A estas alturas de la película supongo que todos los lectores de Religión en Libertad tendrán ya conocimiento de que un “simple” sacerdote, José María Gil Tamaño, procedente de la diócesis de Badajoz, fue elegido, en la plenaria de la semana pasada, secretario general de la Conferencia Episcopal Española. Aunque parezca insólito, porque es un cargo o función que habitualmente se reserva a obispos principiantes o de segundo nivel, no es el primer caso de secretario sacerdote, ya que en el quinquenio 19771982, lo fue el sacerdote alavés D. Jesús Iribarren, persona de enorme prestigio entre el clero español, y al que, los muchos que le queríamos, no entendimos nunca que no le hicieran obispo.
Todos los medios informativo de todos los colores, se han hecho eco de la designación de José María Gil para tan importante responsabilidad eclesial, destacando, por un lado que no es obispo –todavía- y, por otro, que pertenece al Opus Dei y es periodista. Esa pertenencia “opusina” no la ha ocultado nunca. A mí, la primera vez que lo saludé, hará veinte años o más, ya me lo dijo sin ningún misterio. Pero a mi modo de ver, no es esa filiación lo que más caracteriza al nuevo secretario del episcopado, sino su condición de periodista, que cursó en la Universidad de Navarra, pero desarrolló bajo la sabia dirección de otro clérigo periodista, el que fue obispo de Badajoz y luego arzobispo de Mérida-Badajoz, Mons. Antonio Montero, ahora en silla de ruedas, pero con una cabeza excepcional, que todavía conserva plenamente lúcida. Espero con ansiedad que concluya pronto sus memorias y que vean la luz a tiempo de que yo pueda leerlas.
Pastoral y periodísticamente, José María Gil es un hombre –por supuesto con su propia personalidad, que es muy sólida- de las hechuras de D. Antonio Montero, y se le nota. D. Antonio, el hombre fuerte y perpetuo de todas las comisiones episcopales de Medios de Comunicación Social mientras permaneció en activo, se trajo de Badajoz a José María Gil para que fuese el director del secretariado de dicha comisión, en cuyo cargo permaneció trece años. Esa larga estancia en uno de los despachos de la Casa de la Iglesia en la calle Añastro de Madrid, le permitió conocer a fondo los entresijos episcopales, conocimiento que ahora le será de gran utilidad en esa tarea en apariencia secundaria de la Conferencia Episcopal, pero fundamental como coordinador a las órdenes del presidente de las distintas comisiones episcopales.
Gil Tamayo, a su sólida formación sacerdotal y periodística, a su profundo conocimiento del mundo eclesiástico, que tiene su aquel, y el mucho más retorcido de los medios informativos, une un celo pastoral más que acreditado y una capacidad de trabajo fuera de lo común, como lo prueba el hecho de que todos los años que estuvo en Madrid y ahora mismo, siempre ha tenido alguna función parroquial a pie de obra en Badajoz. Todas las semanas se iba el viernes por la tarde, en que cerraba la Casa de la Iglesia, a su parroquia pacense, la que fuese, a atender a sus parroquianos, y el lunes, de buena mañana regresaba a Madrid y se incorporaba en seguida a su tajo de auxiliar de obispos. Esa doble actividad le ha permitido tener un gran conocimiento de la Iglesia por arriba, y al mismo tiempo la Iglesia por abajo.
Los listillos de la información religiosa, que andan siempre buscando los tres pies al gato, se han apresurado a decir que la elección de José María Gil suponía la derrota del cardenal Rouco, porque su obispo auxiliar, César Franco, que con el obispo de Guadix, Ginés García, figuraban en la terna propuesta a la elección de la plenaria, no había sido elegido. Una solemne majadería, porque Rouco está ya en vísperas de su jubilación y, por consiguiente, sin necesidad de asegurarse ningún secretario afín, que en todo caso lo seguirá siendo el elegido, de espíritu jerárquico fuera de toda duda, más allá de la persona que esté en el puente de mando de la CEE. Pero, además, eso de las ternas, en la gran mayoría de los casos obedece más a la letra del reglamento que a una pugna real por el puesto a elegir.
Yo he formado parte de alguna terna para cubrir la vacante de un organismo secundario de la Conferencia, pero a sabiendas que figuraba en ella sólo para cubrir el expediente, porque el elegido ya sabía de antemano que iba a ser otro. Cosas del reglamentismo que algunos plumillas ignoran, porque son ignorantes, o se malician, porque son maliciosos.
Por todas las circunstancias dichas, en cuya descripción me quedo corto, tengo la seguridad que José María Gil Tamayo será un excelente secretario general de la CEE para bien de la Iglesia, aunque sus amigos tengamos muchas menos oportunidades de contar con su compañía. Seguro que ahora le sería mucho más complicado subir al pueblo serrano madrileño donde resido, a concelebrar con el párroco la misa funeral por el fallecimiento de mi esposa, como hizo va ya para cuatro años.