Cuando vamos a celebrar la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, y el Papa Francisco nos ha regalado para este día un mensaje lleno de realismo y esperanza, Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor, me ha parecido proponeros en este día a la maestra que el Señor eligió para devolvernos siempre la mirada hacia Jesucristo, la Virgen María, que aquí en Valencia invocamos con un título entrañable y que nos recuerda siempre a los más necesitados, Mare de Déu dels Desamparats. Cada vez que voy a la Basílica, tengo un especial interés por observar a todos los que llegan, me fijo en las personas que entran, en sus rostros que revelan también sus situaciones y preocupaciones.
En esta observación general, veo muchos rostros procedentes de otros lugares de la tierra que vienen buscando mejorar sus condiciones de vida. Y una de las visitas que hacen es a la Virgen. Ella es la Madre de los Desamparados y todos encuentran a su lado, en su cercanía y en la invocación que le hacen para que interceda ante su Hijo, amparo, compresión y esperanza en un mundo mejor y en unas condiciones de vida para ellos más humanas y más respetuosas con su dignidad de hijos de Dios. En el año 2006, el entonces Papa Benedicto XVI nos recordaba que el creciente fenómeno de la movilidad humana emerge como un “signo de los tiempos”.
Un signo que, es cierto, tiene dos vertientes: 1) nos hace ver las carencias y lagunas de los Estados y de la comunidad internacional; y 2) nos revela las aspiraciones de una humanidad que quiere y busca la unidad, el respeto de las diferencias, la acogida, la hospitalidad, el que todos puedan participar de las riquezas de la tierra y la dignidad que todo ser humano tiene, regalada por Dios y que Dios quiere que se respete, se promueva y se viva según la misma.
El domingo pasado cuando entraba en la Basílica salía una familia, esposos e hijos, que eran de otro continente. Me entretuve con ellos interesándome por su vida. Al entrar en la Basílica, tuve necesidad de hablar a la Mare de Déu dels Desamparats. No podía dejar de hablarle de ellos y de todos los que vienen buscando mejorar sus condiciones de vida. Ante la Mare de Déu me vino el recuerdo de aquella advertencia de Jesucristo, de cómo en el juicio final considerará referido a Él mismo todo lo que se ha hecho o dejado de hacer “con uno solo de estos más pequeños” (cf. Mt 25, 40-45). El encuentro con María siempre nos remite a Jesucristo, según aquellas palabras suyas, “haced lo que Él os diga”.
Por ello, en esta Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, os propongo a María como “maestra del nuevo “ardor”, “método” y “expresión”. Ante Ella, sentí el deseo de llamar a todos sin ningún recato a cambiar este mundo con la fuerza de Jesucristo, tal y como nos lo enseña María. Porque, en aquella expresión de María “haced lo que Él os diga”, nuestra Madre nos manifiesta que es Él quien hace brotar la alegría y la confianza incluso en los días oscuros que llegan a la existencia diaria. Él es quien hace posible un mundo mejor, que consiste, fundamentalmente, en que busquemos todos un desarrollo auténtico e integral para que haya condiciones de vida dignas para todos, y para que la vida de todos alcance las medidas que Dios mismo puso. El desarrollo no se puede reducir al mero aspecto económico sino tiene que hacer posible que crezcan todas las dimensiones de la persona, en la que está también la dimensión trascendente.
La Iglesia quiere caminar con todos los emigrantes y refugiados. Así lo hizo el Señor cuando Él mismo, casi a los pocos días de poner su vida entre nosotros, tuvo que emigrar. La Iglesia, que ha aprendido de Él, comprende las causas de las migraciones y trabaja para superar y vencer lo que no ensalza y promueve a la persona. La cultura del encuentro y de la inclusión, que es la que comenzó Nuestro Señor al hacerse presente en este mundo, es la que deseamos hacer nosotros. De ello os he hablado desde que vine en muchas de mis cartas semanales. Como María, nuestra Madre, prestamos la vida, lo que somos y tenemos para esa cultura del encuentro y la inclusión. Él es quien entrega el nuevo “ardor”, el “método” y la “expresión” necesaria para cambiar este mundo y hacerlo humano con la “humanidad verdadera” manifestada en Jesucristo. Lo hizo con María y Ella es maestra experta en esta novedad. Acudamos a Ella para aprender cómo hacer un mundo mejor.
¿Por qué acercarse a María para aprender a vivir con nuevo “ardor”, “método” y “expresión”? Porque Ella nos enseña, desde su confianza absoluta en Dios, que esto no se encuentra en ninguna de las orillas de la vida o de la historia humana, sino que hay que encontrarlo y aprenderlo en el origen mismo que tiene la vida, Dios, que se nos manifestó en Jesucristo. Este modo de aprender que nos enseña María, trae a los hombres como se lo trajo a Ella: 1) Una profunda libertad y espontaneidad, sabemos que todo viene de Dios; 2) Una alegría y actitud festiva que se manifiesta en todas las situaciones de la vida, desde el reconocimiento de sabernos queridos por Dios y escogidos especialmente por Él para formar parte de su Pueblo; 3) Una apertura total a la trascendencia, ya que el ser humano, desde la fe, asume gustoso la presencia de Dios humanamente percibida; y 4) Una apertura total a todos los hombres y una capacidad de acoger a todos, aprendida en la justicia de Dios que es su misericordia y su ternura.
¿Cómo vivir e ir hacia un mundo mejor? ¿Cómo transformar la historia? ¿Sólo desde tus fuerzas? ¿Con los proyectos que nacen de ti? La vida de María, nos enseña que hay dos tentaciones a las que está sometido el ser humano siempre: 1) el vivir desde una confianza temeraria en lo que hace uno mismo y desde sí mismo; y 2) el vivir sin imaginación y sin capacidad creativa, que siempre se engendra en la vida humana cuando ésta se clausura en sí misma y se olvida de Dios. Retirar y olvidar la sabiduría que viene de Dios es un atentado contra la vida misma, es fuente de profundas decepciones y de falta de motivaciones, de violencias, de convulsiones, recelos, desinterés por los otros. El que se fía de Dios aprende que su vida es para entregarse a los demás, como Dios mismo lo hace. El que confía en Dios y pone la vida en sus manos, al estilo de María, se desborda en caridad. Atrévete a decir “hágase en mi según tu palabra” como María y acompañado de María.
Para que tengas como María nuevo “ardor, “método” y expresión”, me atrevo a proponerte a vivir y a construir un mundo mejor como Ella lo hizo: 1) en actitud de oyente: acogiendo con fe la Palabra de Dios, Dios me habla, conversa conmigo y me llama; 2) en actitud de orante: abriéndote plena y totalmente a Dios, sin dejar un resquicio de tu vida guardado para ti y dejando que Dios te ame, te mire y te cuide; 3) en actitud de oferente: dando todo lo que tienes, eres y haces para que el Señor sea conocido y se manifieste a través de ti; y 4) en actitud de testigo: ya que has de hacer de tu vida un culto a Dios y de éste tiene que salir un compromiso de vida para todos los que te encuentres en el camino, con la seguridad del respeto de su dignidad.