Si hace veinte años nos dicen que al cabo de un par de décadas un policía musulmán prohibiría predicar el evangelio en plena calle de una ciudad británica, lo más probable es que no nos lo habríamos creído. La realidad, una vez más, supera la ficción y la peor de las pesadillas. Dos predicadores protestantes evangélicos fueron abordados por un policía de la comunidad islámica que les requirió que dejaran de repartir material de evangelización. No contento con eso, les amenazó muy claramente sugiriéndoles que la próxima vez podrían recibir una paliza. Y lo peor de todo es que no estamos ante un caso aislado. El fundamentalismo islámico se ha aprovechado de nuestras leyes permisivas para instalarse en nuestras ciudades y está imponiendo, lenta pero firmemente, su ley. Y no será porque no se nos avisó. Hace unos cinco años, en una de las reuniones buenistas para fomentar el diálogo inter-religioso, un líder musulmán dejó atónitos a los representantes cristianos al decirles: "con vuestras leyes os invadiremos, con nuestras leyes os someteremos". Y si no ponemos remedio eso es exactamente lo que va a pasar. La debilidad moral de Occidente, y en especial de Europa, es el abono perfecto para el avance del Islam radical, ajeno a conceptos como el talante y la alianza de civilizaciones, que en realidad se convierten en instrumentos que desarman a nuestra civilización. La Europa que pudo contener militarmente la expansión islámica y que incluso, como pasó en España, consiguió recuperar parte del terreno perdido, hoy no tiene apenas capacidad para enfrentarse a un enemigo que se infiltra vía inmigración y que no tiene la más mínima intención de adaptarse a nuestras costumbres, tradiciones y leyes. Es posible que el terrorismo fundamentalista sea más o menos controlado, pero es casi imposible detener el daño que va a causar no sólo en esta generación sino, sobre todo, en las generaciones futuras. La tasa de natalidad entre los musulmanes es bastante superior a la de las mujeres europeas y eso no cambiará en las próximas décadas. Europa tendrá de aquí a 30 años un porcentaje muy importante de musulmanes nacidos en el continente pero prestos a servir a la civilización islámica. No sé si todavía estamos a tiempo de evitar el desastre. Es cierto que no pueden pagar justos por pecadores y no se puede acusar a toda la comunidad islámica de la actuación de sus elementos más radicales. Pero sí se les puede exigir que sean ellos los que se libren de ellos. De lo contrario, tendríamos la versión islámica de la frase de Arzallus: "unos agitan el árbol, nosotros recogemos las nueces". Si el Islam quiere tener un lugar en Europa deberá de erradicar de su seno a quienes no respetan la civilización occidental. Si no ocurre tal cosa, Occidente deberá expulsar al Islam de sus fronteras para poder sobrevivir. De lo contrario, necesitaremos un nuevo Pelayo que emprenda la Reconquista. Luis Fernando Pérez Bustamante