Después de varios siglos en los cuales diferentes revoluciones e ideologías han luchado por eliminar del mundo las enseñanzas que Cristo confiase a su Iglesia, estamos viendo extinguirse los últimos vestigios de la moral cristiana. Pues, desafortunadamente, al rápido descenso de la práctica religiosa se aúna la aceptación en mayor o menor grado por la gran mayoría de nuestra sociedad del divorcio, la anticoncepción, las relaciones prematrimoniales, la homosexualidad, la pornografía y hasta del aborto.
Sin embargo, el declive del cristianismo en Occidente no está siendo reemplazado por una ausencia total de creencias. La naturaleza odia el vacío y, como bien señalase Chesterton, “cuando no se cree en Dios se acaba creyendo en cualquier cosa”. Por ello nuestra sociedad, que desde hace décadas se ha rebelado contra la revelación divina, está abrazando, casi sin darse cuenta, a los dioses falsos, crueles y oscuros del paganismo.
Debido a que ni el más extraordinario progreso científico ni los más sofisticados adelantos tecnológicos son capaces de satisfacer los anhelos más profundos del alma humana, muchos han buscado auxilio y certeza en la llamada espiritualidad de la Nueva Era. Este movimiento ecléctico, con su extraña y peligrosa mezcla de budismo, judaísmo, hinduismo, elementos paganos prehispánicos y orientales, promueve que cada ser humano es ilimitado, autónomo y autosuficiente, por lo que puede llegar, fomentando la “autoconciencia”, a conectar con su yo profundo y con el universo entero a fin de lograr su trascendencia y divinización. Para ello incorpora prácticas sumamente diversas tales como reiki, yoga, cábala, veganismo, meditación trascendental, angelología, astrología, tarot, espiritismo, adivinación, panteísmo, esoterismo, hermetismo, ocultismo y hasta brujería (con la llamada Wicca, movimiento de rápido crecimiento, especialmente en los Estados Unidos).
Además, desde hace ya varias décadas la Nueva Era ha sido difundida de manera orquestada por diferentes medios. No es casual que en varias instituciones corporativas, deportivas, educativas y hasta religiosas se promuevan prácticas relacionadas con este movimiento (especialmente meditación trascendental y yoga). Asimismo, la normalización de lo oculto y siniestro está siendo promovida, ya abiertamente, desde las más altas esferas políticas y culturales: templos satánicos en los Estados Unidos desde 2013; talleres escolares satánicos en los Estados Unidos desde 2016; la inauguración del túnel de San Gotardo en 2016; la edición anual de los premios Grammy en 2023. Y en este último año, el festival de Eurovisión, la inauguración de las Olimpiadas en París y el espectáculo Las puertas de las tinieblas en Toulouse (Francia). Además de los cada vez más frecuentes espectáculos, especialmente musicales, en los que se usa la simbología satánica.
Como vemos, a medida que se debilita la fe en Dios aumenta la atracción por la llamada “espiritualidad alternativa” que seduce con sus falsas e ilusorias promesas y su gran abanico de opciones que exaltan las emociones y los deseos individuales. Sus prácticas oscuras proporcionan al hombre una sensación de poder que, además de ser falso y momentáneo, abre la puerta al demonio, padre de la mentira que, con gran astucia, se disfraza de “ángel de luz” a fin de arrebatar a Dios las almas destinadas a la corona de la gloria eterna.
Lamentablemente, hemos cambiado la revelación por ideologías; la fe, por la superstición; a Dios Padre y Redentor, por un conjunto de dioses tan falsos como peligrosos, crueles y caprichosos. Demonios que rondan como leones en busca de almas para devorar corrompiendo el corazón del hombre con el espíritu de la mentira, de la impiedad, de la blasfemia, de la lujuria y de todos los vicios e iniquidades.
No es casual el crecimiento, en los últimos años, del aborto (según la Organización Mundial de la Salud, cada año se realizan 73 millones de abortos) así como la creciente aceptación de la eutanasia. Amén del transhumanismo y el transgenerismo como intentos del hombre de usurpar la autoridad y el control de Dios sobre la naturaleza.
Debemos reconocer que, si el mundo está en tinieblas, es en gran parte porque los cristianos hemos dejado de ser la luz del mundo. Hace tiempo que renunciamos a evangelizar la cultura, y en nombre de la tolerancia también renunciamos a preservar nuestra fe íntegra y libre de error, al grado que muchos católicos, adoptando el sincretismo imperante, siguen una o varias prácticas de la Nueva Era.
El horizonte pinta tan oscuro que sería sumamente ingenuo ver el futuro con optimismo. Mas los cristianos siempre tenemos razones para la esperanza. Como bien señalase Chesterton, “el cristianismo ha muerto muchas veces y ha resucitado una y otra vez, porque tiene un Dios que conoce el camino para salir de la tumba". Sí, es posible salir de las tinieblas de la idolatría. Pero no podemos hacerlo solos.
Hace cientos de años la antigua serpiente, el seductor de todo el mundo que reinaba, bajo falsos y siniestros dioses, en tierras aztecas, fue vencida por la Virgen de Guadalupe, cuya imagen, plasmada en la tilma de Juan Diego, produjo la conversión masiva de los indígenas a la verdadera fe. Recurramos a la Madre de Dios (como lo hizo en 1531 el arzobispo de la Nueva España, fray Juan de Zumárraga) suplicándole disipe las tinieblas de la idolatría y nos auxilie en la colosal labor de la reevangelización de Occidente.
Luchemos por restaurar todo en Cristo con la confianza de que la Santísima Virgen (quien, a través de la historia, ha destruido herejías, ha iluminado a pueblos y ha auxiliado a los cristianos innumerables veces) volverá a dispersar la oscuridad en la cual nos ha sumido este nuevo paganismo. Humildes y contritos, postrémonos a los pies de la Virgen y pidámosle que renueve y fortalezca nuestra fe, con la confianza de que la Virgen nos repite a cada uno de nosotros las palabras que le dirigiera a Juan Diego: “¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?”.