El pasado jueves, dirigiéndose a los obispos italianos Benedicto XVI ha vuelto a tratar el tema de la educación. En sí no es muy novedoso porque sobre este tema ha hablado ya en otras ocasiones muy atinadamente. Basta recordar la carta que dirigió a la diócesis de Roma Sobre la tarea urgente de la educación hace apenas cuatro meses. Allí se dicen cosas muy luminosas y hemos de agradecer que lo haga en tan poco espacio y con tan delicada precisión. Pero, en esta hasta hora última intervención suya sobre el tema ha señalado algo que me ha llamado la atención. El Papa ha hablado de la “emergencia educativa” en una sociedad dominada por un relativismo que en no pocas ocasiones toma formas agresivas. Así no es raro que los padres y educadores se sientan desorientados sobre su papel y que los niños y jóvenes no puedan acceder a aquellas certezas que permiten tomar decisiones que comprometan para toda la vida. Este diagnóstico no es nuevo y Benedicto XVI lo ha dibujado en otras ocasiones. Pero, aquí ha añadido una vía de solución que ni es extravagante ni está lejos de nosotros al decir que: “para hacer frente a estas dificultades el Espíritu Santo ya ha suscitado en la Iglesia muchos carismas y energías evangelizadoras particularmente presentes en el catolicismo italiano”. Sin querer ser temerario me parece que también en España y, de nos ser así lo que hay que hacer es salir corriendo para Italia, donde no se vive mal. También añadió:”Y nos corresponde a nosotros, los obispos, acoger con alegría estas fuerzas nuevas, sostenerlas, favorecer su maduración, guiarlas y enderezarlas de manera que se mantengan siempre en el interior del cauce de la fe y de la comunión eclesial”. En España hay muchas escuelas de titularidad católica. Una parte importante de ellas se encuentran con dificultades para mantener la fidelidad a su carisma y al ideario. En muchos centros se vive con la ilusión de La Cenicienta a la espera de que alguien aparezca con el zapatito de cristal. De esa manera todo se solucionaría. Pero quizás lo que deba suceder es que se deje entrar a la ilustre fogonera en casa, aunque en su juventud parezca más lozana y hermosa y alguno pueda sentirse herido en su vanidad. David Amado