Es reconocido por cualquiera que no se haga el ciego voluntario, que el laicismo, digamos, radical, está ocupando amplios espacios de poder en España desde hace, al menos, 4 años. Multitud de pruebas muestran que se está llevando a cabo una política sistemática (recordemos que un sistema es un conjunto cuyas partes se relacionan entre sí con una lógica interna y que, por eso, aquí nada es producto de la casualidad sino de la más estricta observancia laicista) que tiene como objetivo principal erradicar cualquier huella que de lo religioso católico pueda existir en España. También es reconocido que tal eventualidad no va a producirse porque el tejido social español se sustenta, se forma y fundamenta con el aporte insustituible del cristianismo. Sin embargo, cuando el Maligno actúa siempre es posible que se produzca una fractura más o menos grande porque los intentos de ingeniería social que se están llevando a cabo (véase, por ejemplo, Educación para la Ciudadanía o el intento de pervertir el sentido del matrimonio con la aprobación del “imposible” matrimonio homosexual) habrán de obtener, aunque sea por cansancio, algún que otro fruto duradero. Pero, por gracia de Dios, no estamos solos los católicos sino que, al contrario, tenemos un quicio grande en el que apoyarnos. Así, en la Misa Pro Eligendo Pontífice de abril del 2005 Benedicto XVI nos ofreció una clave que resulta esencial para obviar, evitar, dejar de lado, vencer al fin y al cabo, al relativismo y a su pariente cercano el laicismo. Dijo que “nosotros tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo” Pero, además, por si esto no fuera, ya, suficientemente importante, define lo que debería ser, para los católicos, una fe “Adulta”. No es aquella que, aparentemente cumple con los preceptos establecidos en las Sagradas Escrituras pero, en verdad, no siente eso que hace porque se deja llevar por cualquier novedad o sigue “las olas de la moda”. Bien sabemos que los valores cristianos no son volanderos ni se dejan someter a lo que, en cualquier momento, pueda entenderse por conveniente. La Fe, en esto, no es relativa sino que se asienta sobre unas bases suprahumanas, divinas, de Dios, que la amparan y la constituyen como instrumento de amor y de paz. Por eso, como cordura, prudencia y moderación podemos definir lo que el Santo Padre denomina “medida perfecta”: es cuerda porque nos muestra el camino recto y perfecto para alcanzar la salvación eterna; es prudente porque nos indica cómo no debemos actuar, hacia qué no debemos ir y, sobre todo, por qué es necesario actuar como nos dice; y, por último, es moderada porque sólo presenta como extremo la entrega total al otro y, en último término, amor total, dar la propia vida como hizo el Maestro, Hijo de Dios y hermano nuestro. Esa media que, al fin y al cabo, es la que Dios nos proporcionó para que fuéramos capaces de sobrellevar el andar por este mundo ha de hacernos fácil la decisión de no abandonar al Creador porque nos corresponda ser mundanos para estar a bien con el mundo. Por eso, si nos dejamos llevar por lo que, de relativo, hay en la ideología básica del hoy caeremos en eso que para Luigi Guissani (fundador de Comunión y Liberación que ya goza en la presencia del Padre) es el mayor de los problemas. Él lo plasma perfectamente cuando dice que “El hombre como medida de todas las cosas: este es el enemigo, el único enemigo de Cristo”. Pero, entonces, ¿Cómo nos puede servir reconocer a Cristo como la medida perfecta del humanismo? Para nosotros ha de sernos útil en multitud de aspectos. Por ejemplo, en nuestra relación con los demás, la medida de servicio de Jesús nos ha servir para darnos plenamente en ese valor. No sustituiremos, en eso, la voluntad de Dios, ni llenaremos el lugar que dejaría vacío su amor por otros bienes que lo sean materiales; la medida de humildad del Maestro nos ha de proporcionar instrumentos para prevenir la soberbia y otros excesos de nuestro yo; la medida de misericordia de Jesús nos ha de demostrar que la bondad ha de sobreponerse a la tentación de respuesta a la ofensa. En esto no podremos sustituir a Dios por lo banal porque nuestra existencia depende del respeto y la confirmación de su voluntad en nuestras vidas y de la forma que tengamos de ser fieles a sus mandatos y a sus bienaventurados consejos de Padre. Eleuterio Fernández Guzmán