Hace unos meses me llegó a la Linterna un libro titulado «Jesús» cuyo autor era un tal Pagola. La cristología es una de mis ocupaciones desde hace más de un cuarto de siglo. He dedicado más de un libro al tema y, prescindiendo de las posiciones confesionales que pueda tener cada uno, se me ocurren pocas cuestiones más sugestivas siquiera porque Jesús es la figura más importante de la Historia universal y porque el mundo sería muy diferente -y mucho peor- si no hubiera nacido. Como ya soy can avezado en la lectura de estas obras, realicé sin dificultad varias catas en el libro y llegué a la conclusión de que era un bodrio carente no de sustancia teológica sino de calidad científica. El autor ciertamente se declaraba hijo de la iglesia católica, pero semejante circunstancia no resulta «per se» ni buena ni mala a la hora de enjuiciar una labor profesional. Se puede ser un piadosísimo católico y un pésimo director de empresa, un fidelísimo presbiteriano y un terrorífico contable y un entregadísimo musulmán y un pavoroso fontanero. En resumen, que el texto me pareció malo, malo, malo y, para remate, hasta me dio la sensación de que el autor se había quedado colgado en los neo-bultmanianos y, como algún otro detractor de los Evangelios clerical o laico, despedía un olor a naftalina pavoroso. Un par de días después de la pérdida de tiempo que significó leer aquella suma de dislates, Eva Fernández, la redactora de cultura de mi programa, me comunicó que la editorial estaba muy interesada en que entrevistara a Pagola. De manera breve, pero contundente, le expliqué que no existía la menor posibilidad de que lo hiciera porque procuro recomendar libros de calidad y aquél no llegaba ni a la categoría ínfima. Luego llegaron las Navidades. No me sorprendió que se vendiera el Jesús de Nazaret de Benedicto XVI, porque se trata de una obra muy sólida, de alguien que sabe de lo que escribe y que incluso en un prólogo a la altura de pocos desbarata conceptualmente la metodología de chiste de Pagola y otros como él. Sí me quedé sorprendido cuando me informaron de que el libro de Pagola también tenía una cierta repercusión restringida, eso sí, al ámbito de los religiosos. Finalmente, la Conferencia Episcopal acabó emitiendo una declaración sobre el libro de Pagola que abundaba, como es lógico, en el terreno de lo teológico, y que apuntaba a su carácter deplorable. Hace unas horas, el arzobispo de Granada volvía a señalar el escaso valor histórico del Pagola. Como ya señalé, he dedicado más de la mitad de mi vida al estudio de las fuentes históricas del cristianismo primitivo. Lo he hecho desde la perspectiva del historiador, cotejando los distintos datos, hostiles y favorables, y la conclusión a la que llegué hace mucho tiempo es que el Jesús de los Evangelios es el verdadero Jesús histórico. Quizá por eso resulta tan incómodo, porque un predicador social a lo Che, o un filósofo progre como el de Pagola son más fácilmente domesticables. Pero el Jesús real, el que murió en la cruz, continúa interpelando al ser humano y lo hace insistiendo en que de eso depende el destino eterno. Debe ser muy molesto cuando tantos pretenden emascularlo, aunque Pagolas o no, nunca lo consiguen. La Razón