En un imprescindible artículo, el profesor Ricardo Ruiz de la Serna ha recordado que en Afganistán hay un pequeño número de familias cristianas. Nadie se plantea repatriarlas. El número no se sabe con exactitud porque les va la vida en pasar desapercibidos, pero oscila entre muchos centenares o pocos miles.
Las razones para acogerlos con urgencia son también obvias. Los talibanes no tendrán piedad con ellos. En su caso, tampoco cabe confiar en una acogida en alguno de los países limítrofes, todos musulmanes y, por tanto, refractarios. Hay quien le ha objetado al profesor Ruiz de la Serna que son muy pocos, pero eso es, si cabe, un motivo más para el acogimiento, que resultará más hacedero.
Los políticos de los países cristianos o con raíces cristianas parecen no preocuparse por los derechos humanos de estas minorías con las que nos unen, no los nexos de la nacionalidad, pero sí los de la fe, que es tanto como decir, de la misma cultura. Que en Occidente, tan solidarios como somos, nos mostremos tan ciegos a este lazo demuestra hasta qué punto estamos en Babia (civilizatoriamente hablando).
Preocupa aún más en las instituciones y los organismos de la Iglesia. Que en ocasiones similares y más evidentes (pues el número de cristianos era mayor) como en Irak o en Siria, no han prestado (con honrosas excepciones) una atención especial y urgente. Incluso en algún caso, se ha presumido de paridad en la acogida de distintas confesiones religiosas, olvidando que, como expuso Santo Tomás de Aquino y el mismo Jesús (cuando habló con la cananea y le dijo aquello de los perrillos [Mt 15, 21-28]), que la caridad tiene un orden: empieza con quienes uno tiene mayores lazos de sangre y de fe. Que la Iglesia es una familia ha de verse en situaciones como ésta.
Y ocurriría, como siempre con la caridad, que se acabaría por no saber a ciencia cierta quién la recibe y quién la da. Porque acoger en nuestras mortecinas y acomodadas comunidades cristianas a gentes que por su fe han arrostrado la miseria, la exclusión y la muerte, sería un revulsivo moral para nuestra masa informe. Algo así como la levadura.
Como país hacemos muy bien en preocuparnos por expatriar a los españoles y a quienes han colaborado con nuestras embajadas y nuestras fuerzas armadas. Como cristianos tendríamos que preocuparnos igual -he ahí nuestra doble nacionalidad- por los que comparten con nosotros fe y comunión de los santos.
Publicado en Diario de Cádiz.