La paternidad podría definirse como la cualidad que adquiere un hombre (homo) cuando engendra a otro hombre. También se habla de paternidad, por analogía, cuando un hombre produce una idea, un proyecto, una obra literaria... Y hablo de hombre, homo en latín y antropos en griego, porque este ser incluye tanto su concreción masculina, o sea, el varón (vir en latín), y su concreción femenina, o sea, la mujer (mulier en latín).
La paternidad, el hecho de tener un hijo, no es algo trivial o superficial. No es como el vestido o el traje que elijo para esta reunión; mañana puedo elegir otro, y son mínimas las consecuencias de este cambio. Tener un hijo cambia esencialmente a quien lo engendra, o mejor dicho, a quienes lo engendran. El varón y la mujer pasan a ser padre o madre, una realidad nueva y llena de consecuencias. Consecuencias para con el nuevo hijo, consecuencias para mí y consecuencias para “el otro progenitor”. Un mundo de consecuencias que alcanza, incluso, al entorno cercano de este trío padre-madre- hijo, y a toda la sociedad. Estas consecuencias no son de por sí negativas, cargas o responsabilidades, también son muy positivas, la satisfacción de ver crecer a un hijo, de formar una familia, de tener un vínculo especial con esas personas.
El derecho familiar brota precisamente de la búsqueda de protección para ese vínculo, una protección para el hijo, el eslabón más débil, pero también para la familia completa. Es un vínculo que podríamos llamar multidimensional. Vínculo horizontal, entre los padres, y vínculo vertical, cada uno y los dos, con el hijo. Pero más allá del derecho familiar positivo, de las leyes, está el derecho familiar natural, que busca el bien de las personas, incluso en aquello que no está estipulado por una ley. Es aquella ley no escrita, sino dada, nacida en el corazón, de la que ya hablaba el gran Cicerón.
No es lo mismo, respondiendo a la pregunta inicial, una paternidad planificada que una paternidad responsable. La planificación o el diseño es la producción de planes que yo me trazo, yo desarrollo y yo controlo. Y si tengo que ajustar algo, el plan siempre debe estar bajo mi control. En este punto me surge la pregunta, ¿puedo controlar la existencia de otro hombre? ¿Su libertad podría o debería estar bajo mi control? ¿No estaría haciendo del otro un medio para conseguir mis intereses personales?
La paternidad responsable, en cambio, se centra en el hecho de que soy responsable de mis actos, debo responder de ellos, y no sólo ante la ley, sino sobre todo ante mi conciencia. Siempre deberé responder de mis actos; de los actos de mis hijos respondo cuando son pequeños y sólo hasta cierto punto. Poco a poco, él responderá de sus actos, igual que yo debo responder de los míos, incluida la educación que les haya dado.
Todo acto humano tiene consecuencias, unas mayores y otras menores (y a veces casi triviales). Pero todo acto no es ni sólo material ni sólo espiritual, ni únicamente físico ni totalmente afectivo. Ambos componentes están irremediablemente unidos, igual que en el agua siempre hay hidrógeno y oxígeno, H2O.
Una reflexión final, que me ha llamado la atención. Hay una multinacional muy conocida llamada “paternidad planificada” (Planned Parenthood). Desconozco por qué Google lo traduce como planificación familiar, pero ese análisis se lo dejo a los filólogos. Sí llama la atención que los principales servicios que ofrece esta empresa centrada en la “paternidad” sean el aborto (“una manera segura de terminar un embarazo”, según su página web) y la anticoncepción (“una manera de prevenir … un embarazo”). ¿Paternidad... o prevención y eliminación de la paternidad?