Conocí a Julián García Hernando a mediados de los años 90 del siglo pasado, durante un congreso sobre el protestantismo español celebrado en la Universidad Complutense de Madrid. Por aquel entonces yo era protestante evangélico con una actitud personal más bien nada favorable al ecumenismo con la Iglesia Católica, pero el padre Julián tenía la virtud de hacerse querer por todos y enseguida le cogí cariño. Cuando a la práctica totalidad de los españoles el término protestante evangélico les sonaba a cosa rara e incluso sectaria, este sacerdote vallisoletano dedicaba su vida a tender puentes con los "hermanos separados", que en España, por razones político-sociales, eran quizás más separados que en ningún otro país de Europa. Además, fue pionero en el estudio de las sectas. Y es que, efectivamente, don Julián era prácticamente el único sacerdote español que se tomaba realmente en serio el asunto del ecumenismo. Salvo los propios protestantes, e incluso mejor que muchos de ellos, conocía como nadie en este país la realidad del protestantismo español y de los grupos satélites al mismo (p.e, adventistas del séptimo día). Salvando las distancias, era nuestro hermano Roger. Es por ello que cuando el optimismo ecumenista posterior al concilio Vaticano II se dio de bruces con la realidad, don Julián fue de las pocas personas en España que sufrió de verdad. En este país, la jerarquía católica no ha sido especialmente favorable al ecumenismo, pero lo cierto es que por el lado protestante, salvo excepciones, la actitud ha sido literalmente anti-ecuménica. Y lo sigue siendo. Explicar las razones de unos y otros daría para otro artículo. Espero que SUS misioneras de la unidad (y dijo SUS porque SUYAS son) puedan dar continuidad a su obra. Una obra, la del ecumenismo, que necesariamente ha de reciclarse, sobre todo en cuanto a los objetivos a conseguir. Pero hoy no es momento de hablar de eso. Tanto católicos como protestantes y ortodoxos -sin duda el padre ortodoxo rumano Teófilo Moldován lamenta su pérdida- tenemos mucho que agradecer a quien ha dedicado su vida a la bendita tarea de intentar buscar nuestros puntos de unión y de conseguir que al menos nos respetemos. Dios le tenga en su gloria. Luis Fernando Pérez Bustamante