El pasado día 11 de Septiembre, en la Misa matutina celebrada a las 7:30 por los monjes cistercienses de Sobrado, perteneciente a la archidiócesis de Santiago, varios de entre los hermanos, sacerdotes, participaron en la consagración con repostería, utilizando bollos que bien hubieran valido para desayunar, pero francamente mal para ofrecerlo como cuerpo de cristo a los presentes. Sin ningún ánimo cizañero contra estos hermanos. Que rezan y trabajan a diario ejemplarmente, y que llevan una vida sencilla, admirable y de oración por todos. Este hecho tan importante sobre lo que se puede pensar superficial, me decepcionó mucho. Más siendo un monasterio datado en el siglo X donde la tradición se respira en cada una de sus paredes y donde los hermanos conservan el hábito blanco y negro que en su día, siglos atrás les diferenció de los benedictinos. Dicen las reglas de San Benito que cuando un hermano obre mal, se lo recrimines personalmente, sin que los demás se enteren. Procediendo así (qué mejor ocasión recurrir a San Benito que en un monasterio del Cister) pregunté alarmado a un monje y recriminé el hecho de consagrar bollos corrientes. Me dijo que no pasaba nada, que la Iglesia se modernizaba y que los primeros cristianos también lo tomaban así, además de que muchos obispos habían pasado por allí, y nadie había presentado queja. Continúan diciendo las reglas de San Benito que cuando has recriminado una mala obra a un hermano y no la ha sabido rectificar, lo hagas públicamente, y ese es el motivo por el que siento el deber de expresarlo y recriminarlo De forma que se obre en consecuencia para que los monjes consagren según las formas que establece la Iglesia, y no incurran en graves errores que me traen a la memoria las roscas con las que daban mal aquellos curas de Entrevías. Jesús nos dejó su presencia viva en el Santísimo Sacramento, y de forma generosa sigue entre nosotros en las formas del pan y el vino, tal y como nos dijo y tal como fue profetizado. Este hecho me ha parecido un claro síntoma de perder la fe en su presencia, y de protestantizar la Misa, tras el ánimo de convertirla en una rememoración en lugar de un sacrificio. El cual sin dudar debe hacerse con los rigurosos parámetros de la liturgia católica, y el respeto a la presencia del Señor entre nosotros. Javier Tebas