El profesor de la Universidad Pontificia de Comillas, sacerdote y teólogo,
Luis González-Carvajal Santabárbara, ha concedido una entrevista a la revista Vida Nueva (núm. 2.622, 19-25 de julio), con motivo de la reciente publicación de un libro suyo titulado
Los cristianos en un Estado laico (PPC, 2008). Doy por sentado que la entrevista es un fiel reflejo de su libro, y en ella expone algunas opiniones o conceptos que, en el mejor de los casos, se prestan a confusión. Por lo pronto dice que "en el Estado laico [...] no hay ideología oficial", afirmación a todas luces gratuita, puesto que ese Estado, desde el momento que es "laico", ya profesa una ideología, la del laicismo, que, como bien sabemos y sufrimos ahora en España, tiende al autoritarismo, a la imposición de su ideología a toda la sociedad, empezando por la enseñanza. Una ideología que no reconoce las creencias de los ciudadanos ni respeta la tradición cultural del país. Otra cosa muy distinta es el Estado aconfesional, que es lo que deberíamos tener en España, de acuerdo con la Constitución vigente. En ese contexto conceptual y legal, el Estado se abstiene de profesar o defender una religión concreta, pero tampoco se dedica a perseguir a ninguna. Esta cuestión la aclara de un modo meridiano, la enmienda primera de la Constitución de los EE.UU. (el gran espejo en el que tendrían que mirarse todas las constituciones que se estimen), cuando dice: "El Congreso no podrá aprobar ninguna ley conducente al establecimiento de religión alguna, ni a prohibir el libre ejercicio de ninguna de ellas", bien entendido que ninguna vulnere la ley común aplicable a todos los ciudadanos. Por ejemplo, si la ley prohíbe la bigamia o la poligamia, no es lógico que se permita a ningún grupo religioso su vulneración, aunque lo permitan sus creencias religiosas. Digo más: no es que el Estado deba ser neutro, neutral o incoloro, inodoro e insípido, sino que sencillamente es incompetente en materia religiosa, o sea, que no entiende ni tiene por qué entender de cuestiones religiosa, de la misma manera que no entiende de cuestiones filosóficas, o culturales, o artísticas (tendrá que ser la pintura abstracta, figurativa o realista, realismo social, como imponían los soviéticos), o de tantas otras cosas en las que, sin embargo, el Estado métome en todo, que padecemos en España, introduce sus peligrosas menos en ellas. ¿Qué sentido tiene, por consiguiente, una ley de libertad religiosa, ninguna ley de libertad religiosa? ¿Acaso existe en Estados Unidos, paradigma del Estado moderno, una ley así? ¿Sería concebible una ley de libertad filosofó, o de creación artística? Diríamos, y diríamos con razón, que los gobernantes se habían vuelto locos, que habían perdido la chaveta, que andaban desquiciados. Entonces, ¿por qué la religión tiene que ser objeto de una ley específica, que sólo puede tener por finalidad su encorsetamiento? Estos son, entre otros, los resultado del Estado "laico" que acepta
González-Carvajal, en una muestra de confusión conceptual impropia de un profesor que tiene por oficio y la reflexión y conceptualización de los fenómenos al menos teológicos. La entrevista da para mayores comentarios, pero ahora sólo me voy a fijar en otro tema más, el que hace referencia a la ética civil, de la que más de un autor católico habla y habla, pero no concreta en qué consiste esa ética y cuáles son las "tablas de la ley" seculares que indique dónde está el bien y el mal, ¿o resulta que todo es relativo? A falta de mayores concreciones suelen recurrir a la Declaración Universal de los Derechos Humanos; sin embargo, esa carta magna de la ONU se refiere únicamente a la obligación que tienen los Estado de respetar los derechos de las personas, pero no se detienen en las obligaciones recíprocas entre personas y grupos sociales, es decir, la base sobre la que descansa la convivencia social. En otras ocasiones echan mano a la ley, a la normativa legal, cuyo cumplimiento obliga a todos y asegura la paz general. Ahora bien, ¿y si las leyes son injustas, a qué o a quiénes pueden obligar? Porque no se olvide que hay leyes abusivas o terriblemente injustas. ¿Qué se hace frente a los impuestos confiscatorios y depredadores, o frente al adoctrinamiento sectario escolar? ¿O ante leyes criminales, como la del aborto voluntario o la de la eutanasia? Yo soy partidario de la ética civil, de una ética civil equitativa y bien formulada, como espero tener ocasión de expresarlo algún día, pero en absoluto comparto ese galimatías indescifrable y de dudosa moralidad, aunque "progre", como defienden algunos moralistas católicos acomplejados.
Vicente Alejandro Guillamón Como comentario a mi artículo anterior (
España descarrila con los masones al mando, y III), don
Gustavo Vidal Manzanares me retaba, si no sufría yo ataques de pánico, a "debatir públicamente con un masón", para ver "quien fue el culpable de los desastres espñoles del siglo XIX". Por lo que deduzco de su propio escrito, al señor
Vidal Manzanares le gustan los debates y acaso la polémica, pero, me pregunto, si su propio hermano,
César Vidal, director del programa radiofónico de la COPE "La Linterna", autor de un grueso ensayo sobre
Los masones, y una exitosa novela sobre el mismo tema ("
Los hijos de la luz", premio Ciudad de Torrevieja de narrativa), rehusa debatir con él, ¿por qué tendría que hacerlo yo, habiendo escrito sólo tres breves artículos -de momento- relativos a esta cuestión? En todo caso, un debate sobre la masonería, especialmente la actual, sería una controversia en el aire, en el vacío, juegos florales, mientras no podamos saber cuantos y quiénes son los masones que en nuestros días ocupan altos cargos en todas las instituciones del Estado: Gobierno, Cortes, Magistratura, milicia, policía, autonomías, capitales importantes, partidos políticos, etc., no sea cosa que una asociación con muy pocos miles de asociados copen los principales centros del poder. Eso es lo que ahora importa a muchísimos españoles.