Parece que el Papa, no hace mucho, rechazó el proselitismo. Luego ha venido algún comentarista a remachar el clavo. Pero a pesar de la contundencia de los exegetas papales, no salgo de mi perplejidad.
Rebusco en diccionarios varios el significado de la palabra “proselitismo”, para tratar de situarme, y la definición que encuentro más académica es la que dice que sería el “celo de ganar prosélitos”, de hacer adeptos, afán en principio perfectamente legítimo, me parece a mí, siempre que no se saquen, lógicamente, los pies del tiesto.
Me pregunto, intentando hallar una explicación razonable, cómo tendríamos que calificar el celo, porque un enorme celo tuvieron, de los Once, tras la Pascua de Pentecostés, lanzados en todas direcciones anunciando la Resurrección del Crucificado y ganando nuevos adeptos para su nueva Iglesia. Y no digamos nada de San Pablo, el apóstol de los gentiles, que fue mucho más allá del concreto horizonte judío en el que se movían los primeros apóstoles. O de San Francisco Javier, que pretendió horadar la impenetrable muralla cultural china, a fin de sembrar la semilla del Evangelio, es decir, hacer prosélitos en un mundo tan ajeno a los conceptos cristianos. Y por extensión podríamos mencionar a los cientos de miles de misioneros, acaso millones, que a lo largo de los siglos han llevado la fe hasta los rincones más insólitos del planeta. Toda esa inmensa actividad, acometida desde los inicios de la misión de Jesús, ¿hay que considerarla proselitista o no? ¿Fue y es, proselitista o misionera y evangelizadora? En todo caso, ¿cuál es la diferencia entre evangelizar, propagar la Buena Nueva, anunciar el Reino, misionar, enseñar y “proselitizar”, si se me admite este barbarismo?
Todos admitimos que la prestación de ayudas y servicios humanitarios o caritativos (fraternos), como reparto de alimentos, comedores gratuitos, escuelas, clínicas y hospitales, centros y cursos de formación profesional, construcción de viviendas, etc., por parte de las instituciones eclesiales en tierras de misión y aún en nuestro mundo “rico”, no puede hacerse a cambio de forzar el bautismo o la conversión coactiva de los beneficiarios (“te doy esto si te haces cristiano o asistes a los cultos religiosos”), pero tampoco podemos ir por el mundo como filántropos innominados, o como ONGs dadivosas practicando turismo “solidario” debidamente subvencionado. Lo “nuestro” es mucho más serio y obedece a motivaciones mucho más elevadas. Si no queremos “cobrar” en metálico o en “especie” aquélla entrega a los desfavorecidos, porque no debemos, al menos no ocultemos la propia identidad. ¿Eso sería hacer proselitismo? ¿Lo que hace el Camino de salir a las calles a difundir el mensaje cristiano, o el Atrio de los Gentiles, o los jóvenes que “arman ruido” como quiere el Papa, para atraer alejados y adeptos a la “causa de Dios”, es proselitismo? Sería oportuno que alguien aclarase qué es “eso” del proselitismo y a qué viene su rechazo. Pues si se puede “sobrar” por exceso, también se puede faltar por defecto.