Es obvio que a la democracia en este país -o estado plurinacional multiautonómico asimétricamente configurado- cada vez le queda menos vida. Vivimos en un régimen en el cual el presidente de gobierno tiene en la práctica el mismo poder que un monarca absolutista, con una justicia politizada y sumisa al poder de turno, con unas televisiones generalistas entregadas a atontar al hedonizado personal con Chikilicuatres y Ristos toca-narices, con una prensa que, salvo en Madrid, depende de la publicidad institucional -lo cual hace poco factible su independencia-, y con una radio en la que una emisora recibe casi tantas -a veces más- concesiones como el resto de la competencia. Y por si fuera poco, el principal partido de la oposición nos está dando una muestra de hasta qué punto la bajeza moral en la que está sumida gran parte de la sociedad española, encuentra en los políticos uno de sus más claros exponentes. Lo que ocurrió ayer en el juicio contra Federico Jiménez Losantos ha servido para abrir los ojos a quienes todavía creían que los prohombres -y la "promujer"- del PP eran gente de la que uno se puede fiar. En un espectáculo que a veces recordaba el beso de Judas y en ocasiones al lavamiento de manos de Pilatos, los Zaplana, Acebes y Aguirre renunciaron a decir la verdad con tal de no enfadar al ahijado político de "don Manué", a quien, cual niño malcriado, dijo que pensaba abandonar la política porque Rajoy -¿tu quoque?- no le dio un puesto en las listas al Congreso. A pesar de que hay muchas cosas que les diferencian, a mí la situación de Losantos cada vez me recuerda más la de Antonio Herrero. Yo pasé buena parte de mi infancia y adolescencia escondiendo una radio pequeña en la almohada para poder escuchar al auténtico García, el de "Pablo, pablito, pablete" y los "abrazafarolas y cooreveidiles". Cuando la política empezó a interesarme más que los deportes, me enganché al Antonio Herrero de Antena 3 Radio. Antes de dirigir "El primero de la mañana", tengo el vago recuerdo de haberle escuchado repartiendo mandobles cuando se encargaba de la información local en dicha emisora. Ya apuntaba maneras la criatura. Luego se convirtió en el periodista radiofónico más importante de la democracia en España. Su dramática desaparición dejó literalmente huérfanos a muchos españoles que se levantaban por la mañana deseando escuchar sus diatribas contra el régimen felipista. Su amigo de infancia Luis Herrero le sustituyó pero, a pesar de que a mí me gusta mucho el juicio y la templanza de Luis, aquello no funcionó a nivel de audiencia. Antonio parecía insustituible pero Losantos logró el milagro. Con todos sus errores, con todos sus posibles excesos, Federico ha conseguido que la información y la opinión en la radio española no pasaran a ser un trasunto secundario del espectáculo patético que vemos en las televisiones. Personalmente, prefiero el exceso ocasional del que lucha apasionadamente para que su país no se vaya al carajo, que el lenguaje políticamente correcto que se convierte en cómplice de los que llevan a España al matadero de la historia. Si Losantos no existiera, habría que inventarse uno. Y por eso mismo, por ser quien es y por representar lo que representa, su multitud de enemigos, a izquierda y derecha, no pararán hasta lograr derribarle. El hecho de estar en la Cope les facilita las cosas ya que, sabiendo como saben que yendo de frente no tienen nada que hacer contra el maño turolense, se dedican a darle patadas en el trasero de nuestros obispos. Trasero episcopal ciertamente amoratado en los últimos días. Siendo sinceros, es evidente que Federico no es la caridad y la misericordia cristiana personificada. Si leemos el ideario de la Cope, hay puntos del mismo que no encuentran un eco limpio y sin distorsiones en las mañanas de la emisora. Pero si la Cope quiere seguir existiendo como una emisora comercial que se autofinancia con la publicidad, ese ideario es irrealizable en todos sus términos. Y no creo que Losantos se aparte del mismo más de lo que en su día se apartaban el propio Antonio Herrero, José María García o la mismísima Encarna Sánchez. Hipócritas son esos "católicos profesionales" que aluden al ideario de la Cope para pedirle cuentas a Federico. Él no es predicador del evangelio ni profeta veterotestamentario, aunque, a nivel político-social, no le falten componentes del espíritu profético que denuncia lo que le parece contrario al bien común. Salvando las distancias y apartando el componente de verdadera santidad que sólo emana de la gracia divina, Federico, como en su día Antonio Herrero, es a la clase política española lo mismo que el Bautista era a Herodes y la raza de víboras que no soportaban su duro mensaje. Que me digan dónde hay que firmar para que surja en España un equivalente religioso de lo que Federico representa en el ámbito civil. Los pseudo-profetas eclesiales del pacifismo pactista no parecen entender que la verdadera paz no se obtiene del acuerdo con el mal, sino de la derrota del mismo con la contundencia del verdadero evangelio, ese que llama a las cosas por su nombre. Por tanto, en la guerra a la que asistimos para arrancar de este país lo mejor de su esencia, el acoso y derribo a la actual Cope es una de las batallas decisivas. Si logran que la cadena entregue la cabeza de Losantos en una bandeja de plata, habrá júbilo y fiesta en las tiendas de los filisteos. Curiosamente, de entre los cardenales y obispos españoles que asisten mudos a lo que está ocurriendo, ha surgido la voz del cardenal Amigo para afirmar que, aunque a veces no les haga gracia todo lo que sale de su emisora, es más el bien que hace la actual Cope a la sociedad española, e incluso a la propia Iglesia, que el mal que pueda derivarse de los errores que cometen sus principales comunicadores. Yo estoy de acuerdo con el cardenal sevillano, aunque no acabo de tener claro que al final no aparezca una hija de Herodías que provoque la decapitación del agnóstico, el protestante y el católico practicante (adivinen quién es) que no usa dicha condición para medrar. Luis Fernando Pérez Bustamante