No es difícil encontrarse con jóvenes que no logran entender, pese a su buena voluntad, la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad. En muchísimos casos se debe a que no han recibido una educación sexual en la que se les hable de la bondad y belleza de la castidad, que no es otra cosa sino la sexualidad al servicio del amor y de la recta razón. Para empezar, Dios es Amor (1 Jn 4, 8 y 16), y como el pecado es lo contrario a Dios, la fornicación y demás relaciones genitales extramatrimoniales no ayudan precisamente a fomentar el amor, sino que por el contrario originan angustia y culpabilidad.

Desvincular la genitalidad del compromiso personal está haciendo mucho daño en nuestra sociedad. Los métodos anticonceptivos han conseguido que se puedan mantener conductas genitales sin que aparentemente afecten a la persona. Esto es un gravísimo error y hay que insistir en que no podemos disgregar de nuestra responsabilidad determinadas acciones, porque ello no beneficia, sino que perjudica el proceso de maduración de nuestros adolescentes y jóvenes.

Estas experiencias son a veces reivindicadas por ciertos ambientes seudoeducativos en nombre del derecho al placer, así como por bastantes medios de comunicación social, existiendo una permisividad mucho mayor que en épocas pasadas, pues para muchos está permitido todo lo que no dañe la salud. Ya que la adolescencia es la edad de las iniciaciones, sobre todo en el terreno sexual: ¿por qué en el momento en que los impulsos son más vivos hay que relegar su satisfacción para más tarde? Las personas que así actúan alegan que es su derecho, que son dueños de su cuerpo y que hacen con su vida lo que les da la gana. La única norma que se retiene todavía es que estas experiencias se lleven a cabo sin daño para nadie, sobre todo para la pareja que las realiza.

Pero una persona en camino de maduración debe saber que sólo del amor puede sacar el individuo satisfacción y alegría, pero que para ello se requiere tiempo, con un intervalo entre la aparición del deseo y su satisfacción, y que las primeras atracciones sexuales no deben quemar etapas, sino que hay que tener paciencia y capacidad de espera. En efecto, las relaciones sexuales breves, cambiantes, fugaces, no sólo no permiten estabilidad en los afectos, sino que frustran a quienes así actúan, pues les dificulta formarse para una vida afectiva profunda y verdadera, por lo que más adelante, generalmente, tienen una vida sexual bastante promiscua. Además, quien actúa así se expone a trivializar el placer, con unos resultados finales desastrosos, como traumas afectivos, tentaciones de suicidio, reducción del cuerpo a mero objeto de placer, bloqueo de la maduración de la personalidad, imposibilidad de formar una familia; en resumen, la persona queda lesionada en su realización y en la satisfacción de sus deseos más profundos de felicidad.

Por todo ello es importante que nuestros adolescentes y jóvenes tengan ideas claras, en especial ellas, que siguen siendo las más afectadas por los errores que puedan cometer, por lo que deben saber decir no y no dejar que el chico la obligue a hacer algo que ella no quiere. El mejor método para reducir los embarazos y los abortos de las adolescentes es retrasar el inicio de las relaciones sexuales y lo ideal sería no tenerlas hasta alcanzar una situación matrimonial.

Conviene también que las chicas sepan que los mismos chicos que quieren divertirse y pasarlo bien con ellas, pero sin relaciones serias, con frecuencia buscarán como esposas y madres de sus hijos a chicas que no se prestaron a esos juegos y supieron hacerse respetar, pero también se da cada vez más que sean las chicas las que toman la iniciativa y buscan relaciones sexuales.

Los educadores, y muy especialmente los padres, debemos intentar dialogar con nuestros jóvenes, para que puedan llegar a descubrir por sí mismos la auténtica naturaleza positiva o negativa de su relación e intentar evitarles así experiencias dolorosas e irreversibles.

Lo que sí me parece bastante claro es que los padres no deben permitir que sus hijos tengan relaciones sexuales dentro de su propia casa. Una cosa es quererles en todas las circunstancias, otra es ser cómplices o proxenetas de ellos.

En este punto resulta bastante lamentable la acción que están desarrollando muchos centros de planificación familiar. Éstos se están dedicando directamente a la promoción de los métodos anticonceptivos y abortivos entre los adolescentes sin hacer ningún esfuerzo en enseñar lo que significa el sexo en la configuración de la persona y el papel tan importante del amor. Es difícil encontrar propuestas en las que no se ofrezca el sexo como un producto más en una sociedad de consumo, pero aquí hemos de preguntarnos padres y educadores qué hacemos para corregir y mejorar esto.