Con esos juegos caleidoscópicos LGTBI+, van de mano en mano como si jugaran a balón bolea y como si fuera preciso solo girar el caleidoscopio para ver distinto el panorama de la propia identidad sexual. Y luego se quejan de que nadie los ama. ¡Pero cómo les van a amar, si eso del amor no existe en su ideario, y el “querer” es tan caprichoso! Eso es como aquello de ir provocando sexualmente por la calle, y luego quejarse de que quien piropea o se queja es “sexista”. No es un recurso literario mío, reconozco tristemente apesadumbrado que lo he visto con mis propios admirados ojos en repetidas ocasiones. ¿Cómo puede existir amor (digo amor de donación) entre personas que menosprecian su naturaleza y quieren otra que no existe? Habitualmente es el deseo de la primera manzana, como en las parejas hombre-mujer. El deseo. Lo que “me sale”. Y basta. Eso sí, se pavonean de que su amor es “eterno”, y por eso quieren casarse y tener hijos. Pues, a pesar de los pesares y aunque parezca mentira, existe amor en parte, pero no en el todo. Me explicaré.
¿Amor? Pues sí. Puede existir entre personas del mismo sexo. Un amor de amistad y donación entre individuos del mismo sexo ordenado como manda la Iglesia puede ser muy enriquecedor. Todos debemos amar (para eso hemos sido creados), y a menudo las parejas se forman entre personas que más que elegir a su consorte, lo que hacen es caer despatarradas con las botas puestas en territorios sumamente inesperados y que nunca se hubiera dicho. Por eso está muy bien que se acompañe a personas con sentimientos homosexuales hacia un amor de amistad y donación.
Pero en más ocasiones de lo que todos desearíamos, lo que ocurre especialmente en la actualidad es que prolifera el amor a sí mismo. Es eso de la autoestima mal entendida, muy habitual en el llamado Síndrome de Peter Pan, esos niños que no dejan de serlo, y para quienes la vida es un juego. Y de ahí sale la mentira, o al menos la equivocación (la mentira es también equivocación en sí misma), como en tantas parejas heterosexuales que piden casarse y no están preparadas para el matrimonio. Pienso que por ahí deberíamos actuar también. Pues eso. Es el precio a pagar en una sociedad que proclama no reconocer el propio sexo, o quizás por eso se da tanto Peter Pan, ¡que ya es sibilino el tiro que sale por la culata!
¿Cómo nos encontramos entonces el patio? Que estamos viviendo una contradicción en el término. Personas del mismo sexo que por eso que llaman amor (que es humanamente posible) reclaman matrimonio o tener hijos. ¡Pero si eso no es matrimonio, y los niños no vienen de París, sino cuando los padres (un hombre y una mujer) tienen una relación física que los engendra! Eso es lo que propone y pide la Iglesia no por capricho, sino porque es así nuestra naturaleza. Tan serio es el tema, que incluso una socialista feminista como la filósofa Sylviane Agacinski tiene que salir al ruedo a pedir que se piense un poco, pues, como afirma ella, “el padre y la madre no son intercambiables”. Da dos pistas infalibles para aclarar el entuerto con que empieza este artículo, que a su vez refleja la realidad que vivimos: “No tendría sentido decir que uno es bisexual, por ejemplo, si no hubiera al menos dos sexos”, y “si rechazamos la categoría ‘mujeres’, ya no podemos analizar las formas de alienación o violencia que afectan a las mujeres como tales”. ¡He ahí el conejo salido de la chistera!
Ciertamente, deberíamos empezar por aprender qué es en esencia el amor y qué un matrimonio y qué un hijo. Y eso, nos guste o no nos guste, lo proclama la Iglesia porque es lo que enseñó Jesucristo, ratificando la Biblia, que no hizo más que explicitar, exponer en palabras lo que enseña la Naturaleza desde Adam & Eve. Si vamos contra ella, tarde o temprano se rebelará. Y ya lo estamos viendo...