No habría sido posible imponer culturalmente la locura del aborto, sin el sólido y soterrado acuerdo existente entre el machismo más burdo y el feminismo radical. La imperante cultura de la muerte ha sido posible gracias a ese tácito acuerdo entre el egoísmo hedonista del machista, y los prejuicios ideológicos de la llamada cultura de la muerte que, disfrazados de un supuesto feminismo bueno que dice defender los derechos de las mujeres, verdadera y realmente sólo persigue impedir su maternidad y liberar al macho de cualquier responsabilidad en el embarazo de su pareja.
En lo concerniente a las madres vulnerables y con riesgo de exclusión social, se las impele a abortar abocándolas a la más absoluta soledad y abandono, sin que hasta la fecha se haya visto a una sola supuesta feminista defender el derecho a la maternidad de sus aparentemente defendidas. Y así, sin la menor protesta por parte de las feministas y sus socios los machistas de nuevo cuño, el conjunto del Estado gasta más de 60 millones de euros en financiar el lucrativo negocio del aborto, y una ridícula cantidad en apoyar la maternidad que no sobrepasa el millón de euros.
Los adalides de la cultura de la muerte y la ideología de género, han venido hasta no hace mucho imponiendo sus prejuicios ideológicos, con el apoyo silencioso y egoísta que caracteriza al machista de todo tiempo, muy interesado en la mujer pero sólo en la medida que responda a sus deseos sexuales sin quedar expuesto a las consecuencias de un posible embarazo, ni dispuesto tampoco a asumir la responsabilidad de una relación verdaderamente humana que no se limite a tratar y usar a la mujer como un puro objeto.
Se debe denunciar y esclarecer públicamente esa alianza entre el feminismo irracional que viene golpeando al conjunto de la sociedad y privando de dignidad a las mujeres, y el machismo de quienes no reconocen la dignidad de la mujer para ser amadas integralmente como personas. Es decir, compartiendo con ellas no sólo el puro disfrute sexual sino la responsabilidad de la maternidad, fuente de inquietud a veces y de esperanza casi siempre para la inmensa mayoría de las madres embarazadas; así como de profunda satisfacción para todas las que optan por tener a sus bebés, aún inmersas en no pocas dificultades y en la tristeza y miedo provocado por el rechazo y abandono al que son sometidas también, por parte de sus parejas.
Por eso el drama del aborto tiene dos víctimas: la madre que ha visto frustrada su maternidad por temor muchas veces a ser definitivamente abandonada por su marido o pareja sentimental, y el niño cuya derecho a la existencia se ha visto truncado por el egoísmo ciego de su propio progenitor, así como por las presiones a que se vio sometida su madre, tanto por parte de las falsas feministas que dicen defender a las mujeres, como por parte del propio Estado que ha devenido en aliado de esta solución machista.
No existirá jamás una defensa verdadera y real de la mujer, donde no se defienda con firmeza y sin reparos su derecho a la maternidad, ya sea protegiéndolas del machismo reinante, de las falsas feministas o del mismo Estado que, desde hace años, desampara a las madres embarazadas que quisieran ver nacer a sus hijos. Por eso, la sociedad en su conjunto y el propio Estado, deberían apresurarse a pedir perdón a las casi dos millones de mujeres víctimas de la cultura de la muerte reinante, que abortaron un día porque nadie quiso apoyarlas ni abogó por ellas. Ha llegado la hora de hacer justicia y esa fue la promesa electoral del actual gobierno.