Desgraciadamente, trágicamente, la eutanasia está a la vuelta de la esquina. Los seguidores de la cultura de la muerte se han empeñado en imponerla, y como tienen la sarten del poder por el mango e instrumentos mediáticos más que sobrados para defender la "bondad" de la medida, no habrá quien frene su legalización. Hemos de dar por supuesto que utilizarán engaños de falsa piedad hacia esos pobres ancianitos en fase terminal sin ninguna esperanza de recuperación. ¿Qué ganan esos enfermos con alargarles una vida de tan mala calidad y tan penosa que no tiene ya vuelta atrás? ¿Acaso no será hacerles un bien acabar con tanto dolor? Además revestirán la medida con toda clase de supuestas garantías jurídicas para no dar la impresión de que se ha levantado la veda de la caza del viejito a manos de médicos y enfermeras sin conciencia ni escrúpulos, que los habrá, que habrá más de un "doctor Muerte" en los hospitales públicos y aun privados. También cuando implantaron el aborto, siendo ministro de Sanidad el infortunado economista Ernest Lluch, asesinado por ETA, dijeron que se tomarían las cautelas legales necesarias para autorizarlos sólo en casos excepcionales, y hoy vemos que esas cautelas se las salta a la torera el lucrativo negocio de las criminales clínicas abortistas, de modo que tenemos aborto sin barrera alguna. Y aún los socialistas lo quieren ampliar más, ¿hasta qué limites?, ¿hasta niños ya alumbrados que han nacido con alguna tara o simplemente no los desean los padres? Por supuesto, la eutanasia sembrará el terror entre los ancianos enfermos, que desde el momento en que se autorice, ninguno de ellos estará seguro de nada, porque cuando ingrese en un hospital, o sin llegar a ingresar siquiera, no sabrá si es para que lo curen o para aligerar la carga de la Seguridad Social. Pero si los viejos enfermos tendrán motivos más que sobrados para temer por sus vidas, los falsos argumentos humanitarios que esgrimirá el Gobierno y su coro "retro-progre", encontrarán eco en aquellos sectores de la sociedad que han perdido todo fondo moral y sólo piensas en sus intereses más inmediatos y egoístas. Especialmente entre aquellas familias que tienen -en casa, en una residencia o en el hospital- al viejo o la vieja "que no hay quien aguante" y que no termina de morirse, y, por tanto, tampoco pueden heredar lo poco o mucho que los ancianitos tengan. Que no lo digo por dramatizar. Que conozco casos que confirmarían mis palabras, como los conocerán muchas personas que se acerquen a estas líneas. Pero no crean que la eutanasia va a ser el punto y final de esta carrera contra la vida. Se tratará, únicamente, de un punto y seguido, pues nos esperan nuevas pruebas "solidarias" de estos humanistas enemigos de los seres humanos más desvalidos, para ellos innecesarios y que son una carga para todos, especialmente para sus más próximos. O sea, que si Dios no lo remedia, y me temo que no lo impida, porque Dios, inventor de la libertad, deja a todos los hombres enteramente sueltos, inluso para comerter las más abyectas locuras, vendrá, seguidamente, la esterelización de los subnormales, y después, paso a paso, la "liquidación" de aquellos seres absolutamente inútiles que sólo representan un lastre para las familias y un problema para la sociedad. Ya lo hicieron los nazis, y en este aspecto, los laicistas que no creen en nada trascendente, no son muy distintos de los hitlerinos. Estos perseguían crear una raza superior y más perfecta. Nuestros descreídos son más zafios pero en ciertas cuestiones no menos peligrosos: no quieren problemas, no quieren que nadie les estropee la digestión ni los placeres de esta vida. Puro hedonismo, puro egoísmo personal, el único fin de su existencia, "pasarlo bien", ser felices. Pobres desdichados. Arruinan sus mejores dotes humanas, morales y espirituales en pos de una quimera que no existe en esta vida, y, encima, tampoco esperan nada de la otra. Por eso sus decisiones son, las más de las veces, amargas y crueles, inhumanas, revestidas encima de solidaridad, utilizada como expresión de su "buenismo" fraudulento. Vicente Alejandro Guillamón