Hace años cuando se aprobó la interrupción del embarazo en diversos supuestos, alguien me preguntó si yo estaba de acuerdo con la pena de muerte. Como supondrán respondí que no, que yo no aprobaba la pena de muerte. Sin embargo entendía la despenalización del aborto en determinados supuestos. Estaba equivocada y me llevó algunos años entender el profundo sin sentido de esta ley. Con el paso de los años, he visto convertir España en un enorme campo de exterminio, es evidente que nunca hubiera podido imaginar que aquel sentimiento de solidaridad por las penosas circunstancias de algunas mujeres, diera lugar al asesinato de seres indefensos. La ciencia ha avanzado lo suficiente como para hacer viables embarazos de muy pocos meses. También nos ha mostrado las primeras semanas de vida. La frontera que tantos especialistas delimitan entre lo que es vida y lo que aún está en proceso de germinación, queda cada vez más reducida. La grandiosidad del fenómeno de la gestación no puede dejarse en manos de irresponsables o ávidos depredadores de la desgracia ajena. Tampoco en manos de laboratorios expertos en manipular la vida, haciendo un negocio de ello. Es cada día más frecuente que el aborto se realice bajo el eufemismo del tercer supuesto, “el grave peligro para la vida o la salud física o psíquica de la embarazada”. Este último supuesto es el coladero del genocidio actual, se necesita un informe médico y las clínicas abortistas tienen todo milimetrado para hacer fácil lo difícil y seguir viviendo de la muerte ajena. El caso de los fetos triturados de una determinada clínica ha quedado registrado en la historia de este país. Ahora nuestro gobierno actual, en una de sus maniobras de distracción del personal, siguiendo la mecánica de países con una dictadura, establece piruetas mediáticas para dejar de hablar de lo fundamental. Al parecer debatir sobre una supuesta nueva ley del aborto, que blindaría a las clínicas abortistas y a las asesinas de sus hijos, promete distraer la atención pública de otros temas más candentes, como es el aumento masivo de las colas del INEM. El lenguaje es importante, sus matices también, hablar de interrupción del embarazo es un eufemismo que difumina el acto real de la muerte de un ser indefenso. El derecho a la vida está garantizado para todos los ciudadanos de un país. Y el Estado es el garante de que este derecho sea respetado. Sin embargo, facilitará la muerte de seres inocentes cambiando la realidad bajo el vergonzoso “derecho al aborto”. Lo curioso es que la frialdad social sobre este tema pone los pelos de punta. Las niñas son obligadas a abortar por sus propios padres. No hay una educación para la vida, para amar y respetar al feto, para posibilitarle su acceso a la sociedad. Es un ciudadano sin derechos, sin porvenir, sin futuro. Es cierto que el feminismo tuvo entre sus reivindicaciones el derecho al aborto y los métodos anticonceptivos. En un tiempo donde morían por parto miles de mujeres. Ellas querían ser dueñas de su cuerpo y reivindicaban el derecho “a decidir”. Hoy la ciencia y los derechos sociales, han avanzado lo suficiente como para que exista una cultura pro-vida. La grandiosidad de una nación es su capacidad de dar cobertura social en cada momento de la vida a sus ciudadanos. Si el feto consiguiese tener estatus social, se estaría viendo la incongruencia de la Ley de 1.985. Por eso al movimiento pro-vida lo quieren situar en una esquina ideológica. Mientras se difunda la idea de que un pro-vida es un reaccionario que va contra el progreso de la sociedad, tendremos el equívoco de construir un país con miles de niños sacrificados día a día, con el silencio cómplice de la mayoría. Por eso creo que es necesario reivindicar un Ministerio de la Vida. Donde se proteja al ser humano desde su concepción hasta el último aliento. Sin embargo los pasos que se suceden van en dirección contraria. Dentro de poco nos condenarán a morir en manos de un comité de expertos, que asesorarán al individuo para que ofrezca su consentimiento, tal y como ahora vienen asesorando a miles de mujeres de que la mejor opción es el aborto. Carmen Bellver