En una interesante entrevista, a modo de balance de este año vertiginoso que concluye, el portavoz vaticano Federico Lombardi ha sintetizado el momento actual diciendo que la Iglesia se ha puesto en marcha con una velocidad nueva para desarrollar su misión, aunque eso no significa que existan objetivos ni imágenes precisas de cómo debe llevarla a cabo. Para el papa Francisco es importante la conciencia de que somos un pueblo en camino, siempre atento a reconocer y discernir la señales y las sorpresas de Dios. Lombardi es especialmente contundente cuando afirma que las reformas estructurales son absolutamente secundarias respecto a lo esencial, es decir, una Iglesia que mire continuamente al Evangelio y se alimente de la gracia de Cristo a través de los sacramentos, para así llevar el anuncio de la salvación hasta las fronteras de este mundo, hasta las periferias, de las que tanto gusta hablar Francisco.
La imagen pergeñada por Lombardi, que me resulta especialmente certera y atractiva, no me desanima sin embargo a la hora de atisbar algunos jalones del 2014 que nos espera. Eso sí, sin pretensión de establecer análisis ni previsiones demasiado rígidos, porque me parece muy realista y a la vez esperanzador, estar dispuesto a acoger las sorpresas de Dios. Más aún después de lo que hemos vivido en el año que termina.
El 22 de febrero tendremos Consistorio para la creación de nuevos cardenales, la primera remesa del pontificado. Hasta 14 podría elegir el papa, si respeta estrictamente la norma que establece en 120 el techo de electores para un eventual cónclave. Las preguntas en torno a este gesto de gobierno se centran en saber si habrá un reequilibrio geográfico en el Colegio cardenalicio, otorgando mayor peso a África, América y Asia. También veremos hasta qué punto Francisco aprovecha la ocasión para señalar a determinadas personalidades que puede entender como decisivas para transmitir el impulso del pontificado a los extremos del cuerpo eclesial.
En mayo, si la situación en la zona no se deteriora más de lo previsible, el papa viajará a Tierra Santa para rezar junto al Patriarca Bartolomé de Constantinopla, renovando aquel histórico abrazo de hace cincuenta años entre Pablo VI y Atenágoras. Es sabida la especial vocación que Francisco siente respecto a la unidad con Oriente, que le lleva a remarcar su condición de obispo de Roma. La calidez de la relación, que ya había subido muchos grados con Benedicto XVI, es ahora muy alta y los signos de amistad y mutuo reconocimiento se multiplican, pero eso no significa que se hayan superado las dificultades de fondo. La presencia conjunta de los sucesores de Pedro y Andrés lanzaría también un mensaje de fortaleza y confianza a las sufridas comunidades cristianas de Medio Oriente, tremendamente azotadas por la violencia y la discriminación, y dramáticamente tentadas por la salida del exilio.
La canonización simultánea de Juan XXIII y Juan Pablo II, el 27 de abril, ofrecerá una hermosa ocasión para narrar medio siglo de itinerario eclesial con la calve de la renovación en la continuidad. Eso forma parte de la educación del pueblo cristiano que corresponde al papa y permitirá contemplar físicamente un camino que con todos sus meandros y revueltas tiene una traza precisa y es motivo de consolación, paciencia y renovado entusiasmo misionero. La historia está delante de todos pero hace falta contarla en su verdad, persuasiva y vivamente, no sea que otros la secuestren en esta época que Filkenkraut denomina de “toxicomanía tecnológica”.
En octubre se abrirá el Sínodo extraordinario sobre la familia en el contexto de la evangelización. Es curioso que mientras Francisco ha querido ligar la reflexión sobre los problemas de la familia a la tarea misionera (evitando así perspectivas puramente internas de horizonte estrecho) se haya producido un enorme movimiento mediático (con resonancias eclesiales, reconozcámoslo) según el cual la Iglesia se apresta a redefinir su concepción de la familia y su propuesta en el campo afectivo-sexual. El papa ha lanzado una gran consulta para conocer las coordenadas de este momento difícil para la comprensión y vivencia de la familia, y desde ahí trazar nuevos caminos de anuncio, de acompañamiento y de acogida. Todo lo contrario que los profetas de la asimilación al siglo, los que entienden aquel aggiornamento patrocinado por Juan XXIII como disolución en el magma de la opinión dominante. Pero los prolegómenos (especialmente los que se desarrollan en Centroeuropa) nos anuncian que esta asamblea no será una balsa de aceite.
A lo largo de 2014 a Francisco le esperan decisiones trascendentales a la hora de proveer importantes sedes episcopales. Entre ellas nos conciernen especialmente los previsibles nombramientos de nuevos arzobispos para Madrid y Barcelona, ya que los cardenales Rouco y Martínez Sistach han rebasado ampliamente la frontera de los 75 años. Madrid es una de las diócesis principales de Europa por número de fieles y de sacerdotes, pero también por la vitalidad de su tejido parroquial y por el empuje de algunas de sus instituciones como la Universidad San Dámaso, y porque ha conseguido mantener un nivel de presencia pública y de impulso misionero poco frecuentes en el ámbito europeo. Barcelona es una diócesis de larguísima historia que ha sufrido con especial crudeza el viento de la secularización y en la que actualmente se superponen debates políticos, culturales y eclesiales, con riesgo de confusión. Una plaza crucial donde se han ensayado diversas formas de diálogo con la cultura agnóstica, cuyo principal emblema es la Sagrada Familia de Gaudí; un lugar donde el testimonio de caridad y cultura nueva del pueblo cristiano cobra un valor redoblado por un entorno cultural especialmente difícil.
Estos son algunos pasos evidentes en el camino de 2014, pero habrá muchos otros en los que dominan sobre todo los signos de interrogación. ¿Qué sucederá en la relación siempre espinosa de la Iglesia con el Islam, o en lo que se refiere a la inmensa China? En ambos escenarios Benedicto XVI se implicó decididamente, sin arredrarse por las contradicciones que fueron surgiendo. Ahora será preciso confirmar pasos o explorar nuevos caminos. Pero también en la vieja Europa del denominado “cansancio de la fe” se abren nuevas incógnitas: en Alemania Francisco habrá de relevar, casi simultáneamente, a los cardenales Meisner y Lehman, y al Presidente de la Conferencia Zollitsch: todo un cambio de época, y las aguas no parecen serenas. En Francia se escenifica la vieja contienda del laicismo más anacrónico, mientras surgen inesperados brotes de primavera en un catolicismo que siempre vuelve a sorprender. Me tienta seguir, pero la lista sería interminable.
Tiene razón el padre Lombardi cuando pone el acento de este primer año de pontificado en haber concentrado el anuncio en el amor de Dios, en su misericordia, en su cercanía a todos, en su deseo de bien y de salvación para todas sus criaturas. Francisco responde porque interpreta efectivamente, ante los hombres y mujeres de esta hora, el amor de Dios Padre hacia todos y cada uno. De esa raíz nacerán respuestas para todos los asuntos que apenas hemos esbozado. Y como siempre, serán las sorpresas de Dios las que hagan saltar para bien nuestros estrechos esquemas.
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