El pasado sábado, mientras el Papa celebraba la Santa Misa en la explanada de los Inválidos, con ocasión de su viaje pastoral a Francia, en A Pastoriza se celebraba la trigésimo primera Romaxe de Crentes Galegos. El contraste no deja de ser significativo. Mientras que el Santo Padre ejercía su ministerio de pastor universal, estos «romeros», por llamarlos de alguna manera, promueven «conjugar la fe con la galleguidad, o, lo que es el mismo, el sentirse creyente con el sentirse gallego», es decir, uncir nacionalismo con –ojo al detalle – creencia. Evidentemente, esto no tiene nada que ver con la Iglesia católica, esto es, universal, ellos lo único que quieren ser es creyentes, como si Cristo se hubiera encarnado para salvar a los gallegos (pero, ¿habrá algún purasangre gallego más allá del mito?). Resulta, por otra parte, curioso que estos grupos de teología radical no dejan de vociferar la separación de la Iglesia y el Estado, cuando en el fondo lo que quieren no es otra cosa que su unión: la unión total entre estado nacionalista e Iglesia, donde la Iglesia deja de ser católica para ser convertida en un buey que are bajo el yugo del político nacionalista de turno. Por eso la ponen a servir como una vulgar chacha al servicio de sus fines bastardos. Pero volvamos al meollo de la cuestión. Que la administración del sacramento sea lícito es dudoso ya que, tal como muestran las fotos, los trozos de pan no parecen ázimos desde luego. Otra cosa es la validez. Como dice el catecismo: Sólo el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el sacramento de la Eucaristía, actuando en la persona de Cristo (CIC, c. 900 &1; cfr. Catecismo, n. 1411). Ahora bien, para la validez del sacramento se requiere la intención de hacer lo que hace la Iglesia. ¿Lo tenían esos ministros? ¿Se cometieron los dislates litúrgicos de otras Romaxes? Si las hubo, ¿no es eso expresión de que no tenían la intención de hacer lo que hace la Iglesia? Tampoco estaría de más saber qué hicieron con los regojos del Cuerpo de Cristo (si hubo consagración), con lo que se conocería si hubo profanación. Hay que recordar que el Código de Derecho Canónico es meridianamente claro en este asunto: 1367. Quien arroja las especies consagradas, o las lleva o retiene con una finalidad sacrílega, incurre en excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica; el clérigo puede ser castigado además con otra pena, sin excluir la expulsión del estado clerical ¿Y el Obispo? ¿Se va a quedar de brazos cruzados? ¿Piensa que no le pedirán responsabilidades? Mañana hablaremos del gobierno.
Isaac García Expósito