Hace ya unos cuantos años asistí a un espectáculo realmente peculiar. En el salón de actos de un colegio religioso católico de Zaragoza se celebraba el bautismo por inmersión en piscinas portátiles de un buen número de evangélicos. Entre los bautizados, por supuesto, la mayoría habían sido bautizados como católicos de pequeños. Es decir, el colegio católico cedía sus instalaciones para que quedara constancia, por vía del rebautismo, de la renuncia al bautismo católico de unas 20-30 personas. En realidad el evangélico ex-católico que se rebautiza está más haciendo una afirmación de su fe evangélica que una renuncia a su pasado católico, que en muchos casos es literalmente inexistente desde la primera comunión. Sé bien lo que es eso porque yo mismo me rebauticé como protestante evangélico en las Lagunas de Ruidera hace ya unos 18 años. Pero ciertamente me habría extrañado mucho que mi “rebautismo” tuviera lugar, por ejemplo, en el salón de actos de los Escolapios de Getafe, donde asistí como alumno en mi infancia. Tuve la osadía de intentar que alguien me diera explicaciones de aquello y lo que me encontré como respuesta fue la afirmación “todas las religiones son iguales” por parte de la secretaria del colegio católico. Llegué a informar de lo sucedido al delegado de ecumenismo de la archidiócesis y me desentendí de la cuestión. No sé si aquello se ha vuelto a repetir y la verdad me importa un pimiento. Lo que no me importa un pimiento es que las órdenes religiosas de este país estén permitiendo que sus casas de espiritualidad alojen a grupos que no sólo no son católicos sino que ni siquiera son cristianos. Sinceramente, que una Escuela de Tantra dé sus cursos entre frailes y monjas supera todo lo admisible. Supongo que el gurú valenciano y sus fieles dejarán un buen dinero en la caja de las órdenes que les ceden sus instalaciones, pero hay dinero que es mejor no recibirlo porque luego quema en las manos y en las conciencias. En este caso, me temo que las conciencias de los que reciben el dinero están demasiado cauterizadas y acostumbradas al sincretismo de baja estofa tan propio del progresismo eclesial, que tiene su principal nido en las órdenes religiosas. Lo cual me lleva a reafirmarme en la idea de que la reforma pendiente de la Iglesia consiste, ni más ni menos, que en someter a todas y cada una de las órdenes religiosas a la autoridad episcopal en las diócesis en las que estén presentes. Es decir, que el fraile y la monja rindan cuentas al obispo y no sólo a sus superiores de orden. Luis Fernando Pérez Bustamante