Los españoles decentes, que son millones, contemplan atónitos o más bien silenciosamente indignados (estos sí, indignados de verdad y con razón), las prisas apresuradas de la Audiencia Nacional en excarcelar a los criminales etarras en “cumplimiento” de la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, anulando la mal llamada “doctrina Parot”.
Esta doctrina jurídica la estableció el Tribunal Supremo en respuesta a un recurso presentado por el etarra de nacionalidad francesa Henri Parot, según la cual la redención de penas no se establecía sobre el conjunto o totalidad de penas a las que había sido condenado el reo, que no podían exceder de treinta años, sino por cada uno de los delitos cometidos, con lo cual los beneficios penitenciarios podían dilatarse en la práctica hasta el tope máximo de los 30 años.
Ahora lo que ha resuelto el Tribunal de Estrasburgo, en respuesta al recurso presentado por la etarra Irene del Río, es que no se puede aplicar a la recurrente la doctrina Parot con carácter retroactivo, pero a la recurrente, o ¿también a todos los etarras condenados por delitos semejantes?, ¿y a los violadores múltiples que no han manifestado ningún síntoma de arrepentimiento ni de sanación?, ¿y a los sádicos asesinos? Ahí queda la duda.
En todo caso sorprende que el susodicho tribunal europeo se muestre tan escrupuloso en la letra de la norma pero se olvide de la música, de la esencia de su función. Porque, ¿cuál es el primer derecho de todos los derechos humanos? Sin duda el derecho a la vida, precisamente el derecho que los asesinos etarras, que ahora se van de rositas, arrebataron violentamente a sus víctimas, que lo fueron generalmente sin comerlo ni beberlo. Siendo así, el Tribunal de Estrasburgo pervierte su propia función amparando a los violadores de los derechos humanos sin exigirles siquiera una mínima prueba de arrepentimiento o petición de perdón a las víctimas.
Pero tengo para mí que el mentado tribunal, no ha sentenciado lo que ha sentenciado por propia iniciativa, sino “sugerido” por los gobiernos españoles, tanto el anterior como el actual. Parece fuera de toda duda que el inepto Zapatero pactó con la ETA el cese de los asesinatos. Por lo visto, ya que no podía pasar a la Historia por otras glorias, porque no tenía ninguna que lo mereciera, al menos que se le reconociese su papel de “pacificador” como a Alfonso XII, que puso fin a las primitivas guerras carlistas. Pero así como el restaurado Borbón patrocinado por Canovas tuvo que hacer algunas concesiones a los aguerridos seguidores de Don Carlos, la ETA exigió, sospecho yo, algún beneficio para dejar de matar. Aunque sólo dejar de matar, sin dejar las armas, ni pedir perdón alguno a nadie, ni renunciar a sus objetivos separatistas. Tales beneficios no son otros que la excarcelación de todos los “presos vascos”, que no están presos por ser vascos, sino por ser asesinos, extorsionadores, terroristas, etc. La gente que se dice de izquierdas, es maestra en eufemismos y perversión del lenguaje.
Pero el gobierno de España, el anterior y el presente, no podían soltar a los etarras por las buenas, porque hubiese supuesto un escándalo monumental con la consiguiente alarma social, sino que necesitaban una percha en la que colgar su felonía, y esta percha o asidero la ha facilitado el Tribunal de Estrasburgo con la revocación de la doctrina Parot, como si las sentencias de este tribunal no se las pasaran por el arco del triunfo otros países o el mismo Estado español en el caso de la reclamación de Ruiz Mateos.
En fin, que todo ha sido una indecente charlotada para enmascarar una amnistía encubierta, prohibida por la Constitución, humillando a las víctimas, ofendiendo la dignidad nacional y atropellando a la Justicia. Vamos a ver como termina esta solemne bufonada, que sería desternillante si no fuese tan hiriente y cruel.