Con el papa Francisco se ha desencadenado una “revolución evangélica”, dijo a fines de agosto y con palabras perentorias el uruguayo Guzmán Carriquiry Lecour, secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, el laico que ocupa el más alto cargo en el Vaticano, muy vinculado desde hace años al actual pontífice.
Se puede visualizar uno de los efectos de esta “revolución” en la seguidilla de decisiones tomadas por el obispo de Roma para modelar una curia romana a su imagen y semejanza, continuando todo lo que le pidió una buena parte de los cardenales que lo eligieron.
Efectivamente, Jorge Mario Bergoglio, aunque sigue prefiriendo definirse como “obispo de Roma” y firmar con el simple nombre de Francisco, no seguido del “PP” que es propio de los Papas, en el gobierno de los órganos centrales de la Iglesia procede con una áurea de toma de decisiones en gran medida superior a la de su predecesor Benedicto XVI.
Un par de ejemplos ilustran bien este cambio de paso.
Joseph Ratzinger, cuando fue elevado al trono de Pedro tenía probablemente ya en mente quién habría de ser su secretario de Estado. Pero su elegido, el cardenal Tarcisio Bertone, asumió en lugar de Angelo Sodano el 15 de setiembre del año siguiente, diecisiete meses después.
El cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga contó a fines de setiembre, en el programa "Salt and Light", del canal de televisión católico canadiense, que también el papa Bergoglio, cuando lo invitó a almorzar cuatro días después de la elección, el 17 de marzo, ya tenía en mente el nombre del nuevo secretario de Estado. En efecto, el 15 de octubre pasado, luego de sólo siete meses de pontificado, el cardenal Bertone ha sido sustituido por el arzobispo véneto Pietro Parolin (quien tomará posesión material de su cargo inmediatamente después que supere las secuelas de una intervención – "no grave", según dijo el vocero vaticano, el padre Federico Lombardi – efectuada en el departamento de cirugía hepatobiliar del hospital de Padua).
El papa Ratzinger, a partir de su grandísima sensibilidad litúrgica, esperó luego casi dos años y medio antes de cambiar al maestro de las ceremonias pontificias, al llamar a Roma al genovés Guido Marini, el último diácono caudatario del ultraconservador cardenal Giuseppe Siri, para sustituir al casi homónimo Piero Marini, ex secretario y acompañante de Annibale Bugnini, el verdadero arquitecto de la reforma litúrgica post-conciliar, a quien un “arrepentido” Pablo VI hizo terminar sus días terrenales en la periférica nunciatura de Teherán. En octubre de 2008, Benedicto XVI nombró también a cinco nuevos consultores de la oficina de ceremonias pontificias, escogiendo eclesiásticos de sensibilidad tradicional como la de Marini (Guido).
El papa Bergoglio, que tampoco parece tener a la liturgia entre sus prioridades, ha sacado ventajas del hecho que los consultores elegidos por su predecesor llegaron al final de su quinquenio. Y así, luego de sólo siete meses de pontificado significativamente los ha querido sustituir a todos. Llamó al servicio también a una de las víctimas del recambio de cinco años antes, el padre Silvano M. Maggiani, jefe de la oficina de la Congregación para el Culto Divino, histórico aliado de Marini (Piero).
Si también es verdad que Benedicto XVI, luego de pocos meses de pontificado, cambió al secretario de la Congregación para el Culto Divino, transfiriendo a la diócesis de Asís al titular de la época, el arzobispo Domenico Sorrentino, porque consideraba que no estaba en sintonía con su propia sensibilidad litúrgica, es por otra parte cierto que en el mismo lapso el papa Francisco ya ha transferido a cargos de menor rango no a una sino a tres personalidades destacadas: el cardenal Mauro Piacenza, el arzobispo Guido Pozzo y el obispo Giuseppe Sciacca, considerados por su sensibilidad teológico-litúrgica entre los más “ratzingerianos” de la curia romana.
Estas bruscas remociones sin promover ascensos, junto al hecho que la vasta mayoría de los cargos dirigenciales han sido confirmados hasta ahora sólo provioriamente – "donec aliter provideatur" –, han creado en la curia un difundido clima de terror, no demasiado suavizado por la calificación de “evangélica” aplicada a la “revolución” en curso.
Obviamente, en un clima de ese tipo el peor daño es el de ser acusados de ser un agente o un cómplice de toda acción de resistencia contrarrevolucionaria, por más real o imaginaria que sea.
Un ejemplo ilustrativo en este sentido, si bien menor, es el que se refiere a la joven Francesca Immacolata Chaouqui, nombrada por el Papa para formar parte de la comisión instituida para ocuparse de las actividades económico-financieras vaticanas, por indicación del secretario de la misma comisión, monseñor Ángel Lucio Vallejo Balda, de la Fraternidad Sacerdotal de la Santa Cruz, Opus Dei. No parece verosímil – como también se ha escrito – que la señora en cuestión haya estado muchas veces en la mesa con el Papa. Por el contrario, resulta que su valoración no ha sido manchada por los artículos que – entre otras cosas – han dirigido a ella tweets insultantes respecto del cardenal Bertone y la han acusado de haber violado el secreto que se debía resguardar, difundiendo a través de correos electrónicos documentos reservados respecto a la comisión.
En efecto, en el Vaticano hay quienes se han dejado convencer que la señora es víctima de un complot “contrarrevolucionario” y que sus tweets y su correo electrónico han sido manipulados con maniobras provenientes de Gran Bretaña. Son pocos quienes dan crédito a esta versión más propia de una película de espionaje, pero a falta de una clara y unívoca señal del Papa al respecto, la mayoría de los curiales prefiere simular que cree, aunque para no provocar, en el campo eclesiástico, un final análogo al que parece haber tenido, en el campo mediático, el cronista que proporcionó los mayores detalles sobre el tema Chaouqui, cuya firma parece haber desaparecido del diario y del semanario que recibieron sus documentados artículos.
Volviendo a cuestiones quizás más serias se puede agregar también que también ha sido revolucionario a su modo el importante nombramiento, como secretario de la Congregación para los Obispos, del obispo brasileño Ilson de Jesus Montanari, de 54 años de edad, del clero de la arquidiócesis paulista de Ribeirão Preto.
Revolucionario no tanto por la edad relativamente joven del nombrado. Sus cuatro inmediatos predecesores fueron llamados al cargo a los 72, 71, 64 y 71 años, respectivamente. Pero en 1990 el entonces arzobispo presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica, Francis J. Rigali, fue nombrado también él a los 54 años de edad.
Ni tampoco por el hecho que Montanari no es todavía obispo. No lo era tampoco Giovanni Battista Re, cuando fue nombrado en 1987 por Juan Pablo II, a los 54 años de edad. Y no lo era Ernesto Civardi, cuando fue elegido en 1967 por Pablo VI, a los 61 años de edad.
Pero Re en esa época ya estaba en la curia desde hacía dieciséis años y desde ocho años atrás era asesor, es decir, número tres de la Secretaría de Estado. Por su parte, Civardi trabajaba directamente desde 1934 en la Sagrada Congregación Consistorial (el viejo nombre de la Congregación para los Obispos) de la que fue subsecretario desde 1965.
Por el contrario, monseñor Montanari trabaja en la Congregación para los Obispos desde apenas cinco años atrás, con la simple nominación de adscripto de segunda clase a la Secretaría. El suyo es un salto que no parece tener precedentes, y que parece preanunciar cambios radicales en la treintena de cardenales y obispos que componen actualmente la Congregación, también todos ellos pendientes del "donec aliter provideatur".
Parece evidente que la elección del nuevo número dos de la “fábrica” de los obispos es una decisión muy personal de Bergoglio, quien debe haber conocido al sacerdote brasileño como co-inquilino de la Casa Internacional Pablo VI de via della Scrofa, residencia habitual del cardenal de Buenos Aires cuando venía a Roma y residencia de Montanari desde cuando está sirviendo en la curia.
Es en esta misma Casa de via della Scrofa que Bergoglio conoció a monseñor Battista Ricca, director tanto de esta residencia como la de Santa Marta en el Vaticano, quien fue promovido por él como prelado "ad interim" del IOR con un acto personalísimo que suscitó desconcierto entre los nuncios que habían tenido a Ricca como colaborador y que habían denunciado en Roma sus comportamientos reprobables.
No será en definitiva revolucionaria, pero es de todos modos curiosa la elevación a la dignidad episcopal – dada a conocer el 15 de octubre – del nuevo secretario general del governatorato del Estado de la Ciudad del Vaticano, el padre Fernando Vérgez Álzaga, nombrado el 30 de agosto.
Y no tanto porque el eclesiástico en cuestión es un religioso español de los Legionarios de Cristo. El Papa no lo eligió por esto, sino porque lo conoce desde los tiempos en los que era secretario particular del cardenal argentino Eduardo Pironio, muy estimado por Bergoglio.
Inusual ha sido, por el contrario, la carta con la que el Papa quiso explicar la ordenación como obispo de Vérgez.
A algunos les pareció una “excusatio non petita” adecuada para justificar la concesión del episcopado a un eclesiástico particularmente querido por el Papa, aunque colocado en un cargo eminentemente administrativo al que en principio no se tendería más a asociarlo a la dignidad episcopal, según las intenciones atribuidas al mismo Bergoglio.
Para otros, por el contrario, la carta explicaría la validez exquisitamente pastoral del nombramiento, a la luz del hecho que el governatorato tiene miles de empleados que deben ser seguidos también espiritualmente, al contrario de los otros secretarios “administrativos” todavía no obispos, como los del APSA y los de la prefectura de los asuntos económicos, que no tienen un cargo pastoral análogo.
Cualquiera sea la interpretación auténtica de la carta de Francisco, queda el hecho que le ha sido dada formalmente al secretario general del governatorato, desde ahora en adelante, una especie de jurisdicción espiritual sobre los empleados vaticanos, cuando desde el nacimiento del Estado de la Ciudad del Vaticano se había previsto para ese fin la figura de un vicario general del Papa para los fieles que se encuentran dentro de los muros leoninos. Figura que hoy coincide con el arcipreste vaticano, que es el cardenal Angelo Comastri.
De todos modos, se trata en este caso de un pequeño detalle de la “revolución evangélica” emprendida en la curia por el papa Bergoglio.
Todavía debe llegar mucho más.
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