Tres de la mañana. Una noche lluviosa y lúgubre de julio. Después de más de dos horas subiendo el abrupto camino, en plena oscuridad, un peregrino se detiene ante la imponente puerta de madera del milenario Santuario de la Virgen de Lord, a 1.180 metros de altitud, en el prepirineo leridano.
El peregrino golpea la pesada aldaba una y otra vez hasta que los sorprendidos habitantes de la Comunidad abren la puerta. "¿Cómo te llamas?", pregunta uno de ellos. "Javier", contesta el peregrino. ¿Javier qué?", insiste el monje. "Sólo Javier". Sin apellidos, sin pasado. Esa noche, después de toda una vida de búsqueda e inquietudes, Javier dio el paso definitivo hacia sí mismo, hacia el silencio, hacia el vacío material. Hacia Dios.
Sol, playas, chicas y tenis
Javier Sartorius Milans del Bosch era un joven extrovertido, apuesto, de noble cuna, carismático y deportista. El ‘zurdo de oro’. Legendarios eran sus partidos de tenis con su hermano Fernando, como pareja o adversario, en Zarauz y Madrid; y el día que ambos arrebataron dos juegos al tándem Casal-Sánchez Vicario, el Tenis de San Sebastián rebosó de pancartas y vociferantes ‘hooligans’ (todos familiares y amigos) rendidos ante la hazaña de sus héroes.
Juntos, Javier y Fernando marcharon a Estados Unidos a estudiar Administración de Empresas, carrera que abandonaron casi al empezar para dedicarse a surfear las olas de California, ganar campeonatos de pádel, entrenar a las estrellas de Hollywood y, de paso, ingresar unos dólares vendiendo aspiradoras a domicilio o cuidando jardines. Sol, playas, diversión, chicas, deporte. Javier lo tenía todo. O no.
Fue precisamente en Los Ángeles donde Javier comenzó a sentir una creciente inquietud por la vida espiritual, un poco confusa al principio (llegó a pasar por el Hare Krishna). En 1989 fue Campeón de Estados Unidos de pádel; el año siguiente, misionero en Cuzco con Los Siervos de los Pobres del Tercer Mundo.
Javier, durante su misión en Cuzco (Perú).
Fue tal el shock espiritual que provocó la vida de pobreza y sacrificio absolutos, que decidió entrar en el seminario, en Toledo. Pero Javier no estaba hecho para estudiar ("ni siquiera se puede copiar", decía) y tampoco para el sacerdocio. A él le iba más la vida contemplativa, la oración, la sencillez, incluso la soledad, a pesar de su personalidad extrovertida. Un compañero de seminario le habla entonces de la Comunidad de Lord y es allí donde encamina su vida, dejando todo su pasado atrás. Sólo quiere encontrarse a sí mismo.
Entre Agassi y San Francisco de Asís
"Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas", escribió Pablo Neruda. Ese día resultó ser una lluviosa noche de julio de 1992; cualquier lugar, el Santuario de Lord. Y no fue la más amarga, sino la más feliz de sus horas. Y aunque dejó su pasado al otro lado de la milenaria puerta, su personalidad entró con él. Incluyendo, por supuesto, su simpatía y su sentido del humor, que nunca dejaron de ser parte de su carácter. Lo mismo que el deporte y la sencillez (una perfecta combinación entre André Agassi, su tenista favorito, y San Francisco de Asís, su santo favorito), o su afición por la música, aunque ahora en lugar de escuchar ACDC, Eagles o los Beach Boys, sus gustos se inclinaban más por La Misión y los cantos gregorianos.
Javier revolucionó, a su manera, la tranquila y silenciosa vida de los monjes. "Tenéis el cuerpo abandonado", sentenció, y montó un gimnasio; bastante primitivo, pero que mantuvo en forma incluso al padre Jordana, a sus 90 años. Hasta llegó a conquistar a las monjas de clausura, cuyas puertas se abrieron por primera vez a un varón en mil años de historia: "Vamos a hablar con ‘Sor Javier’", decían en el recreo, a pesar del estricto silencio impuesto.
Pero lo más importante es que Javier también revolucionó su vida: de la raqueta a la azada; de las fiestas playeras al estricto régimen de oración y estudio de la Biblia; de entrenar a las estrellas de Hollywood, junto a su inseparable hermano Fernando, a pastorear un rebaño con más de cien ovejas, a las que había puesto nombre una a una; del cálido sol californiano a los diez grados bajo cero de su celda a los pies de los Pirineos.
Con dos de las ovejas del rebaño que atendía en el Santuario de Lord.
Él era feliz así, viendo a Dios en lo cotidiano, con su trabajo, su oración, su soledad, su Cruz desnuda, como la de Cristo. No necesitaba nada más ("había una persona tan pobre, tan pobre, tan pobre que sólo tenía dinero", le encantaba decir). Su familia al completo lo apoyó devotamente; salvo su padre, Mauricio, que no llegó a entender que se recluyera en el Santuario de Lord. Entregándose a todos, robusteciendo su fe, Javier pasó los siguientes años en Lord. Disciplinado y perfeccionista, aceptó volver al seminario en Barcelona, que esta vez superaba el curso con brillantes calificaciones, incluido el latín, aunque sin pretender en ningún momento abandonar su vida monástica cuando recibiera las sagradas órdenes (una vez más rompiendo normas).
"Ahora lo entiendo todo"
Ya en 2006, una dolencia gástrica acabó convirtiéndose en su verdadera cruz, primero de dolor y finalmente de muerte. El 21 de junio moría en el monasterio cisterciense de San Miguel de Dueñas, donde era tratado de su enfermedad. Tenía 44 años. En el silencio del monasterio, sólo mitigado por el tenue cántico de los monjes, ante el cuerpo inerte de su hijo, el padre de Javier sollozó de pena y de remordimiento; "Maurilón -le susurró a su hijo mayor en el funeral-, ahora lo entiendo todo". Apenas un año después, se reunió con Javier en cuerpo y alma; compartiendo con su hijo sepulcro en Lord y vida eterna en un santuario aún más alto.
"Puedes ser tenista de fin de semana. Pero para jugar en primera, hay que entrenar duro todos los días, y muchas horas. Sólo así se gana", solía decir Javier. Él fue un campeón en todo cuanto hizo, en el deporte, en el trabajo físico, en la oración, en el estudio, en la caridad, en la simpatía, en el cariño hacia su familia, en amigos, en carisma…
Recordatorio de Javier Sartorius.
Es curioso, pero a pesar de su juventud y de haber elegido la vida monacal, solitaria, de espaldas al mundo, Javier dejó su impronta grabada en las almas de miles de personas a lo largo de su vida, y después de su muerte. Tenía una energía especial, contagiosa y benefactora, que legó a todos los que le conocieron y quisieron. Y que aún hoy llega con fuerza a todos los que le rezan. O a los cientos de peregrinos de toda procedencia que llegan cada año al Santuario de Lord, a dejarse llenar por el alma de aquel visitante sin pasado que una noche tormentosa atravesó la pesada puerta… y se quedó para siempre.
Javier, rodeado de sus padres, Mauricio y Myriam.
Unos años después, la madre de Javier, su más devota admiradora, su más rendida fan, abandonó este mundo después de quince años de dolorosa enfermedad… y seis de penosa ausencia. Javier era su tabla, su sostén, su muleta, su hombro, su paño; y su sonrisa. Sin él, todo se hizo más doloroso. Más insoportable. Más desesperanzador. Desde aquel día de 2013, el cáncer ya no está. El dolor tampoco. Ni la ausencia. Desde ese día, el cuerpo de Myriam (la tía Memé) descansa también con su hijo, en Lord; y su alma estará abrazando a Javier, besando a Javier, riendo con Javier, jugando al tenis con Javier.
Un documental y una causa de beatificación
La de Javier es una vida que tiene mucho que decir a la sociedad actual, a los jóvenes, a los mayores, a los líderes, a los desamparados, a los perdidos. Esta es la razón por la que nace la idea de revivirla en un documental, realmente extraordinario, que narra su periplo vital y espiritual; desde su zona de confort, su vida privilegiada en Madrid y California, hasta su entrega total a su fe y su posterior calvario. En estos momentos el rodaje de La verdadera riqueza sigue su curso y avanza imparable conforme van llegando las donaciones. Si quieres profundizar un poco más, entra en JavierSartorius.org. Un vistazo quizá baste para hacerte una primera idea de quién fue Javier, cuál fue su proceso de transformación interior y qué significó para la Comunidad de Lord y para miles de personas que veneran su memoria.
Y mientras avanza el documental sobre su vida, en paralelo se ha abierto la causa para nombrar Siervo de Dios al seminarista Javier Sartorius. Un proceso que nace de un revelador testimonio de mosén Norbert Miracle (rector del Seminario Mayor Interdiocesano de 2005 a 2018), quien vio en Javier un ejemplo de santidad importante para darse a conocer, especialmente, a los seminaristas y a los jóvenes. Un “santo de la puerta de al lado”, como define acertadamente el Papa Francisco. El primer paso, quizá en octubre, ser nombrado “Siervo de Dios”. A partir de ahí, Dios dirá.
Por mi parte, espero poder ampliar pronto información sobre el documental y la causa de Javier Sartorius, mi primo, que justo hoy cumple 18 años desde que partió, con su raqueta y su cruz, a la Casa del Padre.
"Teaser" de la "La verdadera riqueza", sobre la vida de Javier Sartorius: