No hace muchos día, cenando con un grupo de amigos y conocidos, uno de ellos se extrañó que yo fuera sacerdote y dio por supuesto que si yo pudiese rehacer mi vida, no volvería a serlo. Como no es ni la primera ni la segunda vez que me sucede y se me ha preguntado con relativa frecuencia el por qué me hice sacerdote y si me he arrepentido de serlo, me parece que es una pregunta que vale la pena contestar. Mi respuesta es que me pareció una buena manera de llenar de sentido mi vida y, aunque a lo largo de mi vida he tenido momentos mejores y peores, nunca me he cuestionado seriamente dejar el sacerdocio. Hoy, desde luego, si pudiese echar marcha atrás y volver a plantearme del todo mi vida, sería de las cosas que tengo más claras: Volvería a serlo, pues estoy encantado de haber sido sacerdote y continuar siéndolo. No me olvido, por supuesto, que todos nosotros, por el Bautismo y la mayor parte también por la Confirmación, hemos recibido el sacerdocio común de todos los fieles, que ejercemos a través de nuestra participación, cada uno según nuestra vocación propia, en la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Los creyentes hemos recibido la buena noticia del amor de Dios hacia nosotros y que Dios se ha hecho hombre para salvarnos y en consecuencia que la vida humana está llena de sentido. Pero Dios no quiere que su mensaje de salvación y amor nos lo guardemos en el bolsillo, dado que desea que colaboremos con Él y ayudemos a los que no le conocen a encontrarse con el que es “la luz verdadera, que con su venida al mundo, ilumina a todo hombre” (Jn 1,9). Ahora bien, la doble tarea de llenar de sentido mi vida y dar a conocer a Jesús me pareció que el mejor modo de poder llevarla a cabo era siendo sacerdote. Me encanta que mi sacerdocio sea una participación muy especial del sacerdocio de Cristo, que cuando pronuncio las palabras de la Consagración Cristo se haya servido de mí para que el pan y el vino se transformen en su Cuerpo y Sangre, que yo sea el instrumento para que los demás y yo mismo recibamos a Jesús y nos unamos profundamente con Él, y me alegra cuando pienso que cuando me llegue mi muerte podré decirle a Jesús. “la gran mayoría de los días de mi vida te he recibido en la Comunión. Vengo a devolverte la visita y espero poder quedarme junto a Ti”. Otra cosa que me gusta del sacerdocio es poder confesar. No porque tenga ningún interés en enterarme de chismes o de lo malo que hacen los demás, que no importa gran cosa, sino por el bien inmenso que se puede hacer. Hoy la gente se confiesa menos, y hay una seria crisis en este sacramento, pero me parece indiscutible que las confesiones han ganado en calidad, y cuántas veces pienso: “sólo por haber confesado a esta persona, y haberle podido ayudar, ha valido la pena haber estado aquí”. Aparte del valor humano de los consejos que puedas dar, perdonamos en nombre de Dios los pecados y somos los transmisores de su gracia, cosa que ningún psicólogo o psiquiatra puede hacer. Es cierto que algunas veces no he estado a la altura, pero en general pienso que el bien que se hace allí es sencillamente inmenso. Pero uno no es simplemente sacerdote; eso tiene que vivirse de manera concreta. Mi modo ha sido la enseñanza. Ello te obliga, pero creo que es una obligación común en todas las profesiones, a no descuidar la autoformación y seguir estudiando siempre, para poder estar al día y responder a los interrogantes de las personas. He tenido la suerte de haber tenido una buena formación cultural y que me ha gustado la enseñanza, tanto en el Seminario, donde he enseñado Moral, en su doble vertiente de Moral General y Sexual, así como el sacramento de la Penitencia, como en varios Institutos de Logroño, donde he sido profesor de Religión. Es indiscutible que la enseñanza en nuestro país no está en uno de sus mejores momentos, pero estoy convencido que nunca hay que desanimarse y tener muy claro que siempre se puede hacer algo en cualquier situación. Deseo que mis clases hayan servido para meter a mis alumnos algo de cultura general y cultura religiosa, y, sobre todo, aun teniendo muy claro que es asignatura y no catequesis, he intentado ser un educador que meta inquietudes a mis alumnos, pues creo que nadie puede conformarse en ser como es, sino que todos debemos tratar de ser mejores. Al mismo tiempo, pienso que la Religión Católica lleva consigo un mensaje de esperanza, por lo que siempre he deseado, lo mismo que es mi intención al escribir este artículo, que la fe proporcione paz y quite angustias. Si he aportado algo en la construcción de la personalidad de otros, y si he logrado ayudar a unas cuantas personas en su vida humana y cristiana, creo que mi sacerdocio y mi vida habrán valido la pena. Pero eso sólo lo sabré el día en que la luz de Cristo me ilumine plenamente. Pedro Trevijano, sacerdote