No me ha sorprendido en absoluto que el sínodo general de obispos de la Iglesia Anglicana de Inglaterra aprobase ayer la ordenación de “mujeres obispo”. A pesar del peligro de cisma con muchas diócesis africanas, asiáticas o sudamericanas, y de lo que indican la Tradición y la Escritura sobre este tema, ha sido más fuerte el deseo de ajustarse a la ideología dominante del momento y a lo políticamente correcto. Existe, sin embargo, una razón más para esta decisión que quizás los lectores no conozcan. Poco antes de este sínodo, se hizo pública la carta de un Miembro del Parlamento británico del Partido Laborista, en la que se amenazaba con que el Parlamento no aprobaría una decisión del sínodo que no fuera la ordenación episcopal de mujeres. La carta decía, literalmente: “Puedo garantizar que, si el Sínodo nos envía una Medida que discrimine a las mujeres y busque una exención legal de nuestra sólida legislación contra la discriminación, nos opondremos a ella y, probablemente, será rechazada.” En Inglaterra, desde que Enrique VIII se separó de la Iglesia Católica, todas las decisiones de la Confesión Anglicana tienen que ser aprobadas por el Parlamento (y por el Rey o la Reina) antes de entrar en vigor. Se creó así una situación absurda en la que el máximo poder en el anglicanismo corresponde, de hecho, al poder político que, especialmente en nuestra época, se mueve por criterios que no tienen absolutamente nada de cristianos. Esta situación hace que el anglicanismo inglés esté desgarrado, desde su origen, por las fuerzas, a menudo contrapuestas, del Evangelio y del poder político o la opinión pública. Hace poco, se pudo leer en el Observer, un artículo que contenía este revelador párrafo: “En términos puramente ingleses, la ordenación de mujeres sacerdotes y obispos, además de la ordenación de clérigos gays, es inevitable. El genio de la Iglesia de Inglaterra consiste en que, al ser la iglesia oficial, tiene que incluir a todo el universo de los distintos ingleses: cristianos, agnósticos y ateos de cualquier orientación sexual. Representa el latido cultural del país y, a medida que el país se ha ido haciendo más progresista, lo mismo le ha sucedido a la Iglesia de Inglaterra". ¿Se imaginan ustedes que las decisiones de la Iglesia estuviesen sometidas, en España, a la aprobación del Congreso? ¿Que una mayoría del Partido Popular o del Partido Socialista en coalición quizás con Izquierda Unida, tuviese el poder de vetar las normas eclesiales? Es difícil especular sobre algo tan esperpéntico, pero yo diría que la “Iglesia Hispánica” sometida al poder político sería ya una firme defensora del “derecho a decidir” de cada mujer, bendeciría los “matrimonios” homosexuales, habría ordenado a mujeres desde hace ya mucho tiempo, hablaría más de la ecología que de la Redención, pediría más horas de Educación para la Ciudadanía en los colegios y menos de religión y, en la práctica, habría sometido el Evangelio a la tiranía de lo políticamente correcto. No es extraño que, en la confesión anglicana, se tomen decisiones sucesivas totalmente contradictorias, al hilo de lo políticamente correcto en cada momento. Fíjense en la curiosa historia de las Conferencias de Lambeth, que reúnen a obispos de toda la Comunión anglicana: - Sexta conferencia (1920): dura condena de la utilización de métodos anticonceptivos - Séptima conferencia (1930): aprobación del uso de métodos anticonceptivos - Octava conferencia (1948): prohibición de la ordenación de mujeres como contraria a la tradición y al orden de la Comunión Anglicana - Décima conferencia (1968): recomendó la ordenación de mujeres como diaconisas - Duodécima conferencia (1988): cada provincia tomará su propia decisión respecto a la ordenación de mujeres sacerdote - Decimotercera conferencia (1998): se respetará la decisión de cada provincia con respecto a la ordenación de mujeres obispo - Decimotercera conferencia (1998): las prácticas homosexuales son “incompatibles con la Escritura” - Desde entonces, se ha ordenado un obispo abiertamente gay en Estados Unidos y se han celebrado multitud de bendiciones y varios “matrimonios” anglicanos de parejas homosexuales. ¿Alguien adivina cuál será la decisión cuando se vuelva a tratar este tema? Cuando veo estas cosas lo siento sinceramente por los anglicanos, sometidos a una permanente incertidumbre y a la terrible tensión de intentar constantemente conciliar lo inconciliable. A la vez, me alegro de pertenecer a la Iglesia Católica fundada sobre la roca de Pedro, porque sé que, a pesar de nuestra debilidad humana, exactamente igual que la de los anglicanos, por la misericordia divina las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella. Bruno Moreno Ramos