Han sido días de tantas preguntas ante el hecho imponente de una muerte repentina en quien nada parecía sospechar que pudiera sucederle. Fue poco a poco saltando la noticia del fallecimiento del obispo de Astorga, don Juan Antonio Menéndez Fernández, debido a un infarto fulminante. Los servicios médicos acudieron a su despacho en el obispado, pero todo fue un intento imposible para salvar lo insalvable.
No sólo desbarató completamente nuestro crédito en algo tan increíble, pues no dábamos abasto dando vueltas a la noticia, sino que se desbarató también nuestra agenda con sus citas y tareas, esas que van completando las páginas en blanco de cada día aún sin escribir. Ahí se inscriben y se suceden las encomiendas que vamos anotando para no improvisar las cosas. Pero Dios también tiene su libreta, y en ella escribe sus providencias que puntualmente nos comunica cuando llegan en el día y hora por Él señalados. No antes, no después, sino en ese instante que sólo Él prevé, en medio de esa circunstancia en la que nos llama con voz inapelable una y otra vez.
Tantas cosas que parecían fijas, se descolocaron; tantas que eran relevantes, han perdido su relieve de urgencia y han cesado; y sólo nos queda esta evidencia de “cómo se pasa la vida y cómo se viene la muerte tan callando”, como decía nuestro poeta Jorge Manrique. Se nos impone la lección que siempre entraña la hermana muerte corporal: qué fácil y engañosamente fijamos como nuestro contento o señalamos como nuestro pesar, lo que de suyo no merece el brindis de nuestro gozo ni debe reclamar el llanto de nuestras lágrimas. Sólo es importante lo que en Dios nace y a Él retorna, tras haberse paseado por el tiempo fugaz asignado en su divina providencia. Sólo así somos libres con la santa indiferencia que nos hace sabios, sin temer ningún desprecio y desdén ni buscar ningún reconocimiento o aplauso.
Ante esta provocación que en la vida nos propicia la muerte, no hay libro de reclamaciones en el que podamos expresar el disgusto o plantear una queja buscando responsabilidades. La vida se decide según el plan que Otro más grande traza para nuestro bien eligiendo la fecha, el momento y la circunstancia, aunque nosotros no entendamos tantas cosas y nos quedemos con un dolor tan dolorido y todas nuestras preguntas a flor de piel. Sólo cabe entonces la rebeldía creyente de quien dice sí a lo que no entiende, mientras renuncia a la rebeldía blasfema de quien no acepta tamaña deriva. Rebeldía creyente porque con nuestro llanto y dolor se levanta acta de cómo nos cuesta tener lejos a quien su cercanía tanta bendición nos regaló. Es una rebeldía que no reprocha ni enmienda el misterioso designio de Dios, sino que herida expresa la gratitud por la humana y cristiana compañía cuando se nos hace un regalo humano y cristiano con ella.
Cuanto en don Juan Antonio el Señor nos ha hablado con sus labios no se pierde, ni cuanto en él Dios nos ha repartido a través de sus manos. Queda en el sagrario de nuestra memoria y en el recuerdo de nuestro agradecimiento, cuanto recibimos de este buen hermano. Celebraremos una misa que por él en nuestra catedral de Oviedo por su eterno descanso. Encomendamos el encuentro de misericordia que tendrá con Jesús el Buen Pastor, con María a la que tiernamente amaba y con todos los santos.
Descanse en paz este querido hermano y amigo que fue nuestro obispo auxiliar. Ha llegado a la orilla en la que Jesús le estaba esperando con las brasas encendidas para la cena que no acaba y en la luz que no declina. Que nos veamos en el cielo hacia el que nosotros seguimos peregrinando entre pañuelos de silencio y la certeza de la esperanza.
Publicado en Iglesia de Asturias.