Días atrás, haciendo “zapping”, o más bien pereza después de cenar ante mi pequeño televisor –no tengo otro-, en busca de algo interesante, que muy raramente encuentro, tropecé con lo que parecía inicio de un debate entre el presidente de la CONCAPA, señor Carbonell, y otro que debía ser presidente de la CEAPA –no entré a tiempo de ver su nombre-. Apenas retenido en el programa, el segundo le echó en cara al primero que “la religión divide”. Apagué el televisor y me puse a leer. No me gusta perder el tiempo oyendo melonadas.
Eso de que “la religión divide” es una frase muy socorrida en el argumentario masónico, de donde podría deducirse que el señor de la CEAPA acaso lleve mandil. Pero sea como quiera, el hecho cierto es que la Masonería, según las “Constituciones de Anderson”, el evangelio masónico, proclaman (Obligaciones, VI, 2) que “en tanto que Masones nosotros pertenecemos solamente a la religión universal”, a saber, la integrada “por lo común a todas la religiones”. O sea un religión sincretista, deísta, profesada por las obediencias que aún les queda algo de deísmo.
Efectivamente, la religión ha sido, a lo largo de la Historia, causa de enfrentamientos y luchas, como lo es ahora a cargo de los islamistas, que no han aprendido todavía el valor de la tolerancia y la libertad religiosa, pero no más feroces, abiertas o encubiertas, que las mantenidas por los masones con sus enemigos, que nunca han sido pocos desde su nacimiento en 1717, y entre las distintas obediencias. Yo recuerdo los rifirrafes nada fraternos en la segunda mitad de los años setenta, cuando regresaron los masones españoles exiliados en México, enfrentándose por cuestiones de legitimidad y recuperación de derechos antiguos sobre locales y otros bienes, con el Gran Oriente Español, que había puesto en pie por encargo de los masones exiliados en Francia, el antiguo falangista José Antonio Villar Masó (amigo de Jesús Polanco desde los tiempos que ambos pertenecían a la centuria del Frente de Juventudes del barrio de Salamanca de Mdrid). Esta obediencia “francesa” terminó fusionándose con la Gran Logia de España, según acuerdo adoptado por unanimidad en la asamblea extraordinaria celebrada en los “valles” de Madrid el 31 de marzo de 2001.
De aquellos enfrentamientos entre “mejicanos” y “franceses”, surgió una nueva obediencia, la Gran Logia Simbólica Española (Gran Oriente Español Unificado), que goza de buena salud, aunque minoritaria. Un excelente amigo mío de los años de la conspiración, vivió con gran intensidad y zozobra aquellas luchas intestinas, aunque nunca hablamos de ellas ni de ningún tema masónico. Yo hago como que no sé nada, y él, que conoce perfectamente que soy católico de estricta observancia, no discute mi condición.
De todos modos las divisiones entre personas y grupos sociales, es, quizá, una de las notas más definidas de la condición humana. No hace falta remontarnos río arriba de la Historia para comprobarlo. ¿Acaso las fronteras nacionales no son una divisoria entre territorios vecinos y aún de la misma “etnia”? ¿Los partidos políticos no fraccionan y dividen al electorado, en ocasiones de manera violenta? ¿Las ideologías no son también causa de división social? Incluso el fútbol y la generalidad de los deportes, ¿no enfrentan a los seguidores de uno y otro club, hasta llegar a las manos si al caso viene, como vemos con frecuencia en las noticias televisadas? ¿De qué habla, pues, el “hombre” de la CEAPA? En el fondo, estos supuestos “unitaristas”, por lo general partidarios del pensamiento único y “lo público”, siempre “lo público”, es decir, del Estado mastodóntico e invasor, son enemigos, de hecho, de la libertad personal y las iniciativas sociales, si no consiguen dominarlas. Es la lucha fundamental de nuestros días: estatalistas contra personalistas.