Año 1991, más o menos por estas fechas, la televisión pública española emite un especial con motivo de la campaña de Manos Unidas contra el hambre. El célebre periodista Joaquín Arozamena ha conformado un panel extraordinario para la ocasión. No faltan cooperantes, ingenieros... doctores en Harvard... zahoríes, celebrities... y expertos regantes… incluso una familia, ¡con sus siete hijos!, cuyo "único" aporte a la sociedad, es cierto, es vivir en zonas pobres de misión.
Los temas de los que se hablan son ricos y variados. Cómo acumular agua en tiempos de sequía, qué personal se necesita para organizar una "olla común", cuántos gramos de arroz al día, para poder sobrevivir… pero, en un momento dado, le llega el turno a la familia invitada… y algo extraño va a ocurrir. El guión del programa se empieza a torcer. Las señales de alarma comienzan a crecer. Un silencio sobrecogedor invade el plató, y, entonces, todo retumba, y se escucha decir: "El problema más importante del hombre no es poder comer".
Un alud acaba de caer, el desánimo se ha instalado en el estudio de grabación. Alguien sin escrúpulos ha chafado el trabajo de tantos meses de redacción. Sonidistas, camarógrafos, regidores, activistas... ven cómo la campaña contra el hambre se echa a perder. La familia invitada está alicaída, siente que su intervención en el programa no ha sido como se esperaba. Cuántos proyectos humanitarios sin poderse realizar. Cuántos niños sin nada que comer. El resultado, sin duda, es devastador, y, ahora, ¿cómo poderlo remediar?
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Año 2001, Lima, barrio de Palao, en el distrito de San Martín de Porres, junto a la Panamericana Norte, la carretera más larga del mundo. En el piso superior de una capilla vive la familia del programa, llegada desde España hace casi trece años. Pertenece al Camino Neocatecumenal y fue enviada en los ochenta por Juan Pablo II como parte de una "nueva" forma de evangelizar llamada "familias en misión". En una mesa que hace de altar, una pequeña cruz de hierro preside el hogar, es la única "arma" contra la incertidumbre del comer, del vestir..., del desánimo y de los muchos peligros que acechan al barrio.
La vida allí es la de una familia normal, pero, no hay duda de que todo es bastante singular. Ningún europeo viviría en aquel lugar. ¿A qué se dedica esta gente? ¿a qué habrán venido?, se preguntan sus vecinos al verlos llegar. "No reparten alimentos, no nos brindan educación… ¡ni siquiera han abierto un dispensario!, ¡qué desfachatez!". ¿Será una tapadera? Y el líder del barrio recoge firmas para echarlos de allí. "Espera… sus hijos y los nuestros van al mismo colegio... ¡y juegan juntos en la calle!". ¿Y si buscan, solo... poder ser... uno más? Chi lo sa!
Las fotos con el Papa decoran el comedor familiar y en una mesa larga, muy larga, se juntan cada tarde con el barrio a charlar. Un "método" eficaz que alguno ha apodado "la pastoral de la tortilla". Unos vasos de plástico, unas Coca Colas y algo que comer, mientras pasan por allí mujeres violentadas, hombres con traumas… y todo tipo de gentes sin amor. El concepto de familia es inexistente. La mayoría son madres solteras, de padres que "viajaron" y que nadie saben dónde están, incestos, poligamias… y mucho dolor.
Vivir en "la ciudad del polvo y la niebla" no es nada fácil. A los peligros del Sendero Luminoso y del MRTA [Movimiento Revolucionario Túpac Amaru] se le suman los apagones, los temblores, y el no saber muy bien qué se puede comer. Pero algo sorprendente ocurre cada día. Un niño, que nadie sabe de dónde viene ni adónde va, llega cada mañana con un tupper de comida a la casa familiar: "Es de parte de mi papá". Y, cuando la comida empieza a escasear, unas monjitas regalan un cargamento de comida militar, que le sobró al Ejército americano en la guerra de Irak. ¿Mañana? ¡Dios dirá! ¡Como el maná!
Lo inexplicable aparece en cada esquina, y seguir su sombra es la única forma cuerda de poder vivir. Quién lo diría, si parecían superhéroes al llegar, y míralos ahora, "toda esa gente mejor que tú, ¡con más capacidad de sufrir y, sobre todo, de amar!", y, la realidad, tan caprichosa ella, les susurra al oído, cada día: "¡Él te trajo aquí por ti, y no por los demás!".
La sensación de fracaso es total. La familia no reparte alimentos entre la vecindad, como mucho comparte con ella, cada tarde, lo poco que tiene y nada más. No vacuna, ni opera ni toma temperaturas, a cambio sufre como propias las fatigas de los demás. No imparte clases sobre la tarima, sin embargo, sus hijos se llevarán de allí, para siempre, la mejor amistad. Tampoco, "por los pobres pueden optar"... solo buscan ser tal cual, como uno de ellos. Ni "enseñar a pescar" ellos se atreven... se sientan en la vereda y cosen redes, juntos, con sus cruces, como pueden. Y en la calma profunda, descubren, que lo único que sirve es amar... para que así, el mundo... ¡crea!
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Año 1991, unos días después del especial de Televisión Española sobre Manos Unidas. En un periódico de tirada nacional, alguien escribe: "Lo mejor de la semana: una familia, que no quedaba muy claro a qué grupo pertenecía, se fue con los más pobres y dejó todo lo que tenía. ¡Por una vez, la tele... algo bueno nos daría!".