Los lectores recordarán sin duda, aquella película americana de humor titulada "Esta casa es una ruina", en la que un matrimonio joven compran una mansión, en apariencia en buen estado, que una vez dentro se desmorona todo lo que tocan. Pues algo así podría decirse del estado actual de la escuela pública. Su aspecto externo es muy aparente, si no se ha dejado que los grafiteros enguarren las paredes. Se trata, en general, de edificios nuevos, o tan remozados que es como si los acabaran de estrenar, están bien equipados y dotados de material, y el profesorado tendría que ser, necesariamente, el más capacitado de todo el sector, puesto que sus miembros y "miembras", que diría doña Bibiana "egalité", han tenido que superar unas difíciles oposiciones. Pues bien, a pesar de tantos datos a su favor, la escuela pública está cada vez más deteriorada y perdiendo terreno de manera acelerada frente a la escuela concertada. A despecho del dirigismo estatal y las trabas burocráticas que obstaculizan la libre elección de centro, -derecho fundamental de los padres-, la demanda de plazas escolares en la concertada aumenta sin cesar curso tras curso, y en la misma proporción decrece la opción por la escuela pública. A mayor abundamiento, la generalidad de los centros concertados suelen cobrar alguna cantidad mensual, normalmente moderada, por las actividades "extra" que realizan los alumnos en dichos centros, mientras que las escuelas públicas no cobran suplemento alguno por nada, pero tampoco hacen nada fuera de lo estrictamente ordenado, de manera que privan a los alumnos de actividades complementarias que puedan enriquecer sus conocimientos. Otro dato añadido: la mayoría de maestros y profesores de la enseñanza pública, mayormente inclinados a la izquierda -como todos o casi todos los políticos que cojean del pie siniestro-, mandan sus hijos a los colegios concertados, lo cual es altamente delator. A mí no me extraña esta en absoluto escandalosa contradicción; dado que conocen mejor que nadie el estado ruinoso de la escuela pública, producto de sus propias ideas y maniobras, no tiene nada de particular que huyan de la quema, aunque la hayan provocado ellos mismos. Son los bomberos pirómanos del sistema mal llamado educativo. Por otro lado veo perfectamente comprensible que, al menos la Comunidad de Madrid, no ponga demasiadas trabas a la creación de nuevos centros concertados, pero sin descuidar lo más mínimo los públicos, que siguen cuidando con mimo, a pesar de lo que gritan mientiendo, los sindicaleros y sus terminales en los centros de gestión directa de la CAM. Pero sucede, según me han informado profesionales del sector, que mientras una plaza en la escuela pública sale por unos ocho mil euros al año, la concertada sólo cuesta a la Comunidad cuatro mil, con rendimientos muy superiores a la primera, paradigma de fracaso escolar. No nos engañemos, el deterioro creciente de la escuela pública no lo causan los "neoliberales" ni el otro modelo de escuela, sino que el mal, el cáncer, está dentro de los propios centros, a causa del sectarismo ideológico que en reina en ellos. La enseñanza, en todos sus niveles, ha sido invadida, masivamente, por gentes, en su mayoría radicales, de tendencia izquierdista, que no les preocupa el mejor aprendizaje de sus alumnos, sino su manipulación, su adoctrinamiento, su orientación hacia unas plíticas concretas. Me dirán que la enseñanza privada hace lo mismo. Tal vez, no lo discuto; pero mientras esta última la eligen los padres libremente, que así la quieren, y más lo harían si más hubiera y existiera verdadera libertad escolar, la escuela pública está quedando, por la dejadez de los centros y el doctrinarismo de muchos profesores, en el último recursos de emigrantes y alumnos españoles muchas veces dejados de la mano de Dios. Entonces, ¿por qué defiende los sindicatos, como si les fuera la vida en ello, todo lo "público"? Porque realmente les va la vida en esta guerra, y si no la vida en sentido literal, al menos el puchero, sus buenos sueldos y su poder político, al servicio del partido matriz, como correas de transmisión que son, en las áreas de la administración pública, donde se hallan agarrados como lapas, una vez desahuciados, por anacrónicos, de la mayor parte de la economía productiva. Es la última trinchera que les queda para amorrados a las ubres del presupuesto y sobrevivir como grandes personajes. Vicente Alejandro Guillamón