Mossen Joan estaba exultante. Había acudido, en julio de 2010, a la manifestación en defensa del Estatut de Catalunya convocada por las fuerzas políticas nacionalistas, y había disfrutado de lo lindo con los discursos y eslóganes coreados. Y, claro, tan enchufado se encontraba con tanta exaltación ideológica que al oficiar la Eucaristía de las ocho, como acostumbraba todos los días, llegó a la homilía y soltó una soflama nacionalista por espacio de veinte minutos, olvidándose por completo del Evangelio del día. Pero, mossen Joan estaba contento. Ese sábado había vivido muchas emociones juntas y quería compartirlas con su comunidad cristiana.
Al terminar la prédica dejó el ambón y se dirigió al altar. Con esa excitación tan terrena de predicar de cuestiones mitológicas, no había estado muy atento a la feligresía que llenaba el templo, pero ahora, un poco más calmado, levantaba la vista para ver a sus ovejas... y no estaban todas. Unas cuantas, sin hacer aspavientos, ni querer llamar la atención, se levantaban sigilosamente de los bancos y abandonaban educadamente la iglesia, disconformes por esa homilía tan poco religiosa.
Mossen Joan que es un buen sacerdote que roza los ochenta años, estaba apesadumbrado. Llegó como pudo a la residencial sacerdotal y se desahogó con un presbítero amigo: "Josep Maria, em sembla que m´ he equivocat; m´ he equivocat ", repetía una y otra vez un tanto desconsolado. No era para menos. Su ideología, por muy legítima que fuera, había invadido un ámbito, el religioso, que debería estar al margen de cualquier moda política por muy ruidosa que sea... ya que acabará muriendo, como han muerto a lo largo de la Historia otras ideologías que parecían eternas y ahora están enterradas bajo tierra.
Mossen Joan, que es un presbítero anciano, real y de carne y hueso, representa en buena medida la tentación que tienen algunos hoy en la Iglesia en Cataluña: dejar que la ideología invada nuestro mundo religioso.
Comprendo que es un dilema fuerte, que requiere de mucha fortaleza, pero sobre todo de honradez personal para no instrumentalizar las "cosas de Dios" envolviéndolas con adherencias humanas que poco tienen que ver con el Evangelio. Ya en su día sufrimos el nacional-catolicismo y vimos sus desastrosos resultados en la evangelización del país. No repitamos lo mismo en Cataluña. Pongamos una gruesa frontera para que la ideología no penetre en lo sagrado. No dejemos que el "paraíso humano" que nos prometen sustituya al verdadero Paraíso.
En Cataluña se palpa la apostasía silenciosa y la secularización rampante. No escuchemos a esos falsos profetas que nos prometen una Cataluña más cristiana a cambio de abrir la puerta de lo sagrado a la ideología del momento.
Álex Rosal es director de Religión en Libertad