Soy consciente de que ya han corrido ríos de tinta sobre el tema y que estos comentarios llegan a destiempo. A mi tiempo. Así que este artículo va para los rezagados, como yo.
David Brooks en The New York Times escribió que La opción benedictina es «el libro religioso más discutido e importante de la última década». Así que, aunque sea tarde, merece un análisis.
Rod Dreher, criado en una familia metodista, se convirtió al catolicismo en 1993 para, posteriormente, adherirse en 2006 a la Iglesia ortodoxa oriental.
El autor no es, como pueda parecer, un visionario o un exaltado. Es bastante sobrio y contenido en sus análisis. Se inspira en San Benito, que representa el resurgimiento de la cultura cristiana en la Edad media, para proponer algo realmente contracultural: una retirada a tiempo. Me gusta su valentía y, al mismo tiempo, su contención.
Considera que el postmodernismo y el contexto cultural actual son de tal toxicidad para el creyente que una retirada a tiempo es una victoria. El mundo, para Dreher, se ha vuelto un lugar tan hostil para el cristiano que, si no quiere perder su identidad, debe retirarse. Quizás la clave es un hecho obvio pero que no suele formularse con tanta claridad (aunque en beneficio de la claridad, caiga en ciertas simplificaciones): “La transformación del panorama cultural y político en los países occidentales hacia una creciente presión, cada vez más invasiva, para que los cristianos ajusten sus mentalidades y comportamientos a lo que el poder determina que es aceptable”. Así, el autor define su obra como “una estrategia para los cristianos en una nación postcristiana”. El término “estrategia” en el plano religioso me chirría, porque me suena a plan para dirigir un asunto e imponer pautas de actuación, pero puede ser problema mío, que me pongo muy pesada con las palabras; me recuerda demasiado a “táctica”… Quizás en este caso la estrategia sea más bien la sagacidad y astucia que echaba en falta el Señor en los hijos de la luz.
El libro es interesante. Entiendo y me parece tentadora esa “disidencia” contracultural. La entiendo especialmente como madre por las dificultades y riesgos enormes del mundo y la cultura en los que nos está tocando criar y educar a nuestros hijos. Comparto que el contexto cultural actual es tóxico y nos da miedo. Pero a más miedo, más confianza en Dios, más esperanza y más oración porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” y porque “no te he pedido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal”.
La insistencia de la opción benedictina en las redes de contacto, en las nuevas comunidades y grupos de familia implica también ciertos riesgos: la creación de guetos y sociedades endogámicas, como si hubiera pocas ya en el ámbito de la familia cristiana. Uno puede hacer una opción personal de retirarse del mundo, pero implicar a toda una familia convirtiendo la casa en un monasterio y el vecindario en un gueto no parece compatible con el respeto fundamental a la libertad de nuestros hijos, a su libertad de conciencia desde niños. A su ser radicalmente otros. Cuando hablo de guetos y endogamias varias, no minusvaloro el sentido de la comunidad, en el que nos toca vivir la fe. Pero creo que la comunidad es distinta al “grupo”, que en ocasiones termina presentando rasgos sectarios si no se respeta suficientemente al individuo y su iniciativa individual y si no mantiene sus fronteras siempre en expansión.
A mí personalmente me gusta muy poco “la pandilla”, “el partido”, la “banda”, la “cuadrilla” y en general el “asociacionismo religioso”, salvo que sea para rezar en comunidad. Las “mafias del bien” me producen náusea por esa conciencia colectiva de ser “buenos”. Bueno solo es Dios. El resto, vasijas de barro. Nuestras palabras: vanas y enanas.
Dicho esto, creo que las “minorías creativas” de las que ya hablaba Ratzinger como comunidades en las que vivir la fe en familia son cada vez más necesarias. A pesar de lo dicho en el párrafo anterior, inevitable por mi forma de ser, creo que es clave el fortalecimiento de la vida comunitaria cristiana. Subrayando, eso sí, que las minorías deben permanecer siempre abiertas y dispuestas a abrir sus fronteras. Creo que ahí está la clave: tener siempre las puertas e incluso las ventanas abiertas (para que el aire no vicie el ambiente haciéndose irrespirable) y que cualquiera se pueda acercar sin sentirse extranjero. Y en el centro, solamente Cristo.
El libro tiene también otros aspectos muy interesantes como combatir la flojera con ascetismo (aunque yo personalmente creo que el mundo actual necesita más mística que ascética), compensar la falta de cultura cristiana con la lectura de la Biblia, la insistencia en apagar más el móvil y concebir el trabajo siempre como servicio.
Creo que le falta, sin embargo, incidir en que en la vida hay todavía infinidad de cosas bellas y luminosas con las que alimentar a nuestros hijos y contrarrestar el feísmo de la posmodernidad. Creo que salir al aire libre y explorar la naturaleza es más importante que nunca. Aunque llevemos a nuestros preadolescentes a rastras, esas excursiones en familia son sanadoras para todos. La realidad nos habla del Creador. Poner buena música en casa no cuesta nada e invertir en buen cine y buena biblioteca es un placer para todos. Jugar largas y lentas partidas de ajedrez les cura de la inmediatez de los videojuegos. En mi caso, el tema del ajedrez se lo debo a mi padre, que es quien les ha enseñado a jugar y disfrutar a pesar de la lentitud del juego. Estoy describiendo un panorama idílico que poco tiene que ver con mi casa a las 20.00 de la tarde, donde ya no se escucha la música por el nivel decibelios del griterío y donde, a veces, se lían pardas, pero se trata de ir sembrando, que ya habrá tiempo de recoger.
Borges no es de mis autores preferidos, pero este poema, Los justos, sobre los que calladamente salvan el mundo, me parece bueno porque anima a encontrar belleza, el rastro de Dios, en la realidad:
“Un hombre que cultiva su jardín,
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.”