A pesar de que el partido del Gobierno llevaba en su programa la reforma de la ley del aborto, no todos las tenían consigo que, finalmente, la acometería. De hecho, venía remoloneando y atrasando en reiteradas ocasiones su presentación, hasta que a mitad de legislatura, después de muchas presiones, la ha puesto en marcha. Inmediatamente, el PSOE, IU, UPyD, C´s y el PNV, se han opuesto frontalmente al anteproyecto de ley, que, al fin y al cabo, era volver, con algunos cambios, a la ley socialista de González, que estuvo vigente durante veinticinco años. Sobre la constitucionalidad de esa ley se pronunció el Tribunal Constitucionalidad, y de ahí que el Ejecutivo haya pretendido además ajustar su reforma a dicha sentencia.
No obstante, por el número de abortos practicados durante su vigencia, alcanzando a más de ciento veinte mil al año, la mayoría por el supuesto de la salud de la madre, no se puede decir que haya sido una ley a favor del que está por nacer. Durante estos últimos seis lustros la derecha nunca había legislado sobre el derecho a la vida del no nacido. Las dos únicas leyes han sido implantadas por los socialistas, la primera de 1985, que produjo un gran revuelo social, pero no fue modificada en los ocho años de gobierno Aznar. Y la segunda, en 2010, la ley Aído, que considera como un derecho de la mujer la facultad de abortar. Ahora que Rajoy pretende retornar a la ley socialista, los medios de comunicación afines a la izquierda han orquestando una campaña mediática, que, a juzgar por el revuelo, la batalla de las ideas parece que la están ganando los detractores de la actual anteproyecto de ley.
En este asunto, como en otros, se nota cierto complejo de inferioridad moral de la derecha, como si no creyera realmente en lo que está haciendo, y estuviera obligada a realizarlo a regañadientes y de la mala gana, para conformar a una parte importante de su electorado, pero sin la suficiente convicción para acometer, defender y hacer pedagogía a favor de los derechos del “nasciturus”. Es significativa la lacónica intervención del presidente del Gobierno, el último viernes del año pasado, ante los medios de comunicación, que ante la afluencia de preguntas de los periodistas sobre esta reforma, las despachó rápidamente sobre la marcha, como si le produjeran incomodidad, en vez de aportar explicaciones convincentes. Sin embargo, no fue esa la reacción de Zapatero con su ley, que se ufanaba y henchía de haber obtenido un logro social para las mujeres. El efecto que ha causado esta modificación en ámbitos mayoritarios de la derecha es que, efectivamente, se ha desactivado el derecho a abortar, por lo que se consigue una ley más justa, ante el desequilibrio a favor de la madre frente al niño por nacer.
Pero todavía el cambio legal, hasta alcanzar la redacción final, tardará al menos un año en aprobarse, después de los informes de los órganos consultivos y posterior debate parlamentario en el Congreso y en Senado. Entre tanto el debate político y social queda abierto. De hecho, algún presidente autonómico y cargos relevantes del partido del Gobierno disienten abiertamente del anteproyecto, lo cuál no es la mejor situación para hacer algo en lo que no se tiene una pleno convencimiento. Es más, si con esta mejora no se consigue finalmente eliminar la hasta ahora corruptela de la enfermedad psicológica de la madre, que es un coladero para abortar -esa es la gran incógnita-, seguiremos con las disparatadas cifras de trescientos abortos al día, es decir, nos quedaremos en la misma situación en la que estamos, por lo que no habrá servido de nada. Entonces, este es el riesgo que se corre con esta ley, todo habrá sido una pantomima, un engaño y una gran hipocresía.
Aquí es aplicable la célebre frase del Conde de Romanones: “Ustedes hagan la ley, que yo haré el reglamento”, es decir, la trampa. Que nadie se engañe, podremos medir el éxito de esta reforma cuando los resultados, como ha ocurrido en Polonia, hayan sido espectaculares en la disminución de abortos. Mientras tanto, la sociedad civil tendrá que seguir expectante y activa, dando la batalla en favor de la cultura de la vida, que no ha hecho más que comenzar.