El anuncio por parte del Gobierno de aprobar una nueva ley del aborto, más permisiva aún, así como de hurgar en la historia removiendo a los muertos en sus tumbas, ha sido acogido por muchos como un intento de distraer a la opinión pública para que se hable de eso y no de la crisis económica que nos afecta. Es posible que sea así. Pero también pudiera ser al revés: dado que hay crisis y que la gente está pendiente del dinero, aprovechar la coyuntura para dar una vuelta de tuerca más y avanzar en el programa laicista, dando por supuesto que la oposición no va a hacer batalla con esos temas, en parte porque no hay unidad en su seno y en parte porque le interesa más que la gente se fije en la economía. En cualquier caso, la cosa es muy grave. No es un problema cualquiera, es nada menos que la madre de todos los problemas, pues lo que está en juego es el derecho a preservar la vida humana. Tenemos que hacer algo. El cardenal primado ya lo ha hecho, rechazando la acusación de hipocresía que el presidente del Gobierno lanzó contra los que se oponían a la ampliación del aborto. No podemos quedarnos con los brazos cruzados. Si lo hiciéramos, la historia nos condenaría por ello. Y también tienen que hacer algo el PP y los demás partidos que aspiran a contar con el voto católico. No basta con acusar al Gobierno de hacer maniobras de distracción. Hay que comprometerse públicamente a que, si alguna vez se gobierna, la ley del aborto será derogada. Ha llegado la hora de la verdad. La Razón Santiago Martín, sacerdote