Acabo de regresar, con mi mujer, de un beve periplo por Estados Unidos, a donde vamos todos los años durante unas semanas por razones familiares. En esta ocasión el motivo era doblemente entrañable porque hacía la primera comunión la menor de nuestras dos nietas gringuitas. La celebración tuvo lugar en una pequeña parroquia católica de la zona norte de Manhatan, cerca de la famosa Universidad de Columbia de Nueva York, donde nuestro yerno ha realizado un master de periodismo a lo largo del curso que ha terminado ahora. La parroquia está integrada básicamente por emigrantes hispanos (puertorriqueños, dominicanos, mexicanos y otros de las pequeñas naciones de Centro América), donde nuestras nietas han estudiado en el colegio parroquial, bajo un sistema riguroso, y, la pequeña, la catequesis peparatoria de la comunión, muy sólida por cierto, en la que Jesús es el Jesús que murió en la Cruz -y resucitó- para redimir al género humano, y la Virgen es la Virgen, y no simplemente la madre del "amigo Alberto", colegui de los niños, según algún librito español para la catequesis de primera común, con muchas ilustraciones, dibujos, colorines y juegos didácticos, pero con escasa sustancia evangélica. Una vez más, he advertido con emoción, la maravilla de la catolicidad de la Iglesia de Roma. En cualquier acto litúrgico, especialmente eucarístico, en cualquier iglesia, grande o pequeña, en cualquier lugar de ese inmenso país, nos sentimos como en casa propia, como en el viejo templo de mi parroquia de pueblo. La misma liturgia, el mismo rito, el mismo milagro de la consagración, la misma comunión con hermanos de las más diversas razas y colores (americanos de ascendencia italiana, irlandesa, inglesa, hispana, polaca, centroeuropea, negros de origen vario, brasileños, cubanos, vietnamitas, filipinos...), todos unidos en una misma fe, en un mismo credo, bajo unos mismos pastores, a su vez en comunión con el primado de Roma. A cualquiera que no le sea indiferente tanta gradeza comunitaria, no puede menos que emocionarse ante un "espectáculo" así. La Iglesia universal representada en la pequeña muestra que ofrecen muchos templos católicos en EE.UU. Nosotros sólo echamos de menos la comprensión de la liturgia de la palabra, porque a pesar de los años que llevamos yendo al país de los gringos, sólo hemos aprendido cuatro palabras mal proinunciadas que nos permiten no perdernos demasiado en los aeropuertos y no hacer compras estúpidas en los supermercados. Además, siempre aparece, en los momentos más enojosos, un chicano acaso sin papeles, que nos saca de apuros. Yo admiro a estos emigrantes seguramente de pocas letras, que han sido capaces de aprender el endemoniado idioma inglés. ¡La madre que lo trajo, qué enrevesado es el puñetero! En Nueva York fuimos a ver la caterdral de San Patricio, obviamente. Un templo neogótico de grandes proporciones, con innumerables altares y hornacinas laterales, dedicados a las más diversas advocaciones de la Virgen y de santos de todas las épocas y latitudes del planeta.La visita fue tan rápida, porque nos apremiaba el tiempo (en Nueva York siempre apremia el tiemppo), que no pudimos recrearnos y apreciar los muchos detalles que ofrece tan magna exposición de imágenes sagradas. Además todas las leyendas están en inglés, esa piedra en la que tropezamos siempre, si no contamos con la traducción de nuestra hija, que es, precisamente, además de economista, traductora. En la catedral había muchos visitantes y bastantes orantes. Dos días después visitamos la catedral episcopaliana (anglicana), que cuando esté acabada dicen que será la más grande del mundo. Ahora sólo tiene la fachada, de estilo neogótico normando, y el crucero, donde se celebran las ceremonias. Lleva así unos cien años, sin que las obras apenas progresen. Nos pareció fría y desangelada, acaso porque no está rematada, o quizás porque no sabemos apreciar los valores anglicanos. La Iglesia católica americana, acostumbrada a sobrevivir y crecer en un clima extremadamente pluralista en los religioso, pero totalmente libre, es un iglesia sólida y firme, a pesar de los avatares que ha sufrido y la corrosión del secularismo, que también allí se deja notar. Es una especie de indeferentismo y frialdad religiosa, no impulsados desde el poder como en España, sino propagados, sobre todo, por la mayoiría de los medios de comunicación social: periódicos, televisiones, radios, libros, revistas de opinión y hasta el cine, dominados por emprearios y profesionales de tendencia laicista y escorados hacia la izquierda. Hay excepciones, claro, pero son eso, excepciones. Aún así pude descubrir que el Washington Post, también inmerso en lo "políticamente correcto", ofrece los fines de semana unas páginas de "religión", así tituladas, con bastante información de las principales Iglesias cristianas, y los horarios de misas y oficios religiosos del sábado y domingo en los templos más significados de la capital, aunque supongo que se trata de anuncios de pago. Bueno, es lo mismos, porque presta un servicio, y no se esconde lo que allí se publica bajo la rúbrica de "sociedad", junto a los jolgorios de los famosillos, como si se tratara de una frivolidad más, tal que hacen algunos medios en España, si no es que se regodean en los escandaletes, reales o ficticios, que puedan afectar, directa o remotamente, a la Iglesia y a sus ministros. Esta es la diferencia. Vicente Alejandro Guillamón