A sus ochenta y cuatro trabajados años le ha sorprendido una nueva vocación. Fernando Sebastián, recio claretiano aragonés, teólogo y pastor, hombre clave de la Iglesia en España durante la Transición a la democracia y en los grandes debates sobre las raíces culturales y morales del terrorismo, y sobre el laicismo, recibirá del papa Francisco la birreta roja durante el Consistorio que se celebrará el próximo 22 de febrero. Debido a su edad, que ha superado el techo de los 80 años, Mons. Sebastián no será elector en un futuro Cónclave. Con su nombramiento el papa reconoce una larga y esforzada vida de servicio a la misión de la Iglesia que nadie se atreverá a discutirle.
Sebastián es una de las mayores figuras del episcopado español de los últimos treinta años. Reúne dos dimensiones que no siempre caminan juntas: una gran cabeza teológica y un gran entusiasmo pastoral. También se entrelazan en él la profunda piedad y la inteligencia histórica. Nunca se ha dejado adular por unos ni por otros, y no ha consentido embarcarse en proyecto que no fuera el de la evangelización de una sociedad cuya evolución supo anticipar y entender como pocos.
Ha sido imposible encajonarle en los rácanos esquemas ideológicos tan al uso para explicar la realidad de la Iglesia, y cuando algunos lo intentaban, Sebastián los dejaba rápidamente en off-side. Tampoco se ha dejado atrapar en banderías o amiguismos. Hombre de realismo y diálogo, inició a finales de los años 70 el gran esfuerzo de reconciliación de la Iglesia con el pensamiento laico y con la izquierda, que arrojó importantes frutos. Pero también fue el primero en realizar un profundo examen sobre las carencias de la Iglesia en España durante aquella época de luces y sombras, en la que la secularización se calzó las botas de siete leguas.
Asumió con ejemplar espíritu de obediencia el recorrido (a veces extraño) que se le propuso tras su salida de la Secretaría de la Conferencia Episcopal, hasta que en 1993 fue nombrado arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela. Durante catorce años la presencia de Fernando Sebastián en tierras navarras ha sido un catalizador del cambio de perspectiva del episcopado sobre las raíces culturales y morales del terrorismo, y sobre el acompañamiento pastoral a las víctimas.
Y paradojas de la vida, el hombre que tanto había pujado por reabrir los puentes entre catolicismo y agnosticismo en España, se convirtió en la voz crítica más aguda, luminosa y contundente contra el laicismo agresivo de la época de Zapatero. Así desconcertaba, una vez más, a los amigos de los fáciles esquemas, a quienes ya había desarbolado en un célebre artículo publicado en El País sobre las incongruencias del progresismo, en 1991.
Nunca abandonó la tribuna pública, usando siempre una palabra transparente, directa, pero sin perder el poso cultural y la amplitud de horizontes. Y aunque vio superados algunos sarampiones eclesiales que conocía muy bien, nunca se hizo falsas ilusiones sobre el futuro: sabía que a la Iglesia le espera en España un tiempo de siembra paciente, de superación de viejas fórmulas, de redescubrir lo esencial y abrirse a una nueva misión, tan lejos del triunfalismo como del complejo de inferioridad. Recuerdo sus últimas palabras cuando le agradecí su presencia en Encuentro Madrid de 2008: “ojala sigáis llevando esta vida a tanta gente, gente herida, gente necesitada”.
Preguntado sobre sus sentimientos ante esta inesperada llamada, Sebastián ha aclarado que a un cardenal se le pide en el fondo lo que a cualquier cristiano, aunque con su coloración especial: vivir la fe, comunicarla al mundo, y defender a la Iglesia (y especialmente al papa) llegando incluso al derramamiento de la propia sangre si fuese necesario. En realidad Fernando Sebastián lleva muchos años dando su vida por la obra de Otro, que por lo visto, no se cansa de llamarle. Ha sido una gran fortuna para los católicos españoles gozar de su paternidad todo este tiempo, y es una garantía que ahora esté cerca del papa para servirle en cuanto disponga.
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