revisar el estatuto de la CEI y de repensar las modalidades de nombramiento del presidente y del secretario.
Sobre este punto se ha llevado a cabo en los meses pasados una amplia consulta del episcopado italiano. Los resultados han sido hecho públicos al término de la sesión invernal del consejo permanente, el pequeño parlamento de la CEI compuesto por una treintena de miembros, que se reunió a fines de enero en Roma.
Al contrario de lo que acontece en casi todas las conferencias episcopales del mundo, en Italia la presidencia no es electiva, sino de nombramiento pontificio. Esto no es ilógico. El Papa es efectivamente obispo de Roma y primado de Italia. En cuanto obispo de Roma – el título que prefiere Jorge Mario Bergoglio – es miembro de la CEI, aunque de hecho no participa en sus actividades. Y así, si no tuviese voz en el capítulo respecto al nombramiento de las cúpulas, se encontraría en la paradójica situación de quien, a pesar de tener autoridad superior a todas las conferencias episcopales, en lo que respecta a su diócesis debería someterse a decisiones y orientaciones tomadas sin su participación directa.
Aparte de Italia, hay solamente otros dos casos en los que los obispos no votan a su propio presidente: en Bélgica, donde el cargo corresponde al arzobispo de Malinas-Bruselas, y la conferencia de los obispos latinos en los países árabes, presidida ex officio por el patriarca latino de Jerusalén.
El hecho además que en Italia el secretario general no sea elegido sino nombrado por el Papa es verdaderamente un caso único en el panorama de las conferencias episcopales.
Pero hubo un momento, hace décadas, en el que la hipótesis que también la Iglesia italiana sometiera a votación al propio presidente y al propio secretario general tuvo un consenso muy amplio entre los obispos.
Sucedió durante la 23° asamblea general de la CEI, celebrada en Roma desde el 7 al 11 de mayo de 1983.
En el transcurso de los trabajos para la aprobación del nuevo estatuto de la Conferencia – que, entre otras cosas, había elevado de tres a cinco años la duración de los cargos mayores – los obispos fueron invitados "por disposición superior" a efectuar una “votación consultiva” respecto a la modalidad del nombramiento del presidente y del secretario general, "para entregarla al Santo Padre, sometiéndose a la decisión del Papa".
La propuesta que el presidente de la CEI fuese elegido por la asamblea de los obispos obtuvo los siguientes resultados: sobre 226 con derecho a voto los votantes fueron 185, la mayoría de los dos tercios era entonces 151, los placet fueron 145, los non placet 36, las boletas en blanco 4.
Mientras la propuesta que el secretario general fuese electo por el consejo permanente a propuesta del presidente de la CEI informó los siguientes resultados: votantes 185, placet 158, non placet 20 y boletas en blanco 7.
En consecuencia, a favor de un presidente electo se expresó la mayoría absoluta de los obispos, aunque no fue superado, por sólo seis votos, el quórum de los dos tercios requerido por las modificaciones estatutarias. Quórum que, por el contrario, fue superado para la elección del secretario general.
Sin embargo, el 25 de octubre de 1984, durante la posterior asamblea general celebrada en Roma, el entonces cardenal presidente Anastasio Ballestrero, arzobispo de Turín, comunicó que Juan Pablo II había querido reservarse el nombramiento del presidente y del secretario general de la Conferencia Episcopal, "haciendo notar cómo esta praxis constituye un signo ulterior de atención y benevolencia por parte del Santo Padre hacia los obispos y la CEI".
Hoy, por el contrario, los obispos italianos, pese a tener la posibilidad de optar por la votación directa del propio presidente y del propio secretario general, han preferido que sea el Papa quien siga nombrándolos, aunque – ésta es la única novedad – sobre la base de una lista previa de nombres indicados por una consulta reservada a todo el episcopado, con modalidades que serán definidas en el futuro estatuto, que podría ser aprobado en la próxima asamblea general a celebrarse en mayo.
Actualmente, de hecho, la norma prevé que sea el Papa quien elija al presidente de la CEI y nada dice respecto a la consulta que puede preceder a esta elección.
Pero hubo dos veces – a diez años de distancia una de otra – en las que los procedimientos de consulta adoptados fueron hechos públicos oficialmente.
La primera vez fue el 1 de octubre de 1969, cuando un seco comunicado publicado por "L´Osservatore Romano" informó que Pablo VI había convocado esa mañana a "los cardenales titulares de sedes residencias y al vicepresidente de la CEI" (en ese entonces único, mientras que ahora son tres) para "proceder a consultas respecto al nombramiento del nuevo presidente de la misma CEI, para sustituir al llorado cardenal Giovanni Urbani", fallecido el 17 de setiembre luego que en el mes de febrero anterior había sido confirmado por un trienio.
Así, el 3 de octubre fue nombrado presidente el arzobispo de Boloña, Antonio Poma, quien luego de haber sido confirmado por otros dos trienios el 17 de junio de 1972 y el 21 de mayo de 1975, fue mantenido en funciones por Juan Pablo I y luego por Juan Pablo II hasta el 16 de mayo de 1979, cuando dejó el cargo a los 69 años de edad, al haber nombrado el Papa a Ballestrero.
Y justamente dos días después de este nombramiento, el 18 de mayo, al dirigirse a la asamblea de la CEI reunida en Roma, Juan Pablo II explicó que había consultado a los presidentes de las Conferencias Episcopales regionales y que había elegido al arzobispo de Turín "por haber sido el indicado por la mayoría de los prelados consultados".
Ballestrero fue confirmado por un posterior trienio el 19 de julio de 1982 y dejó el cargo a los 72 años de edad, en 1985. El 1 de julio de ese año Juan Pablo II nombró como nuevo presidente al cardenal vicario de Roma, Ugo Poletti, que permaneció en funciones hasta los 77 años de edad.
Luego de él, el 4 de marzo de 1991 la presidencia pasó a Camillo Ruini, que desde el 17 de enero ya había ocupado el lugar de Poletti como pro-vicario de Roma y que – caso único en la historia de la CEI – llegó a la presidencia luego de un quinquenio como secretario general. Ruini duró en el cargo hasta el 7 de marzo de 2007.
Respecto a los pasos procedimentales que llevaron a los nombramientos de Poletti, Ruini y del actual presidente Angelo Bagnasco, nada se dijo oficialmente.
Pero en los comienzos del 2006 tuvo gran resonancia en los medios de comunicación la noticia de las "primarias" promovidas – con mucho de carta confidencial que terminó en los diarios mucho antes que en Vatileaks – por el entonces nuncio apostólico en Italia, Paolo Romeo, quien en nombre del Papa pedía a los obispos residenciales italianos que sugirieran un nombre para la sucesión de Ruini. La iniciativa abortó. Pero ahora existe la posibilidad que se llegue a la formalización propia de ese procedimiento.
Pero en lo que respecta a la elección del secretario general de la Conferencia Episcopal “la mayoría” de los obispos italianos pide que continúe siendo un obispo y que siga siendo nombrado por el Papa entre una lista de nombres “propuesta por la presidencia, previa consulta al consejo permanente”. La fórmula citada es exactamente la del actual estatuto, pero sobre el modo concreto con el que redactar la lista a ser presentada al Papa lo decidirá la asamblea de mayo.
En este caso será necesario prestar atención a los detalles para entender bien qué sucederá. De hecho, también respetando formalmente las normas, en el pasado podía suceder que fuese el presidente de la CEI, de acuerdo con el Papa, quien elegía preventivamente el nombre sobre el cual hacer confluir los consensos del consejo permanente. Mientras en diciembre pasado fue el papa Francisco el que nombró “motu proprio” al nuevo secretario general ad interim – el obispo Nunzio Galantino – sin que el consejo permanente de la CEI fuese “consultado”.
En los días pasados, además, los obispos italianos han confirmado en su totalidad el actual procedimiento respecto a la elección directa de los tres vicepresidentes por parte de la asamblea, que en la práctica son elegidos en representación de las tres áreas geográficas del país: norte, centro y sur.
Los actuales vicepresidentes son Cesare Nosiglia, arzobispo de Turín, por el norte; Gualtiero Bassetti, arzobispo de Perugia, por el centro; Angelo Spinillo, obispo de Aversa, por el sur.
Bassetti está en el límite, al haber sido electo en el 2009, en la segunda votación, con 102 votos sobre 194, muy alejado de dos eclesiásticos tradicionalmente muy presentes en la escena mediática, esto es, el entonces obispo de Terni, Vincenzo Paglia, que obtuvo 46 votos, y el arzobispo de Chieti-Vasto, Bruno Forte, que recogió 35 votos.
Nosiglia fue elegido en el 2010, cuando superó largamente en el ballotage al obispo de Como, Diego Coletti, con 137 votos a 76.
Spinillo fue elegido en el 2013, cuando superó por un soplo en el ballotage al arzobispo de Bari, Francesco Cacucci, por 100 votos a 91.
En la práctica, entonces, respecto a cuanto se podía esperar, los obispos italianos no han optado por grandes cambios en las modalidades de elección de las propias cúpulas. Pero esto no quiere decir que el pontificado de Francisco no esté imprimiendo un giro profundo en el episcopado italiano, en tanto él eligió al secretario general, quien ha comenzado a recibir en audiencia con una frecuencia mayor que la reservada al presidente.
Parece obvio además que el cambio de los estatutos implicará también la elección de un nuevo presidente en lugar del cardenal Bagnasco, no obstante que el mandato de éste, en virtud de la confirmación quinquenal recibida por Benedicto XVI, expira en el 2017. En este sentido será interesante verificar si nacerán candidaturas alternativas a la figura del arzobispo de Perugia, Gualtiero Bassetti, quien – más allá de la estima que también goza en el episcopado – con el fresco nombramiento a cardenal y a miembro de la Congregación para los Obispos parece ser el predilecto de Francisco y, en consecuencia, también su presidente “in pectore” de la CEI.
En general, parece que el episcopado italiano se encuentra en un punto de inflexión que recuerda dos precedentes, ambos de iniciativa papal.
El primero fue con Pablo VI en los años sesenta, cuando ese Papa derrocó al poderoso cardenal Giuseppe Siri de la conducción de la CEI, para acelerar el giro conciliar en el episcopado italiano, con un nuevo liderazgo auspiciado por él.
El segundo se registró con Juan Pablo II en 1985, cuando en el congreso eclesial de Loreto impuso a la CEI un cambio de ritmo hacia una fuerte presencia de la Iglesia en la escena pública, con un recambio radical de sus cúpulas.
En este sentido será interesante verificar si y cómo la figura de Nunzio Galantino asumirá con Francisco el rol clave, en la relación entre el Papa y el episcopado italiano, que Camillo Ruini – hecho secretario de la CEI un año después de Loreto – tuvo inicialmente con el papa Karol Wojtyla. Naturalmente en una dirección muy diferente.
Pero ésta es otra historia, que recién ha comenzado a escribirse.
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Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina