Evangelizar ciertamente es cosa compleja, pero si somos sinceros y realistas pronto veremos que no es tan difícil como parece. No es cosa que deba hacerse por ganas o falta de ellas, porque gusta o porque toca. No es algo que nazco o surja del propio deseo o simplemente por decisión personal. Ya digo que aunque no es difícil es algo complejo. Tan complejo como que para hacerlo hemos de dejar actuar a Dios en nuestra mente y en nuestro corazón, dejar que simplemente Dios sea Dios en nuestra vida. Precisamente por eso es cosa dificililla. Estamos demasiado ocupados en mil y una cosas que a las que damos prioridad por delante de la experiencia de la fe y la comunión. El ambiente social, político, económico y, ¿por qué no?, el mismo ambiente eclesial hoy en día no facilita la labor evangelizadora de nadie; pero ello lejos de desanimarnos debe hacernos calcular, muy libre y conscientemente, con qué talentos nos lanzamos a la misión y saber, sin traumas ni complejos, cuántos panes y peces tenemos para poder repartir con la gracia de Dios a los demás. Y solo así tendremos la conciencia del deber cumplido y de haber hecho aquello que nos ha mandado el Maestro. De lo contrario, ahora que termina un nuevo curso, tendremos la sensación de haberlo suspendido. Todo es posible para Dios si lo ponemos a Él en el centro de nuestra vida y, lógicamente, en el centro de nuestra labor evangelizadora. Es Él quien nos envía y quien promete y se compromete a estar siempre con nosotros Se nos da un mandato y una ayuda no pequeña para realizarlo: "Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo." (Mt 28, 19-20). Toda acción evangelizadora debe realizarse en el nombre de Dios uno y trino: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y para ello hay que estar a la escucha de la Palabra del Padre que se nos revela por Jesucristo. Siguiendo su ejemplo, hemos de esperarla desde el silencio de la noche y la soledad del desierto, es decir desde la más intima humildad y comunión con el Padre. Ante una sociedad que de norte a sur y de este a oeste parece huir de Dios, cada uno de nosotros, con nuestros defectos, nuestras sus virtudes y nuestros talentos, somos llamados a realizar una nueva evangelización; pero las cosas no se hacen solas ni podemos dejarlas sólo a Aquél que nos las confía. Evangelizar quiere decir mostrar el auténtico camino de la vida. Es enseñar el arte de vivir según Jesús. Él dijo al inicio de su vida pública: "he venido para evangelizar a los pobres" (cf. Lc 4, 18). Esto significa: yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; yo os muestro el camino de la vida, el camino que lleva a la felicidad; más aún, yo soy ese camino” Y transmitir eso es evangelizar. Lejos de enseñar conceptos e ideas, evangelizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es sencilla y llanamente compartir la vida. Esta vida que el espíritu del Resucitado nos ayuda a vivir, siendo nuestro abogado ante toda dificultad y en todo momento. Mirando la cruz, cogiéndola y siguiendo a Jesús no podemos pensar jamás en el éxito inmediato ni en las grandes estadísticas de conversos; pero esto jamás debe ser una excusa para no hacer aquello por lo que el Señor promete estar con nosotros hasta el fin del mundo. Evangelizar en nombre de Dios, uno y trino también implica que hagamos cosas que no nos suelen gustar y de las que procuramos apartarnos. Es decir, renunciar al propio yo, ofreciéndolo a Cristo para la salvación de los hombres. Esta es la condición fundamental del verdadero compromiso en favor del Evangelio. Joaquín Climent Abad, sacerdote.